Un ni?o de la mano
Las personas despistadas vivimos en permanente estado de alerta. Nuestra mente, refractaria a la concentraci¨®n en el presente, viaja siempre a otro lugar distinto del que nos encontramos. Una persona despistada es alguien que camina en un estado parecido al sonambulismo; as¨ª que, cuando o¨ªmos en la calle el ruido de un claxon que nos avisa de que estamos cruzando en rojo, nuestro coraz¨®n se acelera y durante la media hora siguiente nos hacemos el prop¨®sito de corregir este maldito car¨¢cter al que estamos condenados. Los despistados patol¨®gicos vivimos llenos de miedos. Mis miedos neoyorquinos se resumen en: que me pille un taxi, que me arrolle un coche de bomberos (desde que el 11-S los convirti¨® en h¨¦roes dan pavor), que me pille un coreano repartidor con la bicicleta, que me caiga en uno de los agujeros de almacenaje que est¨¢n a la puerta de las tiendas y, por ¨²ltimo, y no menos importante, que un ni?o me acuse de estarle molestando. Todos los miedos son intercambiables con miedos espa?oles: dada la chuler¨ªa de muchos conductores madrile?os es f¨¢cil imaginar que una puede morir bajo las ruedas de un conductor impaciente. Pero hay un miedo exclusivamente americano: el miedo que provocan los ni?os. Ayer se me cruz¨® uno de esos seres de cinco a?os por medio y casi ca¨ªmos el uno encima del otro. ?Maldita sea, hubo contacto f¨ªsico! Dicha criatura se levant¨® sin dejar que le ayudara y me mir¨® con gesto acusador: no s¨®lo por el tocamiento (menuda palabra), sino por la sorpresa insoportable que deb¨ªa producirle entablar comunicaci¨®n con una desconocida. Cuando se habla de las diferencias culturales se suele obviar ¨¦sta, que es, en mi opini¨®n, la m¨¢s llamativa. El desastre educativo, que aqu¨ª se ha convertido en un debate de primera l¨ªnea, se fecha en el inicio de los setenta. En Espa?a (no quiero repetirme) podr¨ªa situarse igual, pero esa fecha est¨¢ infectada a¨²n por el franquismo y no conseguimos olvidar esa circunstancia para buscar otras causas a esa decadencia, que compartimos con otro pa¨ªs y que est¨¢n m¨¢s relacionadas con pedagog¨ªas equivocadas. Pero la principal diferencia en el trato que mantenemos con los ni?os y que de manera tan brutal influye en el car¨¢cter americano comienza aqu¨ª mucho antes. Desde el minuto cero. En las ¨²ltimas semanas he le¨ªdo art¨ªculos sobre la educaci¨®n en las guarder¨ªas, concretamente sobre c¨®mo el juego puede adiestrar en el manejo del autocontrol. Si a una criatura de cuatro a?os se le dice, contaba el estudio, que se est¨¦ quieta en un rinc¨®n, no puede aguantar m¨¢s de un minuto, si se le dice que es el centinela de un castillo, el chaval¨ªn puede permanecer hasta cinco. Me sorprende el inter¨¦s que generan esos art¨ªculos, c¨®mo el americano instruido est¨¢ comenzando a replantearse de manera autocr¨ªtica su manera de relacionarse con los hijos. El inter¨¦s es tal, que esta semana, en la secci¨®n de ciencia del NYTimes, al lado de un art¨ªculo para iniciados sobre la l¨®gica del caos hab¨ªa otro, tratado con la misma consideraci¨®n, sobre la escasa interacci¨®n que tienen los padres con los ni?os hasta los cinco a?os. El art¨ªculo era prolijo en consejos, consejos tan de caj¨®n que record¨¦ la frase de Martin Amis que el otro d¨ªa destacaba este peri¨®dico: "El sentido com¨²n se ha vuelto revolucionario". Qu¨¦ curioso que esa frase de Amis pueda cruzar fronteras hoy en d¨ªa y conservar su validez. En ocasiones, hay lectores que me escriben d¨¢ndome las gracias por mi sentido com¨²n. Y a m¨ª, que a¨²n conservo la inercia juvenil de revolverme ante esas dos palabras, "sentido com¨²n", me invade de pronto la melancol¨ªa: ?ser¨¢ el sentido com¨²n una consecuencia de la edad, algo como las patas de gallo? Plenas de sentido com¨²n eran las palabras de los psiquiatras que citaba el art¨ªculo, cosas que cualquiera puede observar: padres hablando por el m¨®vil cuando llevan a sus hijos en el cochecito, madres enganchadas a la Blackberry mientras ayudan al cr¨ªo a subirse al tobog¨¢n. Al ni?o hay que hablarle, mirarle a los ojos, pedirle que te mire, a ti y a los desconocidos, hay que jugar con el lenguaje, cantar, a?adir palabras a su vocabulario. En realidad, es lo que siempre se ha hecho, ?no? Los ni?os americanos van en cochecito a unas edades rid¨ªculas. Parecen paral¨ªticos. ?La raz¨®n? Es m¨¢s c¨®modo para sus padres. Un ni?o andando siempre es lento y despistado. La pena es que esos padres no calibran lo que est¨¢n perdiendo. Muchos de ustedes recordar¨¢n ese momento de la vida que el paso del tiempo convierte en irrepetible: llevar a tu hijo de la mano cuando tiene cuatro, cinco a?os, esa edad en la que el ni?o anda y habla, pero a¨²n conserva todo su pensamiento m¨¢gico. Su lenguaje posee una salvaje cualidad po¨¦tica: coloca palabras reci¨¦n aprendidas en lugares inadecuados, como si las sacara del horno antes de tiempo, pronuncia mal algunas otras, disfruta se?alando cosas que quiere que le nombres y despliega la l¨®gica de un pensamiento riqu¨ªsimo en el absurdo. Nada m¨¢s emocionante que un ni?o de tu mano. Su tacto tierno y mullido. Sus primeros olores escolares, el babi. Algo falla en las personas que no lo saben apreciar. En mi caso, aquellos lent¨ªsimos paseos de la guarder¨ªa a casa han sido los momentos m¨¢s a?orados de mi vida. Ya digo, por irrepetibles.
?Ser¨¢ el sentido com¨²n una consecuencia de la edad, algo as¨ª como las patas de gallo?
Nada m¨¢s emocionante que un ni?o de tu mano. Su tacto tierno y mullido. Sus primeros olores escolares, el babi
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.