Padres
Mi padre est¨¢ internado. Duerme. Ha tenido una isquemia cerebral y luego le han detectado un c¨¢ncer al colon que tuvieron que operar dos veces. Est¨¢ internado en el Hospital del Empleado porque eso es lo que ha sido toda su vida, un empleado. Durante el evento Bogot¨¢ 39 nos preguntaron frecuentemente sobre nuestra relaci¨®n con los autores del boom narrativo, nuestros padres literarios. Lo que opino de ellos es lo mismo que opino sobre mi padre: los admiro aunque sostuvieron ideas, escribieron libros y tuvieron preocupaciones que no comparto y que siento completamente ajenas e incluso envejecidas. Veo a mi padre vulnerable en esa cama de hospital y pienso en su vida. Y ahora que soy tambi¨¦n padre no puedo dejar de pensar en lo complicado que debe haber sido para ¨¦l, como ahora para m¨ª, no s¨®lo pagar cuentas sino compartir conmigo el amor, la educaci¨®n, la ense?anza, el tiempo libre. Pienso en lo complicado que debe haber sido, tambi¨¦n, escritor latinoamericano en una ¨¦poca en que ese artefacto no exist¨ªa en el mundo. Mi padre me dej¨® una ense?anza de perseverancia; mis padres literarios tambi¨¦n.
?Qu¨¦ me ha heredado mi padre? ?Qu¨¦ he heredado de los autores del boom? No un camino para transitar ni una alta vara de excelencia que debe ser superada, como podr¨ªan pensar algunos, sino la evidencia de que los compromisos se deben asumir, las batallas se deben pelear y que nada es f¨¢cil nunca, para nadie, en ninguna ¨¦poca, en ninguna parte. Antes de la enfermedad de mi padre, por coincidencia -aunque las coincidencias no existen- estuve leyendo libros sobre padres e hijos. El de Martin Amis y su padre, el de Philip Roth y su padre, el de Hanif Kureishi y su padre. Tambi¨¦n le¨ª hace poco, por segunda vez, El olvido que seremos de H¨¦ctor Abad Faciolince. A diferencia de los libros de Amis, de Kureishi o de Roth, en el de Abad no parece haber un arreglo de cuentas sino, al contrario, rendida admiraci¨®n por aquel padre que le ense?¨® que la felicidad y el amor son no s¨®lo ingredientes para una receta familiar sino una medicina social y preventiva contra la violencia. Sin embargo, incluso en ese relato tan entra?able de amor filial ocurre el parricidio inevitable: el hijo debe esperar la muerte del padre para entrar en su propia vida. Antes del asesinato del padre, el narrador se presenta como un joven fallido, incapaz de domesticar la velocidad de un auto o su propia vida de padre joven sin trabajo. Luego de la muerte y del exilio, el retorno a Colombia lo convierte en el escritor extraordinario que ahora es y que su padre supo prever.
El cuento m¨¢s hermoso, m¨¢s justo, que he le¨ªdo sobre la relaci¨®n padres e hijos es uno de Julio Ram¨®n Ribeyro llamado Las botellas y los hombres. En ¨¦l, un padre que abandon¨® a su hijo de peque?o va a buscarlo a su trabajo cuando ¨¦ste es mayor. El hijo es ahora un joven casi adulto, dedicado a ense?ar tenis en un club donde empez¨® como recogedor de pelotas extraviadas. A pesar de que a¨²n guarda rencor por el padre ausente, y siente asco y l¨¢stima por las fachas de alcoh¨®lico y vagabundo del padre, decide invitarlo a beber unas copas con sus amigos y luego prestarle un poco de dinero. ?Por qu¨¦ lo llev¨® a ese bar? Quiz¨¢ ten¨ªa la secreta intenci¨®n de ver c¨®mo su padre lo admiraba y lo necesitaba. Quiz¨¢ s¨®lo quer¨ªa recuperar a su padre. Sin embargo, el hombre menoscabado que se le acerc¨® tras las rejas del club una vez dentro del bar y movido por el alcohol asume su verdadera personalidad, aquella que la alej¨® de su familia. Ahora es un hombre agresivo, ingenioso, parlanch¨ªn, seguro de s¨ª mismo, machista. Y en el colmo de su cinismo, olvidando que est¨¢ siendo invitado por aquel hijo educado por la mujer que ¨¦l abandon¨®, se atrevi¨® incluso a ofender a la madre del muchacho. Eso colm¨® el vaso y los resentimientos salieron a flote. Luego de una discusi¨®n, decidieron terminar la pelea a golpes. Los dos caminan hacia un callej¨®n detr¨¢s del bar, en silencio. Se internan en la oscuridad, se distancian, se quitan los sacos y muestran los pu?os. Ah¨ª tenemos la imagen simb¨®lica fotografiada: padre e hijo a punto de representar con los pu?os aquella pelea antiqu¨ªsima, la pelea tribal por el poder. Sin embargo, el padre est¨¢ tan borracho que ante el primer golpe tropieza y cae. No se levanta m¨¢s. El hijo entonces hace algo admirable por su complejidad, por su dramatismo, por su capacidad de resumirlo todo en un gesto: al ver a su padre vencido finalmente, se saca un anillo de rub¨ª y se lo pone en el dedo. Y para evitar que se lo roben, para cuidar la joya y cuidar a su padre, le da vuelta a la piedra.
Mi padre ha despertado, me mira con ojos h¨²medos e intenta hablar. Es el dolor de la enfermedad y, al mismo tiempo, est¨¢ conmovido de verme al pie de su cama. Ambos sabemos que hemos peleado nuestras batallas muchas veces en aquel callej¨®n oscuro y muchas veces ha sido ¨¦l quien ha debido levantarme, aunque tambi¨¦n he tenido mis triunfos. Discutir con mi padre o leer a los autores del boom con el rabillo del ojo, da lo mismo, son cosas normales, cosas de botellas y hombres dir¨ªa Ribeyro. Pero ahora es diferente. Mi padre respira agitado, tiene miedo de morir. Entiende que ahora soy yo el que lo cuida, como antes era ¨¦l quien velaba mi sue?o de ni?o enfermizo. Los dos lo hemos comprendido. Sonr¨ªe y le sonr¨ªo. Es como dar vuelta a un anillo para esconder un rub¨ª. O como leer a los 40 a?os una novela de Vargas Llosa, de Carlos Fuentes, de Garc¨ªa M¨¢rquez o de Julio Cort¨¢zar con una nueva mirada. La mirada de la distancia, pero tambi¨¦n del agradecimiento.
Iv¨¢n Thays (Lima, 1968) ha publicado recientemente Un lugar llamado oreja de perro (Anagrama), finalista del Premio Herralde 2008. Tiene el blog literario notasmoleskine.blogspot.com
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