Sobre el presente del pasado
Contra lo que opinan algunos pensadores intoxicados de futuro, seguramente es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero s¨®lo porque ya ha pasado y por lo tanto es irremediable, lo que le da ventaja sobre la incertidumbre del presente y tambi¨¦n una indudable superioridad sobre el futuro cuya opacidad permite que en su nombre se enriquezca el ej¨¦rcito de la publicidad. Al fin y al cabo el verso lo escribi¨® un joven de treinta y pocos a?os cuyo padre muerto no precisaba de copla alguna, pero s¨ª de un canto f¨²nebre que celebrara el alivio que supone entrar en el pasado para siempre.
Sin embargo, quiz¨¢s esta suavidad emocional del pasado sea s¨®lo aplicable a los grandes conjuntos. Sin excepci¨®n, el pasado de todos los muertos fue mejor que su presente. Lo que viene a decir que la inquietud de los vivos es preferible a cualquier tiempo futuro o pasado, aunque no sea lo mejor. Otro poeta muy distinto de Manrique lo expuso con propiedad bancaria: "Todo tiempo es irredimible", porque pasado y futuro est¨¢n siendo constantemente generados por el terror del presente, el cual trata de ser m¨¢s llevadero gracias a sus engendros. Y a¨²n otro poeta, tan distinto de Eliot, le dio forma de epitafio: es la eternidad lo que nos cambia en nosotros mismos, dijo ("Tel qu'en lui m¨ºme", etc¨¦tera). Nos cambia de modo concluyente porque ya no podremos rectificar el yo que ¨ªbamos siendo antes de morir.
En los pueblos amurallados contra lo ajeno todo tiempo pasado fue mejor para los muertos
Estos poetas han comprendido el fardo que soportamos para caminar en el presente, a saber, que el pasado s¨®lo es mejor porque siempre est¨¢ acabado y el futuro no se acaba nunca. Dos condenas penos¨ªsimas que nos dejan a solas con nuestro presente, engendrando pasados y futuros que nos justifiquen. Pero si no so?amos, si hurgamos en la materia muerta que es para nosotros lo concluido, topamos con algo a¨²n m¨¢s desolador: el placer y el dolor, el gozo y el sufrimiento, la satisfacci¨®n y el resentimiento, son los mismos para cada cual, aunque puedan componerse ideales pinturas de un feliz pasado colectivo. Uno a uno, nadie que haya vivido recibi¨® m¨¢s que nosotros; tampoco ninguno de nosotros recibir¨¢ m¨¢s de lo que reciban sus sucesores. La econom¨ªa del gozo y el dolor gestiona una materia prima discreta. El reparto es siempre equitativo. Hay novedades contra el pasado, como la aminoraci¨®n del dolor gracias a los f¨¢rmacos, pero s¨®lo es una mejora para los grandes conjuntos. Uno a uno, aquellos que se han librado de un dolor que antes no pod¨ªa aliviarse, no por ello han aumentado el calibre de su felicidad, porque ¨¦sta, como la desdicha, siempre es la misma y de igual peso, azarosa y sin medida. No hay ciencia de lo particular.
Mi padre a¨²n conoci¨® la diligencia cuando de ni?o la familia tomaba sus vacaciones veraniegas. Tardaban dos d¨ªas en llegar a La Selva, donde mis abuelos encontraban algo de frescor para las cinco criaturas. Era un viaje infernal que los cubr¨ªa de polvo, sudor y fatiga, destrozaba los nervios de los padres y enloquec¨ªa a los ni?os que, en aquellos a?os del primer tercio del siglo XX, deb¨ªan adem¨¢s callar y ahogar el llanto porque un ni?o era s¨®lo un ni?o y no una lujosa mercanc¨ªa. Sin embargo, no me cabe duda de que el viaje, comparado con la hora escasa que hoy viene a durar en coche, no era peor para cada uno de aquellos personajes. S¨®lo en t¨¦rminos colectivos podr¨ªa decirse (y a¨²n esto ser¨ªa dudoso) que el invento del autom¨®vil ha tra¨ªdo una gran felicidad a las familias que toman vacaciones en agosto. ?Mayor felicidad? En el mejor de los casos, la misma.
Vivimos inmersos en la persuasi¨®n de que la Segunda Rep¨²blica espa?ola fue un momento esplendoroso y que debe restablecerse lo antes posible. Olvidamos que esa restituci¨®n deber¨ªa expulsar al 80% de la poblaci¨®n a las faenas agr¨ªcolas, someter a otra buena parte a la malaria, el bocio, la pelagra o la lepra y convertir a la casi totalidad de la poblaci¨®n en analfabeta. Porque lo uno iba con lo otro y de no haber sido as¨ª nos habr¨ªamos ahorrado una guerra civil. Si se eliminan enso?adamente las condiciones materiales del pasado, entonces no es que todo tiempo pasado haya sido mejor, sino que el presente es s¨®lo la ruina que queda en un campo arrasado. Los vivos ser¨ªamos el esti¨¦rcol de una tierra en la que s¨®lo florecen los muertos.
Los sue?os colectivos de un pasado ideal son el delirio que viene a salvar la escatolog¨ªa cat¨®lica. Son tambi¨¦n una renovaci¨®n de la fusta reaccionaria, aunque ahora la Gloria eterna predicada por el p¨¢rroco sea el Glorioso pasado predicado por los pol¨ªticos nacionales que soportan mal lo h¨ªbrido y movedizo del presente. La necesidad de certezas empuja a quien tiene coraz¨®n de rumiante a buscar refugio en cualquier Para¨ªso hist¨®rico.
Todo lo cual me asalta tras la lectura de un libro que hubo de esperar 20 a?os a que lo abriera, pero el presente es justo: yo ten¨ªa que abrirlo ahora y de haberlo le¨ªdo antes es probable que no me hubiese conmovido. El notario sardo Salvatore Satta, jurista de la gran tradici¨®n romana, dej¨® entre sus pertenencias un manuscrito que, tras ser editado por su heredero, se convirti¨® en uno de los retratos m¨¢s exactos, desolados, piadosos, sagaces e implacables de la vida en las peque?as ciudades a comienzos del siglo pasado. La ciudad era Nuoro, en el centro de Cerde?a, pero bien pod¨ªa haber sido Vich, Cuenca, Pamplona o Vigo.
Todas aquellas ciudades provinciales, sin apenas comunicaci¨®n con los din¨¢micos centros del capital, sin televisiones, radios, tel¨¦fonos, y s¨®lo las m¨¢s afortunadas con un diario, viv¨ªan como si la Revoluci¨®n Francesa no hubiera existido. Es la Vetusta de Clar¨ªn, el Palermo de Lampedusa, la Mallorca de Bearn, el mundo asfixiado, cerril, profundamente mal¨¦volo de Madame Bovary, que se prolong¨® hasta la Segunda Guerra Mundial. Para Satta, ese tiempo pasado no fue mejor.
En Nuoro s¨®lo hay un sentimiento de relaci¨®n y es el odio. As¨ª se mantienen unidas las personas en prieta granada de hostilidad, pero tambi¨¦n es el odio la pasi¨®n que los api?a frente al forastero.
Su identidad se forja con el odio mutuo y el odio a lo extra?o, aunque para aquella gente era extranjero quien viv¨ªa a 20 kil¨®metros, por no hablar de Italia, ente hiperb¨®lico que s¨®lo generaba sarcasmos. Cuando en alguna ocasi¨®n aterrizaba por all¨ª un funcionario italiano se generaba una comedia de enredo a lo Gogol, h¨ªbrida de agasajo usurario y befa aldeana. El funcionario ten¨ªa la impresi¨®n de haber sido lanzado sobre ?frica y hu¨ªa espantado.
A¨²n es posible percibir esa atm¨®sfera irrespirable, tan agudamente descrita por el notario Satta en Il giorno del giudizzio (hay edici¨®n espa?ola en Anagrama), conservada intacta en algunas sociedades lev¨ªticas, pero ciertamente fue la extensi¨®n de la metr¨®polis tecnificada, hasta ocupar la totalidad del territorio, lo que limpi¨® a las ciudades provincianas de su telara?a feudal y esa forma perversa del miedo que es el odio al forastero.
Creo que puede decirse que las poblaciones del odio han sido mejoradas por el tiempo presente gracias a la debilitaci¨®n de los mitos locales (por la potencia de los mitos medi¨¢ticos), si bien subsisten las castas y sus altares m¨ªticos.
No obstante, es probable que los habitantes de las regiones del rencor colectivo, tomados uno a uno, no por vivir inmersos en el odio vivieron un ¨¢pice m¨¢s de desdicha que sus sucesores, porque todo tiempo es irredimible para cada cual. S¨ª, es cierto: en los pueblos amurallados contra lo ajeno, pueblos endog¨¢micos de alma bovina, todo tiempo pasado fue mejor para los muertos.
F¨¦lix de Az¨²a es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.