La anormalidad desvelada
Hace unos a?os -no m¨¢s de cuatro o cinco- atravesaba caminando la plaza de un pueblo de Euskadi cuando en ese momento algunos celebraban un acto de apoyo a los presos de ETA, con pancartas y propagaci¨®n de consignas a trav¨¦s de altavoces. En esa situaci¨®n, una persona, con el rostro oculto tras una m¨¢scara blanca, se me acerc¨® ofreci¨¦ndome un panfleto, el cual yo rechac¨¦ dici¨¦ndole "Ez, eskerrik asko". El sujeto de la m¨¢scara me sigui¨® por toda la plaza insistiendo en que deb¨ªa coger el panfleto, el cual continu¨¦ rechazando cort¨¦smente hasta que abandon¨¦ el lugar. Varios d¨ªas despu¨¦s, una persona se me acerc¨® de improviso y me dijo m¨¢s o menos esto: "Quer¨ªa darte la enhorabuena y las gracias por lo que hiciste el otro d¨ªa. T¨² no le habr¨¢s dado importancia, pero algunos de los muchos que est¨¢bamos en la plaza y vimos lo que hac¨ªas sentimos rabia y verg¨¹enza por no ser capaces de hacer lo mismo. Porque aqu¨ª tenemos miedo y nadie se atreve a decir lo que piensa. Mucho menos a rechazar un panfleto". Desde entonces me he acordado muchas veces de aquella persona, de trayectoria nacionalista moderada, que se atrevi¨® a comentar, siquiera en privado, lo que muchos otros prefieren no reconocer.
Tambi¨¦n en el franquismo se nos acusaba a los opositores de querer alterar la 'normalidad'
Viene esto a cuento de algunas reacciones que, tras los sucesos de Lekeitio del pasado domingo, han achacado parte de la responsabilidad en lo ocurrido al "calentamiento global" de la situaci¨®n, y/o a las "tensiones creadas durante el verano con los Ayuntamientos", las cuales habr¨ªan venido a quebrar el clima de tranquilidad existente hasta la fecha. Y es que, no en vano, durante bastantes a?os, las calles y plazas de Euskadi hab¨ªan logrado mantener una apariencia de normalidad, pese a que la misma ocultara grav¨ªsimas violaciones de la libertad y facilitara la imposici¨®n del imperio del terror frente al imperio de la ley. As¨ª, la decisi¨®n del nuevo Gobierno vasco de poner coto a semejante desprop¨®sito habr¨ªa tra¨ªdo para algunos la anormalidad y la tensi¨®n a unas calles de Euskadi hasta entonces ejemplo de paz y convivencia.
Hay quienes parecen haber olvidado de pronto que esa normalidad consist¨ªa en que nadie quemaba coches y contenedores tras ver su nombre escrito en el centro de una diana anunciando su pr¨®ximo asesinato; en que nadie protestaba tras verse obligado a cerrar su comercio contra su voluntad para secundar una huelga a favor de "los presos"; a que nadie destrozaba las cabinas y paradas de autob¨²s tras verses zarandeado y agredido a la salida de un pleno municipal; a que los concejales que ve¨ªan sus domicilios o coches atacados no la emprend¨ªan contra las herriko tabernas; a que nadie levantaba la voz frente al dolor y la angustia producida por la omnipresencia de los rostros de los asesinos de sus seres queridos; a que nadie, en definitiva, se dedicaba a sembrar el caos y el p¨¢nico en la calle, pese a vivir cotidianamente en un r¨¦gimen de terror, privados de su libertad, y tener que soportar, encima, la exaltaci¨®n de la violencia y de los que la ejercen.
Lo irracional de esta supuesta normalidad recuerda los tiempos del franquismo, cuando desde el r¨¦gimen se nos acusaba a los opositores de querer perturbar la paz y la tranquilidad de los espa?oles por exigir la libertad y manifestarnos a favor de ella, de querer alterar su normalidad.
Pero la evidencia de esta irracionalidad nos lleva a los vascos a una pregunta ineludible de la que, honestamente, nadie deber¨ªa querer escaparse: ?Qu¨¦ preferimos: la supuesta normalidad de la imposici¨®n, el silencio, el miedo y la exaltaci¨®n del terror, o la -para algunos- anormalidad de hacer valer el imperio de la ley y de la libertad, aunque ello genere la venganza, en forma de violencia callejera, de los simpatizantes de ETA? Porque hay una gran distancia emocional entre unos y otros sectores de nuestra sociedad, un gran trecho que separa lo que unos y otros consideran normal, o normalidad alterada, seg¨²n en qu¨¦ ¨¢mbito geogr¨¢fico y en qu¨¦ medio social hayan nacido y crecido. De ah¨ª que sean todav¨ªa muchos los que prefieran negar dicha disyuntiva, y suscribir la teor¨ªa de que es mejor dejar las cosas como est¨¢n pues, como se ha llegado a decir, "entre las actuaciones de unos y otros" -?marcianos y venusinos?-, al final los que sufrimos las consecuencias somos los lekeitiarras".
Comparto la preocupaci¨®n por la necesidad de inteligencia y proporcionalidad (antes y ahora) en las actuaciones policiales encaminadas a evitar la propaganda y exaltaci¨®n del terror y de quienes lo ejercen. Junto a ellas har¨¢ falta, adem¨¢s, no poca pedagog¨ªa pol¨ªtica y, probablemente, menos ruido medi¨¢tico. Pero, en ¨²ltimo t¨¦rmino, no podemos olvidar que la decisi¨®n de acabar con los espacios de impunidad est¨¢ contribuyendo a desvelar una anormalidad que algunos pretend¨ªan ocultar, o hacer pasar por normal. Aunque ello provoque, como reacci¨®n, estallidos de violencia como los vividos en Lekeitio, protagonizados por quienes sienten amenazada su normalidad.
Koldo Unceta es profesor de la UPV.
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