"Bienaventurados los panificadores"
Obama ha recibido con humildad, elegancia y desconcierto el Nobel de la Paz. El galard¨®n expresa el alivio de Europa ante el regreso de EE UU a pol¨ªticas m¨¢s multilaterales, en contraste con las de Bush y Cheney
En una grotesca escena de la pel¨ªcula de Monty Python La vida de Brian aparece una gran multitud esforz¨¢ndose por captar las palabras de Jesucristo durante el Serm¨®n de la Monta?a. A falta de altavoces y amplificadores, los situados al fondo, que no dejan de discutir entre s¨ª, conf¨ªan en que alguien de delante les repita las palabras de Jes¨²s. Como era de esperar, lo transmitido se da de tortas con el mensaje original. De esta forma, "Bienaventurados los pacificadores" se convierte en "Bienaventurados los panificadores". Se?ales en verdad contradictorias.
Al escuchar la sorprendente noticia de que al presidente Obama le hab¨ªan concedido el Premio Nobel de la Paz, no pude sino sorprenderme de lo habitual que es desde hace tiempo que el comit¨¦ noruego env¨ªe mensajes contradictorios sobre sus intenciones y razonamientos. En su origen, la instituci¨®n del Premio Nobel siempre fue profundamente ir¨®nica, ya que la fortuna de Alfred Nobel se levant¨® gracias a la invenci¨®n y la fabricaci¨®n de dinamita. Ser¨ªa como si Edward Teller y los dem¨¢s creadores de la bomba de hidr¨®geno concedieran premios, por ejemplo, a la conciencia medioambiental.
El imperialista T. Roosevelt fue el primer presidente de EE UU en activo que obtuvo el premio
Los de Arafat, Peres y Rabin fueron por una paz en Oriente Pr¨®ximo que a¨²n no se ha producido
?Debe recaer el premio m¨¢s famoso del mundo en un estadista que haya logrado convertir la guerra en paz o en alguien que haya luchado toda su vida por el entendimiento internacional? ?Debe otorgarse a defensores de la paz? ?Debe acaso concederse a una organizaci¨®n? Finalmente, y con esto regresamos a la decisi¨®n respecto a Obama, ?debe concederse con el deseo expreso de impulsar futuras iniciativas de paz? Es decir, ?debe recompensar m¨¢s expectativas que obras?
A juzgar por la larga lista de premios Nobel de la Paz concedidos desde el primero, que en 1901 se otorg¨® conjuntamente a Henry Dunant (fundador del Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja) y Fr¨¦d¨¦ric Passy (creador de un movimiento pacifista franc¨¦s), se dir¨ªa que la respuesta a todo lo anterior es positiva, casi como si el comit¨¦ de Oslo se preciara de su car¨¢cter impredecible, e incluso confuso.
Por ejemplo, cada pocos a?os otorga el premio a una organizaci¨®n. La Cruz Roja lo ha recibido en tres ocasiones (1917, 1944 y 1963). En 1910 se concedi¨® a la Oficina Internacional Permanente para la Paz (?y eso qu¨¦ era?). M¨¢s recientemente, el premio ha ido a parar a la Campa?a Internacional para la Prohibici¨®n de las Minas Terrestres (1997), y a la famosa organizaci¨®n M¨¦dicos sin Fronteras (1999), algo que parece bastante justo.
Sin embargo, ?qu¨¦ decir del premio de 2001 a las Naciones Unidas, que desconcert¨® a mucha gente, incluyendo a partidarios de la ONU como yo mismo? Conced¨¦rselo a ese organismo o a la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (1969) se antoja como dar el Premio Nobel de F¨ªsica a Bell Labs.
Mucho m¨¢s comprensibles son los galardones anuales a individuos que dedican su vida a mejorar las condiciones materiales de los dem¨¢s y el respeto a los derechos humanos, o a luchar por la paz en el mundo. A la primera categor¨ªa pertenecen personajes destacados como Albert Schweitzer (1952), Martin Luther King (1964) y la Madre Teresa de Calcuta (1979), adem¨¢s del disidente sovi¨¦tico Andrei Saj¨¢rov (1975), Eli Wiesel, conciencia del Holocausto (1986), la disidente birmana Aung San Suu Kyi (1991), y el franc¨¦s Ren¨¦ Cassin, erudito judeo-cat¨®lico (1968), que redact¨® gran parte de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos. A la segunda pertenecer¨ªan el gran pacifista y diplom¨¢tico afroamericano Ralph Bunche (1950), incansables defensores de la paz y el desarme como Lord Robert Cecil (1937) y Philip Noel-Baker (1959), y el admirable obispo Desmond Tutu (1984).
Tengo que confesar que, cuando me recorr¨ª toda la lista desde 1901 hasta 2009, me di cuenta de que la mitad de los nombres me resultaban desconocidos. En cualquier caso, la mayor¨ªa de los antes mencionados eran muy comprensibles, salvo aquellos, evidentemente, que no estaban a favor ni del desarme, ni de los derechos humanos, ni de la libertad de expresi¨®n ni de las declaraciones internacionales sobre nada.
En ocasiones, ¨¦ste ha sido un premio a la tozudez persistente (Saj¨¢rov) y una reprimenda contra reg¨ªmenes autoritarios que intentaban amordazar las opiniones. A veces, quiz¨¢ su efecto haya sido contraproducente: puede que el premio a Aung San Suu Kyi llevara a la junta militar a mantenerla privada de libertad. Con todo, est¨¢ claro que centr¨® el foco en el desagradable r¨¦gimen actual de Myanmar.
En mi opini¨®n, mucho m¨¢s discutible es la concesi¨®n del Premio Nobel de la Paz a pol¨ªticos, sobre todo a los que a¨²n est¨¢n en ejercicio. El primero fue Theodore Roosevelt, ese vivaz imperialista que forz¨® la guerra contra Espa?a en 1898, condujo al campo de batalla a sus Roughriders [regimiento de caballer¨ªa], dot¨® a Estados Unidos de una enorme Armada, amenaz¨® con su famoso gran garrote a Am¨¦rica Latina y amedrent¨® tanto a Canad¨¢ -hasta arrancarle concesiones en la frontera entre Alaska y la Columbia Brit¨¢nica-, como a los brit¨¢nicos -para que le cedieran sus derechos parciales sobre el canal de Panam¨¢-. En 1906, Roosevelt recibi¨® su Nobel en reconocimiento a la labor de mediaci¨®n realizada entre los Gobiernos ruso y japon¨¦s, ambos reacios a poner fin a su enfrentamiento en Extremo Oriente.
As¨ª se instituy¨® la categor¨ªa de "recompensa para expertos en llegar a buenos tratos" y, desde entonces, ha habido muchos, entre otros Woodrow Wilson (1919), por su labor diplom¨¢tica en pro de la Sociedad de Naciones; Aristide Briand y Gustav Stresemann (1926), por sellar en Locarno la reconciliaci¨®n franco-brit¨¢nica el a?o anterior; Willy Brandt (1971), por su Ostpolitik orientada a deshelar la Guerra Fr¨ªa; Henry Kissinger y Le Duc Tho (1973), por sus negociaciones en relaci¨®n con la Guerra de Vietnam; Mija¨ªl Gorbachov (1990), por tener la gentileza de poner fin a la mencionada Guerra Fr¨ªa, o Anuar el Sadat y Menajem Begin (1978), por el acuerdo de paz entre Egipto e Israel.
Con la perspectiva que da el tiempo, algunos de ellos o bien parecen un tanto prematuros o bien ponen de manifiesto, m¨¢s que el reconocimiento a una aut¨¦ntica labor, las esperanzas del comit¨¦ de Oslo. El estadounidense Charles Dawes consigui¨® su galard¨®n en 1925 por obtener reparaciones para Estados Unidos y negociar deudas de guerra tras la Primera Guerra Mundial. El tambi¨¦n norteamericano Frank Kellogs lo obtendr¨ªa en 1929 por firmar con el franc¨¦s Briand un pacto que declaraba ilegal la guerra como instrumento diplom¨¢tico. Yaser Arafat, Sim¨®n Peres e Isaac Rabin obtuvieron los suyos (1994) por una reconciliaci¨®n palestino-israel¨ª que no se ha llegado a producir. Los de Kissinger y Tho del a?o 1973 fueron por un compromiso alcanzado en el sureste asi¨¢tico, donde, sin embargo, los combates continuaron. Es bien sabido que Tho rechaz¨® el galard¨®n, probablemente con buen criterio, ya que podr¨ªa haber supuesto el fin de su carrera en Hanoi, o el de su propia vida.
Merece la pena se?alar, por ¨²ltimo, que el Comit¨¦ Nobel suspendi¨® la concesi¨®n de sus galardones durante las dos guerras mundiales, salvo para honrar al Comit¨¦ Internacional de la Cruz Roja (1917 y 1944) por su labor incansable en defensa de los combatientes heridos y cautivos. La concesi¨®n del premio 2009 a Barack Obama s¨®lo despu¨¦s de nueve meses en el poder no encaja en ninguna de las categor¨ªas anteriores. Hay que reconocer que el presidente, al recibir la noticia, que claramente le sorprendi¨®, ha demostrado una mezcla de humildad, elegancia y desconcierto. En la actualidad est¨¢ intentando presentar el galard¨®n como el reconocimiento que muestra la vieja Europa ante el regreso de Estados Unidos a pol¨ªticas m¨¢s multilaterales y afables (en realidad no necesita decir "en contraste con las de Bush y Cheney").
Columnistas y expertos tendr¨¢n que dilucidar si para Obama el premio va a suponer un obst¨¢culo o una ayuda. Sin embargo, en conjunto, uno tiene la sensaci¨®n de que el Comit¨¦ Nobel ha entrado sin querer en un territorio inexplorado, que se ha alejado mucho de sus objetivos y que el mensaje que pretende dar desconcierta tanto a conservadores viscerales como a pacifistas desencantados. Las noticias procedentes de Oslo dan se?ales muy confusas. En verdad, bienaventurados los panificadores.
Paul Kennedy es Dilworth Professor de Historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. ? 2009, Tribune Media Services, Inc. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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