Erupci¨®n en un mundo congelado
Estoy sentado al borde de la carretera, El conductor cambia la rueda.No me gusta el lugar de donde vengo.No me gusta el lugar a donde voy. ?Por qu¨¦ miro el cambio de rueda con impaciencia?Bertolt Brecht, Eleg¨ªas de Buckow
Brecht escribi¨® este poema en 1953, poco despu¨¦s de la brutal represi¨®n del levantamiento popular en Berl¨ªn Oriental contra los sovi¨¦ticos. Un episodio que afect¨® profundamente al dramaturgo, que hab¨ªa elegido instalarse en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) -la opci¨®n "antifascista"- a la vuelta de su exilio en Estados Unidos. En otro de los poemas de sus Eleg¨ªas de Buckow ironiza sobre la traici¨®n del partido al pueblo. "Que disuelvan al pueblo y lo vuelvan a convocar", escribe.
La gerontocracia que gobernaba aquella suerte de Estado neoprusiano fue a parar directamente al desv¨¢n de la historia
Incluso el gran h¨¦roe de la reunificaci¨®n, Kohl, cay¨® en desgracia al descubrirse el esc¨¢ndalo de la financiaci¨®n de su partido
Brecht muri¨® en 1956. Pese a su desencanto con aquel Estado estalinista, probablemente nunca hubiera imaginado que la deriva del experimento llevar¨ªa, en 1961, a la construcci¨®n de un muro de hormig¨®n aderezado con alambradas y minas antipersonales, vigilado por tiradores de ¨¦lite que disparaban a matar, destinado a encerrar a sus ciudadanos y evitar que se fugaran de la patria comunista.
Pero la guerra fr¨ªa impuso su l¨®gica. Berl¨ªn qued¨® dividido por un muro; Alemania, por una frontera impenetrable, y Europa, por lo que Churchill bautiz¨® con audacia shakesperiana como el tel¨®n de acero.
El glacis lo abarcaba todo. La "coexistencia pac¨ªfica" aliment¨® la sensaci¨®n de que el mundo bipolar no pod¨ªa desvanecerse. Pero la tediosa batalla subterr¨¢nea que se jugaba en los tableros de ajedrez de la pol¨ªtica internacional creaba sinergias, abr¨ªa brechas y generaba espacios. La decisi¨®n de Ronald Reagan, cuando accedi¨® a la presidencia de Estados Unidos en 1980, de subir la apuesta para arruinar econ¨®micamente a Mosc¨² funcion¨®.
La patria del comunismo se pudri¨® por dentro. La Uni¨®n Sovi¨¦tica se convirti¨® en un poblado de Potemkin, uno de esos decorados de cart¨®n piedra que el gran general y amante de Catalina la Grande hac¨ªa construir para que su soberana creyera que el pa¨ªs marchaba viento en popa. La llegada de Mija¨ªl Gorbachov al poder era el ¨²ltimo intento de forzar una reforma. Pero si Rusia y los dem¨¢s pa¨ªses de su ¨®rbita pod¨ªan seguir existiendo sin ser comunistas, ¨¦ste no era el caso de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA), que s¨®lo ten¨ªa sentido como modelo alternativo a la otra Alemania.
Fue la rebelde Hungr¨ªa la que, a principios del verano, abri¨® la brecha en su frontera con Austria, lo que aprovecharon decenas de miles de alemanes orientales para abandonar el pa¨ªs e instalarse en Occidente. Pero el secretario general del Partido Socialista Unificado (SED) de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA), el anciano y enfermo Erich Honecker, sigui¨® como si no pasara nada y en octubre celebr¨® con gran pompa los 40 a?os de existencia de la patria del socialismo cient¨ªfico. Fue entonces cuando su invitado, Gorbachov, proclam¨® ante las multitudes que le aclamaban -y le ped¨ªan ayuda- que "aquellos que llegan con retraso son castigados por la vida".
Aquel oto?o fue extraordinariamente tibio, al igual que el invierno que le sigui¨®. Los alemanes orientales sal¨ªan a la calle y dec¨ªan alto y fuerte: "Somos el pueblo", mientras segu¨ªan pas¨¢ndose a Occidente. En Bonn, la capital federal, se negociaba la salida de los que se refugiaban en las embajadas de Praga, Budapest o Varsovia, y se les acog¨ªa en la RFA. Pero nadie contemplaba la posibilidad de que aquel tinglado, incluido el muro, se viniera abajo con estruendo. "Ser¨ªa la tercera guerra mundial", dec¨ªan.
Todo el mundo sabe lo que sucedi¨® el 9 de noviembre: el muro cay¨® y no fue Armaged¨®n. Ni un tiro. Fue una fiesta por todo lo alto. Wahnsinn, una locura. En el origen de aquel acontecimiento, que aceler¨® de forma irreversible el derrumbe del Imperio sovi¨¦tico, no hab¨ªa m¨¢s que un error, consecuencia del nerviosismo y el desconcierto que embargaba a los l¨ªderes de la RDA. Cuando G¨¹nter Schabovski, entonces portavoz del Politbur¨® del SED, proclam¨® la libertad para viajar al otro lado e incluso indic¨® que la medida entraba en vigor ab sofort, inmediatamente, no sab¨ªa lo que estaba diciendo ni pretend¨ªa decir lo que dijo. Pero la conclusi¨®n que sacaron los periodistas presentes en la confusa conferencia de prensa fue que el muro, al menos virtualmente, dejaba de existir.
El eco fue inmediato y se propag¨® a gran velocidad. Las radios y televisiones lo repet¨ªan, y los berlineses de un lado y otro empezaron a dirigirse hacia el muro. Los guardias fronterizos llamaban a sus superiores, oficiales de grado intermedio, que les transmit¨ªan su desesperaci¨®n ante el silencio de la c¨²pula del Estado. Cuando ya eran miles los que esperaban a uno y otro lado y la situaci¨®n empezaba a ser peligrosa, el oficial al mando del paso fronterizo de la Bornholmerstrasse decidi¨® abrir las puertas. Checkpoint Charlie, Invalidenstrasse, Sonnen Allee, Chausseestrasse? siguieron.
Recordar aquella noche es la memoria de la euforia, del ¨¦xtasis, de los ojos iluminados, de los gestos exaltados, los brazos golpeando el aire y el cielo, las l¨¢grimas y las risas. Esa imagen, en torno a la medianoche, de cientos de personas de uno y otro lado bailando encima de la gruesa muralla de la Puerta de Brandeburgo quedar¨¢ como la del instante en que se alcanz¨® el ¨¦xtasis.
Nada de aquello estaba previsto. Al poder le cogi¨® con el paso cambiado. El canciller Helmut Kohl estaba de visita oficial en Varsovia y se neg¨® a cambiar su programa. Cuando lleg¨® a Berl¨ªn 24 horas m¨¢s tarde, le abuchearon. En Par¨ªs y Londres se impuso un cierto desasosiego. S¨®lo en Washington parec¨ªan tener alguna idea de lo que pasaba -Walters estaba ansioso por llegar a Berl¨ªn rompiendo el protocolo-, y probablemente tambi¨¦n en Mosc¨².
Pero tras unos primeros d¨ªas de descontrol -los justos-, las cartas quedaron sobre la mesa y a disposici¨®n de quien quisiera utilizarlas. En diciembre, Kohl llegaba a Dresde para entrevistarse con el en¨¦simo l¨ªder de repuesto de la RDA, el reformista Hans Modrow, que hab¨ªa sustituido a Krenz, y se sorprend¨ªa ante las ovaciones de los ciudadanos que ya no coreaban "somos el pueblo", sino "somos un pueblo". La unificaci¨®n estaba all¨ª, al alcance de la mano. Unas semanas m¨¢s tarde volaba a Yalta junto a su mano derecha Horst Teltschick y pactaba la retirada de las tropas sovi¨¦ticas con Gorbachov.
El proceso tom¨® una velocidad inaudita, como s¨®lo se adquiere cuando la historia se acelera y un mundo muere y otro nace. En marzo de 1990 se celebraron las primeras elecciones democr¨¢ticas de la RDA, ganadas por la CDU gracias al reclamo del canciller y su cuerno de la abundancia. En julio, Bonn pag¨® la unificaci¨®n cambiando un robusto marco federal por cada uno de los depauperados marcos orientales que los ciudadanos de la RDA guardaban en el banco, diez veces lo que se pagaba en el mercado negro. En octubre, Alemania se reunificaba.
La gerontocracia que gobernaba aquella suerte de Estado neoprusiano fue a parar al desv¨¢n de la historia. Honecker tuvo que huir a Mosc¨², pero fue entregado a sus enemigos por sus antiguos aliados, sometido a juicio y, v¨ªctima de un c¨¢ncer terminal, enviado a Chile a que muriera en el exilio. El temible y todopoderoso Erich Mielke, el m¨¢s duro del r¨¦gimen, que durante 33 a?os lo control¨® todo desde el Ministerio para la Seguridad del Estado (Ministerium f¨¹r STAaatsSIcherheit, de donde procede el t¨¦rmino Stasi), no era m¨¢s que un viejo senil cuando se sent¨® en el banquillo junto a Honecker y fue condenado a seis a?os de prisi¨®n, que no cumpli¨® por su demencia.
A Egon Krenz, el breve sucesor de Honecker, le cabe el honor de no haber ordenado la represi¨®n cuando cay¨® el muro. Pero fue procesado en 1997 por la muerte de quienes intentaron escapar y por "fraude electoral". Condenado y encarcelado en 1999, sali¨® en libertad en 2003 y todav¨ªa sostiene que la construcci¨®n del muro en 1961 fue una consecuencia inevitable de la II Guerra Mundial. Schabovski, por el contrario, ha sido el ¨²nico miembro de la c¨²pula del poder comunista que ha reconocido que la RDA fue un grave error, hasta el punto de que ahora colabora con la CDU.
Si algo defin¨ªa al r¨¦gimen de Berl¨ªn Oriental era la Stasi. El 2 de enero de 1991 se abrieron al p¨²blico sus archivos y la gente pudo buscar, leer e incluso llevarse consigo una copia de las informaciones que sobre ellos almacen¨® durante a?os esta polic¨ªa pol¨ªtica. Las carpetas sobre seis millones de personas -cuatro del Este y dos del Oeste- ocupaban 202 kil¨®metros de archivos, repartidos en 14 ciudades.
Han pasado 20 a?os, y este oscuro fondo documental sigue deparando sorpresas como la que hace referencia a un periodo cr¨ªtico de la reciente historia alemana. El 2 de junio de 1967, el estudiante Benno Ohnesorg muri¨® de un disparo en la cabeza cuando participaba en una manifestaci¨®n contra la visita del Sha de Persia a Berl¨ªn Occidental. El autor del disparo, el polic¨ªa Karl-Heinz Kurras, asegur¨® que hab¨ªa sido amenazado por manifestantes armados con navajas. La muerte de Ohnesorg fue el detonante para que el movimiento estudiantil, los grupos de extrema izquierda, se radicalizaran hasta dar a luz a la Fracci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo (RAF) y para que la Rep¨²blica Federal de Alemania se deslizara hacia los peores a?os del plomo. "El Estado fascista nos quiere matar a todos", declar¨® Gudrun Ensslin, antes de convertirse en una de las l¨ªderes de la RAF y morir en prisi¨®n en 1977.
Kurras, pese a la evidencia, fue exonerado de toda culpa. El Estado, la opini¨®n p¨²blica biempensante y sus colegas le defendieron. Ahora tiene 81 a?os y sigue viviendo en Berl¨ªn. Desde 1955 era un agente de la Stasi de nombre clave Otto Bohl. Su condici¨®n de polic¨ªa le permiti¨® prestar importantes servicios, desde comunicar la localizaci¨®n de los t¨²neles por los que se escapaban los disidentes hasta proporcionar detalles de futuras operaciones policiales.
?Mat¨® Kurras deliberadamente a Ohnesorg? No lo sabemos. Tal vez nunca lo sabremos. Quien probablemente lo sab¨ªa era Markus, Misha, Wolf, el jefe del espionaje de la RDA, el "hombre sin cara" en el que se bas¨® John Le Carr¨¦ para construir su personaje de Karla. Hombre culto, procedente de una familia de las ¨¦lites revolucionarias, con buenos contactos en Mosc¨², vio venir el cambio aunque ya estaba jubilado. Intent¨®, sin ¨¦xito, influir en los acontecimientos. Tras la unificaci¨®n tuvo problemas. En Bonn se la ten¨ªan jurada y no pararon hasta sentarle en un banquillo. Fue condenado bajo distintos cargos, pero nunca ingres¨® en prisi¨®n. Escribi¨® sus memorias, que tuvieron un cierto ¨¦xito, pero no desvel¨® nada que no se supiera. Muri¨® en 2006.
La reunificaci¨®n supuso la desaparici¨®n de la RDA, de su clase pol¨ªtica y de buena parte de una cultura popular. Pero tambi¨¦n desapareci¨® la otra hija de la guerra fr¨ªa, la Rep¨²blica de Bonn, ese gigante econ¨®mico y enano pol¨ªtico, atrincherado en la primera l¨ªnea de la guerra fr¨ªa, con sus complejos y sus fantasmas. La nueva Alemania ya no es cat¨®lica y renana, como lo fue la que ten¨ªa su capital en el Rhin, ha recuperado la sobriedad luterana y la grandeza prusiana, se ha movido hacia el Este. Nada nuevo para Das Land der Mitte (el pa¨ªs de en medio), acostumbrado a deambular por el mapa.
Incluso el gran h¨¦roe de la reunificaci¨®n, el canciller Kohl -un cat¨®lico del Palatinado-, cay¨® en desgracia. Se descubri¨® el esc¨¢ndalo de la financiaci¨®n de su partido, la CDU. Hasta 300 millones de marcos de origen desconocido se ocultaban en cuentas bancarias de Ginebra. La tr¨¢gica muerte de su esposa, Hannelore, v¨ªctima de una extra?a enfermedad, a?ade tristeza sobre ese personaje visceral y vitalista que vio c¨®mo se abr¨ªa una ventana en la historia y se tir¨® por ella antes de que pudiera cerrarse.
El otro gran protagonista de aquellos a?os, el ministro de Exteriores Hans-Dietrich Genscher, supo retirarse a tiempo. Dimiti¨® exactamente al cumplir los 65 a?os, como buen funcionario. Hab¨ªa tenido varios ataques de coraz¨®n, pero con la jubilaci¨®n todos sus problemas cardiacos desaparecieron. Desde entonces ha continuado con su profesi¨®n de abogado en una consultor¨ªa que lleva su nombre.
A Kohl le sustituy¨® en el partido una mujer procedente de la antigua RDA, pero nueva en pol¨ªtica, sin sombra de un pasado. Aunque nacida en Hamburgo, Angela Merkel es hija de un pastor luterano que en 1954 se hizo cargo de una iglesia en Brandeburgo, adonde se traslad¨® con toda su familia. Tambi¨¦n los democristianos -popularmente schwartz, negros como las sotanas- tuvieron que transformarse y atravesar el desierto, mientras socialdem¨®cratas y verdes hac¨ªan el traslado a Berl¨ªn y ocupaban el poder durante dos legislaturas.
La canciller representa como nadie -m¨¢s que su predecesor, Gerhard Schr?der, y su ministro de Exteriores, Joshka Fisher- la nueva Alemania que se percibe en el Berl¨ªn deslumbrante y ambicioso, elegante y discreto, y destinado a convertirse en la gran metr¨®poli europea de referencia, que ha surgido de la cicatriz del muro.
Porque si la reconstrucci¨®n del antiguo centro hist¨®rico se ha realizado, con la excepci¨®n de algunos espacios singulares, siguiendo los c¨¢nones marcados por Schinkel, de bajas alturas y homogeneidad urbana, pese a las cr¨ªticas que en su momento levant¨® esa decisi¨®n, tambi¨¦n lo es que el edificio m¨¢s emblem¨¢tico del arquitecto que defini¨® Berl¨ªn en el siglo XIX, la Bauakademie, ha sido reconstruido ladrillo a ladrillo, despu¨¦s de que el r¨¦gimen de la RDA lo echara abajo. Y eso no es nada. El Bundestag ya ha aprobado los fondos para la inminente reconstrucci¨®n del Schloss, el espectacular palacio en el que el Kaiser asentaba sus reales, tambi¨¦n dinamitado por orden del fundador de la RDA, Walter Ulbricht. Y si alguien duda de lo que es capaz la nueva Alemania, no tiene m¨¢s que ir a Dresde y visitar la espl¨¦ndida Frauenkirche, con la mayor c¨²pula barroca de Alemania, que en 1989, cuando Kohl visit¨® la ciudad, no era m¨¢s que una monta?a de cascotes en la que hab¨ªan crecido los ¨¢rboles.
Hay que situarse en el gran solar donde hab¨ªa estado el Schloss, sobre el que despu¨¦s el r¨¦gimen de la RDA construy¨® otro palacio, ¨¦ste de amianto, el Palast der Republik, derruido a su vez por los vencedores de la guerra fr¨ªa, y descubrir que ese extra?o vac¨ªo est¨¢ repleto de todas las cosas que caracterizan este comienzo de milenio. El deshielo no s¨®lo abri¨® una v¨ªa de agua para avanzar, tambi¨¦n deshizo el glacis sobre el que camin¨¢bamos. No s¨®lo se vislumbra la silueta cl¨¢sica del Altes Museum y la c¨²pula de la catedral; tambi¨¦n, bajo tierra, han aparecido capas del siglo XVII y a un lado se levanta un curioso edificio ef¨ªmero para el arte contempor¨¢neo.
Y es recomendable avanzar un poco m¨¢s por la avenida Unter den Linden hasta llegar a los jardines donde se encuentra la estatua de Marx y Engels, que sigue en su sitio. Tras la ca¨ªda del muro, alguien escribi¨® en el pedestal: "No tenemos la culpa". Ahora los ni?os juegan alrededor y los dos fil¨®sofos ya no se excusan. P
De refugiados a?la libertad Ya en el verano de 1989, cientos de habitantes del Este se convirtieron en refugiados en embajadas occidentales. Arriba, ciudadanos de la RDA en la Embajada de la RFA en Praga logran cruzar al Oeste el 5 de octubre. Abajo, paso triunfal en Berl¨ªn de gente de Potsdam el 9 de noviembre. Jefe de la Stasi El todopoderoso Erich Mielke, cabeza de la Seguridad del Estado (la temible Stasi), era ya un viejo senil cuando se sent¨® en 1992 en una comisi¨®n de investigaci¨®n del Reichstag. Y todo cambi¨®? El canciller alem¨¢n Helmut Kohl y el l¨ªder sovi¨¦tico Mija¨ªl Gorbachov, el 10 de?noviembre de 1990 en Bonn, tras firmar el Tratado de Relaciones de Buena Vecindad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.