La estatua que r¨ªe
Este a?o se me apareci¨® la Virgen de la Merc¨¨ vestida de primavera sound de pueblo; pero ya se sabe que el hombre fue al espacio y la gente va al multiespacio. Busqu¨¦ la respiraci¨®n artificial de la lectura y as¨ª fui hilvan¨¢ndome entre las casetas de la feria del libro usado, y a veces usado y sin leer. Entre el polvo intonso de los Avisos de Barrionuevo al de¨¢n de Zaragoza (... fueron todos presos y desnudados en carnes, mataron a unos a palos, a otros los descuartizaron vivos a cuchilladas y hubo otras muertes extra?as...), entre el humo rom¨¢ntico y centenario de la pistola de Larra, siguiendo todos esos libros viejos puestos en ringlera, como un ej¨¦rcito derrotado que marcha sin pa¨ªs al que volver, llegu¨¦ hasta las puertas de la FNAC. Y me met¨ª dentro. Qu¨¦ demonios. El consumismo es de quien se lo trabaja.
En las pilas de novedades, Abbott y Costello, el serio y el tonto, fantasmas de un dialecto f¨®sil que salen como de un profundo sue?o de Nembutal. El sello L'Atellier 13 ha empezado a sacar las pel¨ªculas de risa y de miedo de Abbott y Costello. Cine para ni?os, es decir, para la gente de mi edad. Con Abbott y Costello uno se r¨ªe de la edad adulta y del IRPF que se le retiene. La risa de Abbot y Costello es, a su manera, la risa de Bouvard y P¨¦cuchet. Abbott y Costello, como Bouvard y P¨¦cuchet, son igualmente una obra inacabada sobre la incapacidad de comprender. Ambas parejas de amigos van fracasando en su intento de abordar las principales materias del saber humano. Los franceses entran en la agricultura, la qu¨ªmica, la medicina, la geolog¨ªa, la arqueolog¨ªa, la literatura..., y los americanos se estrellan contra el planeta Marte, la Segunda Guerra Mundial, las apuestas, el hombre invisible, la momia, Frankenstein... Abbott y Costello son, al igual que Bouvard y P¨¦cuchet, una obra que no se acab¨® por defunci¨®n del due?o. Costello no muri¨® joven, pero muri¨® pronto, tres d¨ªas antes de cumplir los 53 a?os. Flaubert muri¨® a los 58, pero los disgustos, los desenga?os, las crisis de epilepsia, la s¨ªfilis de su pasi¨®n turca, la muerte de la madre, los amigos que se le iban, los contratiempos financieros, le hab¨ªan dado el aspecto del hombre anciano que iba a escribir "hay momentos en que tengo la sensaci¨®n de estar licu¨¢ndome como un viejo camembert".
En Abbot y Costello, Bud Abbott es el serio, y el serio va a ser quien sobreviva. El gracioso es Costello. Ha dicho nuestro amigo Tornasol (el ilustrador de esta hoja) que Abbott y Costello son como un Bing Crosby deslavazado y un Bob Hope hinchado (estos ¨²ltimos hicieron siete pel¨ªculas juntos). En parte, son intercambiables, pues algunas de las pel¨ªculas de Abbot y Costello hab¨ªan sido escritas previamente para Bob Hope. Pero con Abbott y Costello uno se sube a una extra?a monta?a rusa con ascensos modestos, que no llegan a esa elegancia de chaqueta de punto de Bing Crosby, y con descensos en picado, a los que no se atreve Bob Hope. Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses les pasaban a sus tropas pel¨ªculas de Abbott y Costello para que vieran lo simples que eran los americanos. Lou Costello es el m¨¢s simple, el que balbucea, resopla y baila el Danubio azul con un pie metido en un cubo, y cuando ha visto al fantasma de Ag¨¢rrame ese fantasma, o a Frankestein, o al conde Dr¨¢cula, o a un muerto, no le sale una palabra. Es el hombre que pierde el idioma cuando m¨¢s lo necesita. Cuando Costello va a ense?arle a Abbott un cad¨¢ver, o una vela que se mueve sola, o una habitaci¨®n que se ha transformado, el cad¨¢ver ya ha desaparecido, la vela est¨¢ quieta, la habitaci¨®n sigue como siempre. Costello es el gracioso, el que ha visto lo que nosotros vimos, y ni ¨¦l ni nosotros podemos dec¨ªrselo a Abbott. Costello hace de tonto, y en el reparto de los beneficios con su socio van al sesenta y al cuarenta a favor de Abbott desde los tiempos de los teatros y las radios. Pero ahora las pel¨ªculas de la Universal han hecho m¨¢s verdadero a Costello, y le exige a su amigo que se inviertan los porcentajes para recuperar todo el dinero perdido, y que se inviertan tambi¨¦n los nombres en el cartel para ponerse ¨¦l primero. Abbott sufre ataques de epilepsia desde su juventud y aten¨²a con la bebida el horror que le tiene a una reca¨ªda. En esos d¨ªas Costello suelta en p¨²blico que su socio es un borracho que est¨¢ echando a perder el trabajo de ambos. Luego es Costello quien enferma. Se pasa nueve meses inutilizado en la cama con una fiebre reum¨¢tica que est¨¢ cerca de matarle. Abbott le visita a diario y se reconcilian. El mismo d¨ªa que Costello, ya curado, vuelve a su trabajo en la radio, su hijo, que va a cumplir un a?o dentro de dos d¨ªas, muere ahogado en la piscina. Su mujer le llama a la emisora, pero Costello contin¨²a el programa. "?Que siga el espect¨¢culo!", ha citado a los cl¨¢sicos del circo. Despu¨¦s va a montar una fundaci¨®n para proteger a la infancia, y pondr¨¢ a su socio Abbott de presidente. Y en seguida vuelven al cine, pero el cine ha dicho que Abbott y Costello est¨¢n acabados. Ahora es el turno de Dean Martin y Jerry Lewis. Entonces la Universal hace un paquete con la calderilla de su viejo oro, con sus monstruos de los que ya nadie habla y con sus dos c¨®micos que tambi¨¦n han dejado de interesar, y le sale una pel¨ªcula m¨¢gica: Abbott y Costello contra los fantasmas, con Abbott, Costello, Bela Lugosi (viejo y drogado), Lon Chaney Jr. (alcoholizado) y Glenn Strange (que hizo de Frankestein cuando Boris Karloff se cans¨® del papel). La pel¨ªcula salv¨® a los estudios de la bancarrota. En 1959, cuando los c¨®micos han encontrado refugio en la televisi¨®n, Hacienda les reclama una fortuna y tienen que vender sus casas y los derechos de sus pel¨ªculas para pagar la deuda. Costello se muri¨® de un infarto ese mismo a?o. A Abbott se le ver¨ªa en la d¨¦cada de 1970, viejo y en bat¨ªn, ante una mesita llena de cartas de admiradores, como un fantasma al que nadie quiere agarrar. Un periodista le pregunt¨® "?C¨®mo se siente?", y ¨¦l le dijo: "Creo que estoy bien, pero no estoy seguro". Hay una estatua del gracioso, de Lou Costello, en un parque de Paterson, Nueva Jersey, su ciudad natal y el lugar donde est¨¢n ambientados Los Soprano (la estatua ha salido dos veces en la serie). Cuando dan sus pel¨ªculas de monstruos me muero de risa. Solo ante la tele como una estatua ante las flores.
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