La memoria del diablo
Rudolf H?ss traz¨® su autorretrato en 'Yo, comandante de Auschwitz'
El susurro del diablo. Un diablo anodino, desapasionado, funcionarial, gris, pero diablo. El que manten¨ªa encendidas las calderas. As¨ª suenan las memorias del oficial de las SS Rudolf H?ss (1900-1947), comandante de Auschwitz desde 1940 hasta finales de 1943, periodo en el que organiz¨® como un macabro proceso industrial la muerte atroz de dos millones y medio de personas en el gran campo de exterminio. H?ss, un tipo detestable donde los haya y no s¨®lo por su papel en el mayor crimen de la humanidad sino por su bajeza y mezquindad, que le llevaron, no se lo pierdan, a juzgarse "una inconsciente ruedecilla en la maquinaria del III Reich" y a ?compadecerse a s¨ª mismo! por la magnitud de la tarea asignada -el asesinato de los jud¨ªos y otros considerados enemigos del Reich- , escribi¨® su autobiograf¨ªa en la prisi¨®n de Cracovia mientras esperaba a ser procesado tras su detenci¨®n en 1946. El ex comandante, puntilloso especialista de la liquidaci¨®n, fue condenado a muerte y colgado el 7 de abril de 1947 en un pat¨ªbulo alzado en el propio campo, en el centro del atormentado paisaje de su maldad.
Hablar con Eichmann o tomar copas con Mengele ayudaba al comandante de Auschwitz a vencer los escr¨²pulos
Excepcional testimonio de uno de los m¨¢ximos implicados en el genocidio nazi -y el ¨²nico directo, de su pu?o y letra, de un comandante de campo de exterminio-, Yo, comandante de Auschwitz (Kommandant in Auschwitz, 1958) se publica en Espa?a (Ediciones B) de nuevo tras ser editada hace exactamente treinta a?os por Mario Muchnik en una edici¨®n hace tiempo inencontrable. La traducci¨®n es la misma, de Juan Esteban Fassio, pero la nueva publicaci¨®n, aparte de escribir el nombre como H?ss y no Hoess como en la primera (lo que hace m¨¢s dif¨ªcil la habitual confusi¨®n por homofon¨ªa del jefe del campo con el lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess), cuenta con una excepcional introducci¨®n de Primo Levi, escrita en marzo de 1985 y que ya vale todo el libro (por su inter¨¦s, su emoci¨®n y no digamos su categor¨ªa moral).
Levi advierte que el libro est¨¢ lleno de "infamias contadas con torpeza", que su nivel literario es "mediocre" (y se queda corto) y que el autor se revela "un canalla est¨²pido y verboso, basto, engre¨ªdo y por momentos manifiestamente falaz". Y sin embargo, a?ade, "esta autobiograf¨ªa es uno de los libros m¨¢s instructivos que se hayan publicado nunca por cuanto describe con precisi¨®n el itinerario de uno de los mayores criminales de la historia".
El relato de H?ss, que, pese a su vileza, confirma punto por punto todos los horrores de Auschwitz, ha sido considerado tradicionalmente en medios neonazis y revisionistas una falsificaci¨®n o al menos una confesi¨®n arrancada a la fuerza y por tanto inaceptable, pero en sus memorias, el ex comandante no hace sino ratificar su testimonio en el proceso de N¨²remberg, donde declar¨®, con todas las garant¨ªas judiciales, como testigo de la defensa llamado por el abogado de Kaltenbrunner, el brutal y caracortada jefe de los servicios de seguridad del Reich (H?ss no lo hizo muy bien, o s¨ª, seg¨²n se vea: a Kaltenbrunner tambi¨¦n lo ahorcaron).
Nacido en Baden-Baden en una familia p¨ªa que quer¨ªa hacer de ¨¦l un sacerdote, H?ss, tras algunas dudas, prefiri¨® la vida militar. Con 15 a?os se alist¨® y luch¨® durante la I Guerra Mundial en Oriente Medio junto a los aliados turcos, defendiendo, entre otros lances, el ferrocarril del Hedjaz, por lo que podr¨ªa haberle pegado un tiro Lawrence de Arabia. Desgraciadamente no fue as¨ª. El muchacho se mostr¨® valiente, se convirti¨® en el suboficial m¨¢s joven del ej¨¦rcito alem¨¢n y gan¨® la Cruz de Hierro. En 1919 se uni¨® al Freikorps en el B¨¢ltico y en 1923 fue a parar a la prisi¨®n por un asesinato en el que tambi¨¦n estaba implicado Bormann, que le ayud¨® luego en su carrera. Liberado en 1928, Himmler le invit¨® en 1934 a unirse a las SS.
Las p¨¢ginas de H?ss, cuajadas de autojustificaciones y te?idas de una falsa sensibilidad que provoca n¨¢useas, incluyen perlas como cuando el SS confiesa que se mostraba tan duro e implacable para que no lo acusaran de d¨¦bil, pues en el fondo, mira t¨² que gran ser humano, "experimentaba una gran turbaci¨®n" ante los castigos corporales y asesinatos de deportados.
H?ss inici¨® su carrera de mast¨ªn en Dachau y luego pas¨® a Sachsenhausen, campo del que deja escritas "impresiones variadas y pintorescas", que incluyen palizas y ejecuciones. Pero es Auschwitz, claro, a donde lleg¨® para poner el campo en marcha en todo su horror, lo que m¨¢s aparece en sus memorias. "El mal ambiente de Auschwitz", dice, "me acab¨® transformando en otro hombre: me encerr¨¦ en m¨ª mismo y me hice duro e inaccesible". El SS nos adentra en el infierno del exterminio sin ning¨²n pre¨¢mbulo. De repente, ya est¨¢ "liquidando" a los gitanos. "No result¨® nada f¨¢cil hacerles entrar en la c¨¢mara de gas, ninguna ejecuci¨®n de jud¨ªos result¨® tan penosa". Asegura que los gitanos eran sus presos favoritos y que de no haber tenido que matarlos, vaya, se habr¨ªa interesado m¨¢s en su vida y costumbres. En cuanto a los jud¨ªos, asegura que nunca sinti¨® "personalmente" odio hacia ellos.
En 1941, escribe como de pasada, "el Reichsf¨¹hrer juzg¨® necesario proceder al exterminio de todos los jud¨ªos, sin excepci¨®n". Como en Auschwitz eran conscientes de su destino, su estado psicol¨®gico, dice, decay¨®, lo que, asegura el comandante, "explica en parte la elevada mortandad del colectivo". Leyendo eso uno casi lamenta que se limitaran a ahorcarlo.
Cuando Himmler le mand¨® en el verano de 1941 preparar Auschwitz para el exterminio en masa, escribe H?ss que le pareci¨® que en aquella orden "hab¨ªa algo monstruoso", pero los argumentos le hicieron pensar que las instrucciones quedaban perfectamente justificadas. Lo achaca al adoctrinamiento SS. "No pod¨ªa reflexionar: ten¨ªa que ejecutar la consigna, no pod¨ªa elaborar un juicio personal". Las "¨®rdenes en nombre del F¨¹hrer eran sagradas" y ¨¦l era "un soldado".
Los pasajes en que describe los gaseamientos son de ag¨¢rrate. Sin embargo, confiesa que se sinti¨® "tranquilizado" al ver que el Zyklon B, el preparado de cianuro usado en las c¨¢maras, era higi¨¦nico y mataba bien. "Un breve grito, casi ahogado y todo hab¨ªa terminado". Lo m¨¢s importante "era mantener una calma lo m¨¢s completa posible durante la operaci¨®n de llegada y desnudamiento". Entonces, "hasta los ni?os entraban jugando en las c¨¢maras de gas". Cuando alguna mujer se alteraba, "hab¨ªa que cogerlas r¨¢pido, llevarlas aparte y pegarles un tiro en la nuca".
H?ss, que viv¨ªa en el campo con su mujer y sus hijos, en plan El ni?o con el pijama de rayas, tiene momentos de un lirismo repulsivo: "Durante la primavera de 1942, miles encontraron la muerte en las c¨¢maras. Su salud era perfecta; los ¨¢rboles que rodeaban la instalaci¨®n estaban en flor. Ese cuadro en que la vida se codeaba con la muerte ha quedado en mi memoria". Todo el asunto del exterminio, asegura, le hizo infeliz en Auschwitz y provoc¨® en ¨¦l "impresiones imborrables y amplia materia de reflexi¨®n". Le ayudaba a vencer los escr¨²pulos, explica, hablar con Eichmann. O tomar copas con Mengele, que ya es pasatiempo. Es f¨¢cil percibir en todo ello un gran ejercicio de cinismo, cuando se le escapan expresiones como: "En Auschwitz no hab¨ªa tiempo para aburrirse". De hecho, entre tanta jeremiada -y perd¨®n por la expresi¨®n- uno se queda con la idea de que el mando del campo, su planificaci¨®n, construcci¨®n y administraci¨®n, fue, para ¨¦l, su mejor hora.
Al cerrar las memorias, dice que se mantiene fiel a la filosof¨ªa nacionalsocialista aunque reconoce que el exterminio de jud¨ªos "constitu¨ªa un error", pero m¨¢s que nada porque "despert¨® el odio de todo el mundo contra Alemania" y "permiti¨® a la juder¨ªa acercarse a su objetivo final".
De todo el libro acaso no hay nada peor que la frase final. Tras reflexionar sobre el hecho de que "el gran p¨²blico" le considere un s¨¢dico y el asesino de millones de seres humanos, anota: "Nunca comprender¨¢n que yo tambi¨¦n ten¨ªa coraz¨®n". Puaf.
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