Viaje a la infancia de la Tierra
Cuando regreso a Australia y sobrevuelo la bah¨ªa de Sydney, me gusta imaginar la primera vez que un europeo se topara con un canguro. Podr¨ªa ser uno de los espa?oles que costeara el norte de la isla con el capit¨¢n Torres, o un portugu¨¦s que recalara en la Bah¨ªa Bot¨¢nica con Crist¨®bal de Mendon?a o alg¨²n brit¨¢nico que surcara el Pac¨ªfico con el capit¨¢n Cook en su b¨²squeda de la Terra Australis. Pongamos, por ejemplo, a un tal McCallan que se aleja de su campamento y vuelve despavorido. "Hi mates you know? acabo de ver unos animales, grandes como burros saltando sobre las patas traseras". Los dem¨¢s tipos del grupo le debieron perdonar la vida: "Joroba, McCallan, te hemos dicho que no bebas tanto". Y McCallan, "que no t¨ªos, que tiene una bolsa en la barriga y lleva dentro a la cr¨ªa". "?Vete al diablo McCallan!".
NO HAY PA?S CON UN REGISTRO GEOL?GICO M?S VASTO SOBRE LA HISTORIA DE LA TIERRA
El significado de los estromatolitos podr¨ªa explicar la evoluci¨®n de la vida en EL PLANETA
El mundo mineral depara sorpresas sobre un mundo tan distinto del de hoy
Y lo mismo debi¨® de pasar con el ornitorrinco, y con el koala, y con el equidna y con tantos otros animales que, de no existir Australia, podr¨ªan estar embelleciendo el Manual de zoolog¨ªa fant¨¢stica de Borges. Toda esa extravagancia de la vida se debe a?que este continente se separ¨® de la Ant¨¢rtida hace 65 millones de a?os. Desde entonces -como la balsa de piedra de Saramago-, esta ¨ªnsula errante se desplaza con rumbo Noreste a la velocidad imperceptible con la que crece una u?a. Durante su singladura, toda la vida que comparti¨® una vez con la Ant¨¢rtida y Suram¨¦rica ha evolucionado aislada, creando una fauna ¨²nica en el planeta. Pero lo que me trajo esta vez a Australia es algo que ocurri¨® hace much¨ªsimo m¨¢s tiempo. Vine para enrolarme en un viaje a la Tierra primitiva, un duro viaje hasta lo m¨¢s rec¨®ndito del continente australiano, pero tambi¨¦n un fascinante viaje a trav¨¦s del tiempo y de la vida.
Como el resto de nuestro sistema solar, nuestro planeta tiene unos 4.500 millones de a?os de edad, 60 millones de a?os arriba o abajo. No hay en toda su superficie ning¨²n pa¨ªs que tenga un registro geol¨®gico m¨¢s vasto de esa historia que Australia. Desde Sidney hasta Perth se sobrevuelan desde los sedimentos m¨¢s recientes de la costa pac¨ªfica hasta las rocas que ba?a el ?ndico, en las que se encuentran los minerales m¨¢s antiguos de la Tierra, unos cristales de circ¨®n que tienen 4.360 millones de a?os. Aunque tambi¨¦n se conocen rocas arcaicas en Groenlandia y en Canad¨¢, las rocas sedimentarias m¨¢s antiguas, las que se formaron en los fondos de mares y lagunas y que, por tanto, pueden contener alguna traza de vida primitiva, tienen 3.800 millones de a?os. Esas rocas se encuentran escondidas en el remoto desierto de Australia Occidental, y hasta all¨ª me dirig¨ª junto con varios colegas australianos en el marco de una expedici¨®n patrocinada por la Radio Televisi¨®n de Andaluc¨ªa y la Casa de las Ciencias del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas. Mis colegas eran excepcionales: Malcolm Walter, director del Centro de Astrobiolog¨ªa de Australia, paleont¨®logo de la Universidad de Sidney y uno de los pioneros en la b¨²squeda de los restos de vida m¨¢s antiguos sobre la Tierra; Martin van Kranendonk, del Geological Survey of Western Australia, el mejor experto en la rocas arcaicas de Australia Occidental, Brett Neiland, bi¨®logo molecular, y Stephen Hyde, matem¨¢tico de la Universidad Nacional de Australia que se dedica, como yo, al estudio de las formas naturales, a entender c¨®mo se crean y aplicar ese conocimiento a la detecci¨®n de vida primitiva.
Usted habr¨¢ pasado r¨¢pidamente por esas cifras -4.500, 3.800, 4.360 millones de a?os- sin reparar en la escala de tiempo de la que hablan. No se preocupe, le pasa a la mayor¨ªa de los cient¨ªficos, e incluso, a algunos ge¨®logos. Veamos c¨®mo solucionarlo. Por los restos del Homo antecessor encontrados en Atapuerca sabemos que los hom¨ªnidos se paseaban por Europa hace algo m¨¢s de un mill¨®n de a?os. Vale, hace mucho tiempo. Pero eso fue hace s¨®lo uno de esos 4.500 millones de a?os que tiene la Tierra. Pensemos en otro ejemplo: la palabra dinosaurio nos trae a la mente tiempos remot¨ªsimos, una fauna extinta y paisajes de mundos perdidos. Pero los dinosaurios se extinguieron hace s¨®lo 60 de esos 4.500 millones de a?os. Un ¨²ltimo ejemplo: los f¨®siles m¨¢s antiguos conocidos hasta hace tres d¨¦cadas ten¨ªan 600 millones de a?os. Pertenecen a un yacimiento extraordinario en las colinas de Ediacara, cerca de Adelaida, en el sur de Australia, y revelan, sin g¨¦nero de dudas, que la Tierra estaba poblada entonces por seres vivos complejos. Pero eso ocurri¨® hace s¨®lo 600 millones de a?os. ?Qu¨¦ pas¨® durante los casi 4.000 millones de a?os anteriores? ?Qu¨¦ tipo de organismos precedieron a esos primeros animales invertebrados? Y la pregunta del mill¨®n: ?Desde cu¨¢ndo existe vida en este planeta y c¨®mo apareci¨®? Todo lo que podemos saber sobre la historia de la vida en la Tierra est¨¢ contenido en las rocas. Esa es nuestra fabulosa m¨¢quina del tiempo. La dificultad de nuestro viaje a la infancia del planeta reside en que, a medida que buscamos en rocas m¨¢s antiguas, los trazos que la vida dej¨® en ellas son menos y m¨¢s dif¨ªciles de detectar, y desgraciadamente, tambi¨¦n m¨¢s ambiguos. Entonces, ?qu¨¦ se?ales de vida pueden guardar las piedras arcaicas?
Lo ideal ser¨ªa encontrar microf¨®siles, estructuras microsc¨®picas org¨¢nicas m¨¢s peque?as que una m¨ªnima mota de polvo cuyas formas sinuosas, curvas, helicoidales, nos hablaran de su origen biol¨®gico. Se han encontrado, pero resulta que Stephen Hyde y yo hemos demostrado, tras una fuerte controversia, que la frontera entre las formas de la vida y las del mundo mineral no es tan n¨ªtida como se pensaba; que se pueden crear microestructuras puramente minerales que emulan las formas y la qu¨ªmica de los posibles restos de vida primitiva. Esas estructuras sint¨¦ticas que llam¨¦ biomorfos, y los experimentos de Tom McCollom, de la Universidad de Boulder, en Colorado, que descartan el uso de la qu¨ªmica isot¨®pica, nos dejaban sin herramientas para detectar la vida primitiva y ponen en entredicho la edad que suelen dar los libros de texto para su origen. Por eso, lo que quer¨ªamos estudiar ahora en Australia son unas estructuras de gran tama?o, a veces de hasta un metro de alto, que, seg¨²n mis compa?eros de viaje Malcolm Walter y Martin van Kranendonk, podr¨ªan ser edificios de piedra construidos por organismos primitivos. Malcolm lleva a?os defendiendo que esas estructuras son similares a unos mont¨ªculos con el interior laminado que se forman actualmente en pocos lugares del planeta, pero especialmente en la Bah¨ªa del Tibur¨®n, y ¨¦sa ser¨ªa nuestra primera parada en este viaje que comenz¨® en Perth, la capital del oeste australiano.
Desde Perth, volando mil kil¨®metros al norte se llega hasta Carnarvon, y desde all¨ª, en todoterreno, hasta una de las haciendas -aqu¨ª las llaman stations- donde nos alojar¨ªamos un par de noches. Carbla Station tiene un tama?o similar al del Pa¨ªs Vasco y la gobierna una pareja de ganaderos de veintipocos a?os cuyos vecinos m¨¢s pr¨®ximos viven a decenas de kil¨®metros. All¨ª, en unas barracas de hojalata nos esperaban los mismos catres sobre los que descansaron los esquiladores de ovejas merinas que recorr¨ªan estas haciendas, la misma ducha y aseo que compart¨ªan y una casita con cocina y mesa corrida en la que escuchar a gente brava contar las historias de esta tierra. Al alba nos dirigimos hacia la costa y all¨ª estaba, espl¨¦ndida, la Bah¨ªa del Tibur¨®n.
Es un recoveco natural que el oc¨¦ano ?ndico ha dibujado en la costa noroeste del continente, donde la evaporaci¨®n provocada por la fuerte insolaci¨®n ha creado unas aguas esmeraldas tan saladas, que pocos organismos pueden sobrevivir en ellas. A la orilla de la playa, cubierta intermitentemente por la marea, se forma una alfombra mucosa excretada por unos microorganismos, unas algas fotosint¨¦ticas muy primitivas que -al amparo de la salinidad- abundan en esta bah¨ªa. Las peque?as part¨ªculas de arena suspendidas en el agua se pegan a esa mucosidad y quedan cementadas por el carbonato c¨¢lcico. Esa capa p¨¦trea impide el paso de la luz, por lo que una nueva capa de vida se forma sobre ella, volviendo a crear una nueva alfombra de esa secreci¨®n pegajosa que fija la arena. As¨ª, capa tras capa, se van generando unos mont¨ªculos en forma de champi?¨®n que al cortarlos muestran su interior formado por capas conc¨¦ntricas, como el de una cebolla. A estas estructuras supieron ponerle nombre: estromatolitos, que en griego quiere decir rocas laminadas. Oir¨¢n hablar de los estromatolitos en el futuro, porque de su significado exacto depende la historia de la vida sobre la Tierra. Buceando entre ellas no nos cabe duda de que aunque esas rocas no sean organismos, ni siquiera esqueletos minerales como la concha de un caracol o nuestros huesos, son claramente estructuras creadas por intervenci¨®n de la vida. De vuelta a Carbla Station, tras doce horas de trabajo a m¨¢s de cuarenta grados, no hay mal catre que impida un sue?o profundo.
Ahora empezaba el verdadero viaje en el tiempo hasta esas otras estructuras que para Malcolm y Martin son estromatolitos construidos hace miles de millones de a?os. Para encontrarlos hab¨ªa que recorrer tres mil kil¨®metros a trav¨¦s del outback, el remoto y ¨¢rido interior de Australia que llaman never never, caminar bajo un sol de justicia sobre piedras y arenas que nadie ha pisado y descansar en el suelo ocre salpicado de spinifex de la sabana australiana. La primera etapa de la ruta consist¨ªa en unos interminables 1.200 kil¨®metros hasta llegar a la formaciones de hierro bandeado de la sierra de Hamersley. Acampamos en el parque nacional Karajini, un oasis en el que las aguas han creado profundas gargantas cuyas paredes dejan al descubierto rocas dispuestas en bandas de color rojo y verde, de ¨®xidos de hierro y de s¨ªlice. Bandas de espesor milim¨¦trico y centim¨¦trico formadas hace 2.500 millones de a?os que se pueden seguir a lo largo de cientos de kil¨®metros y cuyo origen, ya sea biol¨®gico o geol¨®gico, es uno de los mayores enigmas de la geolog¨ªa. Las dos noches en la garganta Dales estuvieron marcadas por los aullidos de los dingos, esos curiosos perros ladrones que merodeaban por el campamento, pero por el extraordinario privilegio de estudiar las rocas bandeadas en estanques paradisiacos, como Fern Pool, o en cataratas como las de Fortescue, mereci¨® la pena el duermevela.
Dejamos el parque nacional de Hamersley por la autov¨ªa del Norte hasta la venta Auski, para tomar la carretera privada de la compa?¨ªa BHP Billiton, buscando unas rocas que Malcolm ha sido el primero en estudiar. Seg¨²n sus trabajos, esos estromatolitos fueron sepultados por una lluvia de cenizas de una erupci¨®n volc¨¢nica que ocurri¨® hace unos 2.700 millones de a?os. Por eso llam¨® Knossos a esa localidad.
Subimos a la colina de Knossos para tomar muestras, y desde all¨ª vimos serpentear los largos trenes de hasta siete kil¨®metros que transportan pesadamente el mineral a Port Hedland. Al otro lado de la v¨ªa, a unos tres kil¨®metros, descubrimos una nueva formaci¨®n estromatol¨ªtica cuyas fascinantes estructuras se preservan tan excepcionalmente que arrojar¨¢n mucha informaci¨®n sobre c¨®mo era la Tierra primitiva. Acordamos llamarle Andalusians Hill -la Colina de los Andaluces-. Fue un d¨ªa extenuante, pero para el descanso nos esperaba un lugar m¨¢gico bajo la noche estrellada del hemisferio Sur. Est¨¢bamos en Gallery Hill, un paisaje gran¨ªtico donde los abor¨ªgenes dibujaron, punzando roca sobre roca, enigm¨¢ticas figuras que conforman toda una galer¨ªa de arte primitivo.
Ya nos acerc¨¢bamos a nuestro principal objetivo. Tras una noche en una mina abandonada por el hombre, pero colonizada por serpientes, llegamos a Marble Bar (Barra de M¨¢rmol) el pueblo creado en 1893 en medio de una nada que ten¨ªa oro, al?que err¨®neamente da nombre una inmensa barra de s¨ªlice bandeado (no de m¨¢rmol) en el lecho del r¨ªo Coongan. Esa barra contiene una informaci¨®n preciosa y controvertida sobre la cantidad de ox¨ªgeno que conten¨ªa la atmosfera hace 3.500 millones de a?os. Unas cervezas en el Ironclad -un hotel de chapa ondulada de finales del XIX que a¨²n mantiene el tipo de la ¨¦poca- y seguimos hasta North Pole (Polo Norte), nombre digno del talante de los australianos, que se atreven a vivir en un erial donde la temperatura supera los 40 grados cent¨ªgrados durante m¨¢s de seis meses al a?o.
Tras una caminata hasta la formaci¨®n Dresser, nuestros todoterrenos dif¨ªcilmente lograron llegar al lecho seco del r¨ªo Shaw, desde donde subimos a la colina en la que se encuentra la formaci¨®n llamada Strelley Pool. All¨ª estaban las estructuras estromatol¨ªticas de m¨¢s de 3.400 millones de a?os, probablemente el vestigio m¨¢s antiguo de la vida sobre la Tierra. Probablemente.
El principal problema con el que se encuentran Malcolm y Martin para convencernos de que las estructuras estromatol¨ªticas de North Pole son de origen biol¨®gico es que en ninguna de ellas se ha encontrado jam¨¢s ning¨²n resto de los organismos que las formaron, ni tampoco de mol¨¦culas org¨¢nicas que resultaran de la degradaci¨®n de esos organismos. Si se calcula que en la Bah¨ªa de los Tiburones existen varios millones de cianobacterias y otras arqueas por metro cuadrado, ?d¨®nde est¨¢n los restos de los organismos que formaron las estructuras arcaicas de North Pole? Dec¨ªa Carl Sagan que cuando se reivindican descubrimientos extraordinarios, las evidencias que se presenten tambi¨¦n han de ser extraordinarias. Estamos hablando, ni m¨¢s ni menos, de ponerle fecha de nacimiento a la vida en este planeta, e incluso de saber si la vida se cre¨® aqu¨ª o tuvo que llegar desde otro lugar en el universo. Para eso se han de buscar pruebas contundentes, absolutamente inequ¨ªvocas del origen biog¨¦nico de esos estromatolitos arcaicos, es decir, de demostrar que fue la vida la que ayud¨® a crear esos domos fractales. O demostrar lo contrario, que la vida no tuvo nada que ver con ellos. Como experto en morfog¨¦nesis de materiales, ¨¦se es mi papel en esta aventura: imaginar, con la ayuda de Stephen, posibles mecanismos que pudieran explicar las estructuras estromatol¨ªticas por medios puramente f¨ªsico-qu¨ªmicos, sin necesidad de acudir a la fuerza de la vida. No es f¨¢cil, porque no conocemos hoy casi ning¨²n mecanismo que genere siquiera algo similar. Pero no decaemos en el empe?o porque tambi¨¦n sabemos que el mundo mineral nos depara sorpresas, sobre todo, de un mundo que debi¨® de ser tan distinto del de hoy.
Por la noche, tras un ba?o inolvidable en la poza que da nombre a la formaci¨®n rocosa, nos pusimos a imaginar c¨®mo ser¨ªa la Tierra hace 3.400 millones de a?os, seg¨²n las rocas de North Pole. Ten¨ªamos delante de nosotros rocas sedimentarias, por lo que sabemos que se formaron en el agua. Estamos sin duda ante una laguna o un mar somero, ya que el agua l¨ªquida a¨²n se deb¨ªa estar condensando progresivamente en la superficie del planeta y no exist¨ªan a¨²n grandes continentes. En la tierra emergida no hab¨ªa vegetaci¨®n, ni tampoco -por supuesto- animales. No escuchar¨ªamos ning¨²n ruido, excepto el vaiv¨¦n del agua rompiendo en las orillas, movida por una Luna que ya giraba alrededor de su madre, la Tierra. Tambi¨¦n oir¨ªamos la lava de los volcanes crepitar al contacto con las aguas y, muy frecuentemente, el impacto de un meteorito sobre la Tierra o el agua. Nada m¨¢s oir¨ªamos. La temperatura deb¨ªa de ser a¨²n m¨¢s alta de los 50 grados cent¨ªgrados que soportamos ahora en North Pole, porque aunque el Sol era menos brillante, la Tierra a¨²n guardaba el calor de su infancia y la atm¨®sfera, rica en CO2,hac¨ªa efecto invernadero. Las aguas someras, saturadas en carb¨®nico, no a¨²n en ox¨ªgeno, eran -quiz¨¢- m¨¢s salobres que ahora, eran salmueras que reaccionaban con los metales vomitados por el interior de la Tierra para crear part¨ªculas de carbonatos que se decantaban formando un fango viscoso que podr¨ªa deformarse empujado por el crecimiento de grandes cristales.
Las rocas australianas nos cuentan que en ese paisaje que acabo de pintar con trazo grueso se formaron los estromatolitos. Queda por demostrar fehacientemente si fue la vida quien lo hizo, si ya hab¨ªa emergido de ese mundo mineral y estaba preparada para conquistarlo. Seguro que las rocas que cargamos con nosotros de vuelta hasta nuestros laboratorios nos ayudar¨¢n a contestar a esa pregunta. P
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