"?Masaje 'ah¨ª'?"
Los centros de est¨¦tica que ofrecen servicios sexuales proliferan en Barcelona
No han transcurrido ni cinco minutos de sesi¨®n cuando Ana -as¨ª se hace llamar la masajista china del local- lanza la pregunta que repetir¨¢ hasta la saciedad: "?Masaje ah¨ª?". Lo que Ana pregunta al cliente es si desea que sus manos se deslicen un poco m¨¢s abajo de su espalda, hasta la zona de los genitales, para masturbarle. "Veinte euros, yo masaje ah¨ª. T¨² muy cansado de trabajar", insiste Ana, que anda descalza por el diminuto habit¨¢culo de paredes color salm¨®n mientras practica un masaje deficiente y doloroso.
El llamado masaje con final feliz no es una leyenda urbana: se practica en peluquer¨ªas, centros de est¨¦tica y locales de masaje y sauna de Barcelona. Hace a?os, los clientes eran, igual que los due?os, chinos. Pero con el tiempo, se han abierto a las necesidades locales: varones de edad avanzada que buscan a su chica de confianza a ¨²ltima hora de la tarde. La mayor¨ªa de los prost¨ªbulos encubiertos est¨¢n en el distrito del Eixample, alrededor del ¨¢rea conocida como Chinatown.
Por supuesto, en los locales es posible cortarse el pelo o arreglarse las u?as de los pies. Pero existe un segundo nivel de negocio, llevado por unos y otros de la forma m¨¢s discreta. "Nadie va all¨ª a darse un masaje, ?lo hacen fatal!", detalla con iron¨ªa un polic¨ªa. Los contactos sexuales no son completos: los clientes buscan aliviar tensiones con una masturbaci¨®n r¨¢pida o, a lo sumo, una felaci¨®n, detallan fuentes policiales.
Ana, que lleva cuatro meses trabajando en el establecimiento de Gran Via, extiende un jab¨®n de manos barato por la espalda antes de rebajar la oferta inicial: "Diez euros, yo masaje ah¨ª bueno", dice mientras acerca su rostro al del cliente. "Y tus jefes, ?saben lo que haces aqu¨ª dentro?". "Ellos s¨®lo cobran masaje. Lo otro es para m¨ª". Sonr¨ªe.El funcionamiento de los negocios es simple: los propietarios se quedan con el dinero que el cliente paga por el masaje al final de la sesi¨®n. Cada local fija sus precios. Media hora de masaje suele costar 10, 15 o 20 euros. El extra, que es lo que en realidad mueve a la mayor¨ªa de los usuarios hasta las peluquer¨ªas, va a parar de forma ¨ªntegra a los bolsillos de la masajista. ?sta negocia desde una posici¨®n de debilidad: su primera oferta son 20 euros, pero suele bajar a 10. E incluso a cinco.
Un responsable de investigaci¨®n en materia de extranjer¨ªa del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa subraya que detr¨¢s de estos locales no existen grupos organizados. "Las mafias se dedican a negocios m¨¢s suculentos". Se trata, pues, de una econom¨ªa de necesidad, en la que la seudomasajista -su formaci¨®n en este campo es nula- ejerce la prostituci¨®n
En Barcelona existen alrededor de 30 centros de est¨¦tica gestionados por chinos. Cada uno posee sus propias reglas. Algunos no aceptan el pago por sexo. Puede ocurrir que, en un mismo local, una trabajadora acepte practicar el final feliz y otra se niegue. Y aunque las conexiones entre locales son escasas, s¨ª se pasan clientes. "Cuando un hombre pide un masaje y en la peluquer¨ªa no se lo ofrecen, le llevan a la direcci¨®n adecuada", detalla el responsable policial.
Pero los clientes no fallan. Son fieles: cuando toman confianza con un local, repiten. Los m¨¢s asiduos a las peluquer¨ªas chinas han dise?ado incluso fichas t¨¦cnicas que han colgado en Internet. De esa forma, comparten con otros usuarios informaci¨®n sobre los locales -si son limpios y discretos, si disponen de hilo musical o aire acondicionado-, sobre las mujeres -si son altas o bajas, guapas...- y sobre los precios.
Hace meses, la Guardia Urbana y la Polic¨ªa registraron 18 locales en cinco distritos, sospechosos de realizar actividades econ¨®micas no autorizadas. S¨®lo dos de los 50 clientes encontrados reconocieron que hab¨ªan ido a buscar su final feliz y apenas se hallaron un par de condones. "Es dif¨ªcil de probar, no podemos usar c¨¢maras", se?ala el jefe policial. El Ayuntamiento impuso sanciones a algunos locales, pero a¨²n no son firmes.
El local donde Ana trabaja, por ejemplo, no llega a ser s¨®rdido, pero s¨ª cutre. La entrada oscura da acceso a un pasillo con habitaciones a ambos lados. Las estancias, de dos metros cuadrados, tienen camilla, un rollo de papel continuo (se cambia con cada nuevo cliente), un ambientador y una percha. Ana pide que, al menos, al salir el cliente hable bien de ella a su jefe. "As¨ª, la pr¨®xima vez tu masaje ah¨ª m¨¢s barato".
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