Castillo con fantasma
PIEDRA DE TOQUE. Mi inter¨¦s por Roger Casement, que denunci¨® la explotaci¨®n de los ind¨ªgenas de ?frica y la Amazon¨ªa, me ha llevado a Irlanda del Norte. All¨ª la pol¨ªtica va reemplazando a la vieja guerra cainita
El castillo de Galgorm, en Ballymena, en el condado de Antrim (Irlanda del Norte) fue construido en la primera mitad del siglo XVII por el doctor Alexander Colville, un doctor no en medicina sino en "divinidades", es decir teolog¨ªa, a quien, como se hizo rico de la noche a la ma?ana, sus contempor¨¢neos sospechaban de haber hecho pacto con el diablo y practicar las artes m¨¢gicas. Un retrato suyo orna todav¨ªa la entrada del castillo y el actual due?o del lugar, Christopher Brooke, dice que nadie se ha atrevido a sacarlo de all¨ª porque, seg¨²n una enraizada creencia, quien ose hacerlo morir¨¢ en el acto.
Visto desde el prado arbolado que lo rodea, el castillo, de forma c¨²bica y de robustas piedras negras, torreones, grandes ventanales, chimeneas, escudos y su fachada catedralicia, es imponente. Por adentro es una ruina que se cae a pedazos y Christopher y su familia, refugiados en unas pocas habitaciones de la primera planta, tienen la esperanza de que en uno de esos desmoronamientos cotidianos uno de los espesos muros comience a vomitar las talegas de oro que, se dice en Ballymena, enterr¨® en ellos el diab¨®lico reverendo Colville antes de morir. As¨ª reunir¨¢n el capital necesario para convertir al castillo de Galgorm en una lujosa residencia de 14 apartamentos restaurados en su viejo esplendor. Ya lo han hecho, con buen gusto y rigor hist¨®rico, con los patios y dependencias exteriores y el resultado no puede ser mejor.
Esta tierra de, 'glens', poetas y contadores de cuentos ha sido una de las m¨¢s violentas de Europa
Casi toda la gente con la que habl¨¦ es optimista y piensa el futuro reforzar¨¢ el proceso de paz
Como todo castillo irland¨¦s que se respete, el de Galgorm tambi¨¦n tiene su fantasma. No es el espectro de Colville sino el de una muchacha de su tiempo a la que la BBC, cuando hace algunos a?os hizo un documental sobre el castillo, trat¨® de filmar. A fin de lograrlo import¨® a una c¨¦lebre m¨¦dium griega quien, para mala suerte de la televisi¨®n brit¨¢nica, s¨®lo logr¨® hacer contacto con la fantasma cuando las c¨¢maras estaban ya apagadas y los camar¨®grafos dormidos. Pero, seg¨²n Christopher, la muchacha espectral no es nada hura?a y se aparece con frecuencia a los muchos m¨¦diums, espiritistas, diabolistas y fantasmistas que peregrinan hasta aqu¨ª para convocarla y platicar con ella de cosas del m¨¢s all¨¢. Sin ir m¨¢s lejos, se le apareci¨® una ma?ana a su propia esposa, al despertar, y celebraron ambas una conversaci¨®n entretenida.
El castillo de Galgorm est¨¢ en manos de la familia de Christopher, los Young, desde mediados del siglo XIX, y uno de los antepasados m¨¢s ilustres del actual propietario es Rose Maud Young, quien, pese a pertenecer a una familia s¨®lidamente unionista -protestante y pro brit¨¢nica- form¨® parte de un pu?ado de damas de Antrim que participaron de manera muy activa, a finales del XIX, en el renacimiento de la lengua y la cultura ga¨¦licas, empe?o que fue acerc¨¢ndolas al adversario tradicional, el nacionalismo irland¨¦s. Rose Young, adem¨¢s de escribir un minucioso diario, public¨® tres vol¨²menes de poemas, leyendas y canciones en ga¨¦lico que se hab¨ªan conservado por tradici¨®n oral y que ella misma fue recopilando por las viejas aldeas de pescadores y campesinos de Antrim. Adem¨¢s de bella, culta y liberal, Rose Maud Young -en cuyas tertulias conviv¨ªan presbiterianos, anglicanos y cat¨®licos- fue amiga y protectora de Roger Casement (1864-1916), el fascinante personaje cuyas huellas trato de seguir por estas tierras de Irlanda.
De adolescente, a fines del siglo XIX, Casement estudi¨® tres a?os en el colegio de Ballymena y pas¨® muchos fines de semana en Galgorm Castle, seg¨²n qued¨® registrado en los diarios escrupulosos de Rose Maud Young. Aqu¨ª ley¨® tal vez esas memorias de los grandes exploradores ingleses, como Livingstone y Stanley, que le abrieron el apetito por los viajes y el ?frica. Aunque hab¨ªa nacido en Sandycove, Dubl¨ªn (muy cerca de la Martello Tower donde comienza el Ulises de Joyce) su familia era de aqu¨ª y en Antrim pas¨® gran parte de su infancia y adolescencia y en su edad adulta a esta tierra volv¨ªa cada vez que pod¨ªa a curar su nostalgia y a sosegar su esp¨ªritu de los grandes tumultos que lo asaltaron a lo largo de una vida intensa, aventurera y arriesgada como la de un palad¨ªn de novela ¨¦pica. Gran parte de su trayectoria estuvo consagrada a denunciar la explotaci¨®n y el maltrato de las comunidades ind¨ªgenas del ?frica y la Amazon¨ªa, y, asimismo, sobre todo en sus a?os finales, a luchar por la independencia de Irlanda.
Cuando, la v¨ªspera de su ejecuci¨®n, el pulcro verdugo de la prisi¨®n londinense de Pentonville, Mr. John Ellis (en sus ratos libres era tambi¨¦n peluquero) proced¨ªa a la macabra ceremonia de pesarlo y medirlo para que la soga con que iba a ahorcarlo tuviera la consistencia y la altura debidas, Roger Casement pidi¨® que sus restos fueran sepultados no lejos de aqu¨ª, en la bah¨ªa de Murlough, a la que en sus cartas se refer¨ªa como "la bah¨ªa del para¨ªso". Las autoridades brit¨¢nicas no le dieron gusto: lo enterraron en la misma prisi¨®n donde lo ahorcaron (por traidor, pues hab¨ªa conspirado con los alemanes durante la Primera Guerra Mundial para contrabandear armas destinadas a los revolucionarios irlandeses que se alzaron en la Semana Santa de 1916), en una tumba sin nombre y junto a un c¨¦lebre destripador de mujeres, el Dr. Crippin, ajusticiado unos a?os antes. S¨®lo en 1965 fueron entregados sus restos a Irlanda y ahora reposan en el cementerio dublin¨¦s de Glasnevin, bajo una sobria l¨¢pida en ga¨¦lico (idioma que ¨¦l, pese a sus esfuerzos, nunca aprendi¨®) que dice, sobriamente: "Muerto por Irlanda".
Roger Casement ten¨ªa mucha raz¨®n de querer ser enterrado en Murlough Bay, pues es el sitio m¨¢s bello de Irlanda, de Europa y acaso del mundo. En ¨¦l culmina uno de los m¨¢s hermosos glens de Antrim, esos valles o desfiladeros que, entre monta?as coloreadas por todos los matices del verde, ¨¢rboles frondosos, riachuelos, cascadas, recios acantilados, bajan al encuentro de un mar encabritado que arremete contra unos farallones rocosos y esculturales. Hay bandadas de p¨¢jaros revoloteando por el cielo y, cuando los d¨ªas son claros y despejados como los que me han deparado los dioses celtas, se divisa, muy cerca, la mole de la isla de Rathlin, en cuyas aldeas centenarias Rose Maud Young recogi¨® muchas de las poes¨ªas e historias de la milenaria Eire, y hasta las costas de Escocia. El paisaje parece deshabitado de seres humanos, naturaleza en estado puro, virginal y ed¨¦nica.
Es pura apariencia, desde luego. Esta tierra de castillos, glens, fantasmas, poetas y famos¨ªsimos contadores ambulantes de cuentos (los seancha¨ª) ha sido tambi¨¦n una de las m¨¢s violentas de Europa, donde las guerras ¨¦tnicas y religiosas han enconado a las gentes y sembrado sangre, odio y resentimiento por doquier. No s¨®lo los siglos de la ocupaci¨®n brit¨¢nica; tambi¨¦n los de la partici¨®n -que dej¨® como parte del Reino Unido los seis condados de Irlanda del Norte- han estado signados por matanzas y atentados inicuos. Alg¨²n rastro de todo ello queda en las alturas de la bah¨ªa de Murlough donde, hace algunos a?os, el Sinn F¨¦in erigi¨® un monumento en homenaje a Roger Casement. Poco despu¨¦s fue dinamitado por un comando terrorista del Ulster y no ha sido reconstruido desde entonces. Los pedazos esparcidos que de ¨¦l sobreviven en el solitario altozano son un inquietante llamado de atenci¨®n sobre la existencia de la otra cara de la medalla de este paraje de sue?o.
?Qu¨¦ ocurrir¨¢ ahora en Irlanda del Norte? Despu¨¦s de los acuerdos alcanzados durante el Gobierno de Tony Blair entre unionistas y republicanos ?habr¨¢ por fin paz en estos seis condados y podr¨¢n los fantasmas y los vivos de Antrim dormir tranquilos y fraternizar? Quien recorre la pujante Belfast y sus noches agitadas, la pr¨®spera campi?a que la cerca, y las ciudades y lugares del interior que parecen haber encontrado el secreto milagroso de hacer coexistir la tradici¨®n y la modernidad en absoluta armon¨ªa, no tiene ni remotamente la impresi¨®n de que podr¨ªa haber una marcha atr¨¢s y que los grup¨²sculos de extremistas intransigentes que todav¨ªa ponen bombas y asesinan, conseguir¨¢n su empe?o de destruir la paz y volver al enfrentamiento de anta?o. Casi toda la gente con la que convers¨¦ es m¨¢s bien optimista y piensa que el futuro reforzar¨¢ el proceso iniciado con el desarme de los dos bandos y que la pol¨ªtica reemplazar¨¢ a la guerra cainita de manera definitiva. Uno de esos optimistas es Christopher Brooke, el amable castellano de Galgorm. Est¨¢ convencido de que la coexistencia que se ha puesto en marcha gracias a los acuerdos entre los ancestrales adversarios, la inmersi¨®n en Europa, la mec¨¢nica de la globalizaci¨®n y las exigencias econ¨®micas ir¨¢n fortaleciendo la integraci¨®n y la paz. Que Cuchulain y dem¨¢s dioses del pante¨®n de Eire lo oigan y hagan realidad ese justo designio.
Nos despedimos al pie del retrato del tenebroso doctor Colville. Tiene una mirada beat¨ªfica y ligeramente burlona. Sus ojitos fruncidos y claros parecen apenados de vernos partir. Porque en este pa¨ªs hasta los te¨®logos pactatarios y los fantasmas practican con denuedo el vicio de la hospitalidad.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2009. ? Mario Vargas Llosa, 2009.
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