Zelaya, en el tocador de se?oras
Partidarios del presidente hondure?o defienden sus s¨ªmbolos en una guerra desigual contra los golpistas
Aquel ¨²ltimo domingo de junio, en cuanto los golpistas llegaron a la Casa Presidencial, abrieron las estancias, escudri?aron el doble fondo de los cajones, buscaron con urgencia pruebas que atenuaran su fechor¨ªa. No es dif¨ªcil imaginar su regocijo cuando, detr¨¢s de una puerta cerrada con llave, se encontraron de frente, mir¨¢ndoles con una sonrisa bajo su gran mostacho negro, una estatua del presidente que acababan de sacar del pa¨ªs a punta de pistola. All¨ª ten¨ªan la prueba de que Manuel Zelaya buscaba perpetuarse en el poder, colocar su estatua de fibra de vidrio en medio del jard¨ªn junto a los viejos pr¨®ceres de la patria, Francisco Moraz¨¢n, Jos¨¦ Cecilio del Valle o Policarpo Bonilla. Hab¨ªa que llamar a los chicos de la prensa y cont¨¢rselo.
25 trabajadoras de la Casa Presidencial rescataron una estatua de Zelaya
Al entrar en el ba?o, ah¨ª est¨¢, la efigie del dirigente depuesto
El presidente constitucional sigue refugiado en la Embajada de Brasil
Y los llamaron, y all¨¢ que fueron ellos con sus c¨¢maras y sus libretas a certificar que s¨ª, que Zelaya estaba a punto de situarse al nivel de los h¨¦roes del siglo XIX en cuanto consiguiera que el pueblo -mediante una consulta- le otorgara su visto bueno para seguir en el poder en contra de lo que dicta la Constituci¨®n. La noticia sali¨® en todos los peri¨®dicos, acompa?ada del retrato de la estatua, pero unos d¨ªas despu¨¦s el asunto se olvid¨® y la escultura fue arrumbada de mala manera en un oscuro almac¨¦n.
Han pasado tres meses justos. Es viernes. El reportero espera paseando por el patio de la Casa Presidencial una entrevista con Roberto Micheletti, el pol¨ªtico sin futuro ni carisma que se aprovech¨® de la acci¨®n de los militares para ocupar un despacho que las urnas jam¨¢s le hubieran otorgado. Un viernes como ¨¦ste, pero de hace tres meses, estuvo aqu¨ª entrevistando a Manuel Zelaya, euf¨®rico aquella noche porque cre¨ªa haber conjurado una intentona de golpe gracias "al apoyo de Estados Unidos y del pueblo de Honduras". De fondo se o¨ªan entonces los guitarrones de los partidarios que se dispon¨ªan a pernoctar en la Casa Presidencial para defender con su vida al presidente de un posible ataque de los militares. Tres meses ya. Y qu¨¦ tres meses.
El reportero pregunta por el ba?o y un funcionario muy amable -?hay alguien que no lo sea en este pa¨ªs?- le se?ala equivocadamente el de mujeres. Y al entrar, ah¨ª est¨¢, a resguardo de las miradas masculinas, la estatua de Manuel Zelaya.
-Se?ora, ?por qu¨¦ est¨¢ aqu¨ª la estatua?
Y la se?ora de la limpieza, con una sonrisa en los labios, cuenta una batalla que no saldr¨¢ en los libros de historia, ni ocupar¨¢ siquiera una l¨ªnea en la memoria de los que -ojal¨¢ sea pronto- puedan empezar a olvidar este espanto de los militares en las calles, del toque de queda, del enfrentamiento entre vecinos, de los muchachos tiroteados en los destartalados pasillos de los viejos hospitales. Una batalla que es una met¨¢fora de lo que sucede en todo el pa¨ªs. La resistencia de la gente corriente en su lucha desigual contra 7.000 soldados y 10.000 polic¨ªas, contra las 10 familias insolidarias que controlan el pa¨ªs, contra una clase pol¨ªtica al completo que aquel ¨²ltimo domingo de junio se felicit¨® con grandes aspavientos, complacida de que los militares hubiesen secuestrado en pijama al presidente constitucional del pa¨ªs.
Y la se?ora explica que ellas, las 25 trabajadoras del servicio de limpieza de la Casa Presidencial, rescataron un d¨ªa del fondo del almac¨¦n oscuro la estatua del presidente y la pusieron ah¨ª, junto a un lavabo del tocador de se?oras.
-?Y por qu¨¦ ah¨ª?
-Porque las mujeres somos m¨¢s pac¨ªficas que los hombres y aqu¨ª nadie le va a hacer da?o a la estatua del se?or presidente. Aqu¨ª lo tenemos protegido. De estar en otro sitio, se lo llevar¨ªan tal vez para quemarlo.
-?C¨®mo se comportaba Zelaya?
-El se?or presidente siempre se port¨® bien. No era orgulloso. Se paraba y charlaba con nosotras. Como a los dem¨¢s trabajadores del pa¨ªs, a nosotras tambi¨¦n nos subi¨® el sueldo m¨ªnimo un 50%. Pero se retras¨® tres meses, y se lo dijimos, y lo arregl¨®. Y si una ten¨ªa un problema, lo paraba y se lo dec¨ªa. Y ¨¦l escuchaba. De hecho, cuando empez¨® el l¨ªo de la cuarta urna [la consulta popular para promover su reelecci¨®n], se lo dijimos...
-?Qu¨¦ le dijeron?
-Que eso no estaba bien, que se pod¨ªa meter en l¨ªos.
-Y se meti¨®...
-Ya lo dice el refr¨¢n: el que con coyotes anda, a aullar aprende.
-Las malas compa?¨ªas... Dicen que Ch¨¢vez...
-S¨ª, se?or, as¨ª fue. Se equivoc¨®, pero no era arrogante. Y nos subi¨® el sueldo. As¨ª que aqu¨ª lo seguiremos protegiendo, para que no lo quemen.
La noche le va ganando a la tarde y Micheletti sigue sin aparecer. Una empleada de su gabinete dice que tal vez ma?ana, que hoy est¨¢ muy cansado, pero que est¨¢ muy interesado en responder las preguntas de este peri¨®dico, "que est¨¢ siendo tan duro con ¨¦l".
No demasiado lejos, el presidente constitucional se dispone a pasar otra noche sobre un colch¨®n neum¨¢tico, con los ojos enrojecidos por los gases t¨®xicos o simplemente por la suciedad que se va acumulando en su refugio de la Embajada de Brasil. El parte radiof¨®nico obligatorio dice que a las ocho, toque de queda. Ha empezado a llover.
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