Extra?os frutos del tiempo
En el d¨¦cimo aniversario de la muerte de Kubrick vuelve a las pantallas 'La naranja mec¨¢nica'. Este retrato del fomento y la manipulaci¨®n de una adolescencia irresponsable no ha perdido un ¨¢pice de su actualidad
Strange fruit hanging
from the poplar trees...
Estos d¨ªas se ha reestrenado La naranja mec¨¢nica, una pel¨ªcula de culto de Stanley Kubrick sobre una ambiciosa novela del notable Anthony Burgess. Su intenci¨®n original era presentar un alegato contra el conductismo. ?Por qu¨¦? -se preguntar¨¢ hoy-. ?No era una doctrina cient¨ªfica? Es cierto que ha sabido evolucionar posteriormente hacia posiciones m¨¢s pol¨ªtica y filos¨®ficamente correctas, y que dec¨ªa a los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial lo que entonces quer¨ªan o¨ªr: que el hombre no est¨¢ biol¨®gicamente condicionado (como sosten¨ªan los "malditos bastardos" del Tercer Reich), que no lo programa su gen¨¦tica sino su aprendizaje. Pero nada de esto puede hacernos olvidar que el conductismo tambi¨¦n fue una utop¨ªa pol¨ªtico-moral, m¨¢s discreta que otras pero con el mismo grado de perversidad intelectual que todas las del siglo pasado (?nadie recuerda la enorme facilidad con la que se instal¨® hegem¨®nicamente en las facultades de Psicolog¨ªa de las universidades de la Espa?a de Franco?), y que como todas ellas dibujaba un escenario del cual, mediante un m¨¦todo cient¨ªfico de control de los individuos, se erradicar¨ªa completamente el mal de todas las sociedades conocidas (de hecho, se trataba de extirpar la ra¨ªz misma de la que nace el mal, a saber, la libertad, para asegurarse as¨ª de que jam¨¢s volver¨ªa a reproducirse).
Es premonitoria la adopci¨®n de la violencia como se?a de identidad de Alex y su pandilla
Esa violencia ciega y sin fin tangible es a menudo m¨¢s peligrosa que la que tiene fines program¨¢ticos
Burgess estaba interesado en mostrar que este programa es emp¨ªricamente irrealizable (por estar basado en presupuestos falsos), y por ello hizo que en su novela fracasase estrepitosamente el intento de reformar a Alex, el adolescente ultraviolento que la protagoniza, y que en el pen¨²ltimo cap¨ªtulo -el ¨²ltimo de la pel¨ªcula de Kubrick- exhibe orgulloso su "curaci¨®n" (es decir, el triunfo del mal y, por ende, de la libertad). Pero Burgess estaba a¨²n m¨¢s interesado en se?alar la falacia moral que subyace a la idea de que la "terapia aversiva" (la inhibici¨®n mec¨¢nica de la agresividad) puede hacer buenos ciudadanos. En su momento se dijo que esto se deb¨ªa al "cristianismo" del autor (quiz¨¢ porque el portavoz de estos escr¨²pulos era el capell¨¢n de la c¨¢rcel en donde Alex cumpl¨ªa condena por asesinato), pero en verdad la idea de que nadie puede ser llamado en rigor bueno o malo si su conducta est¨¢ programada, o sea si no es libre, no solamente es tan antigua entre los hombres como la reflexi¨®n ¨¦tica, sino que est¨¢ en la base de la moralidad moderna e ilustrada.
Alex nos parece bastante malo cuando viola o asesina en la primera parte del relato, pero cuando en la segunda parte deja de hacerlo ¨²nicamente porque el tratamiento del que ha sido objeto le ha convertido en un manso perro de Pavlov y le impide incluso defenderse, no nos sentimos inclinados a llamarle "bueno" sino, acaso, desdichado. Y tras esta falacia moral se oculta, sin duda, una atrocidad pol¨ªtica: cuando se confunde la pol¨ªtica con la moral, y cuando el ideal moral de una comunidad santa se arma con los medios de fuerza del aparato del Estado para realizarse sin fisuras sobre la tierra, el estado de terror est¨¢ servido. Por eso la perversi¨®n del infeliz Alex se queda peque?a cuando se la compara con la del terrible Ministro "conservador" que no duda en aliarse con el diablo (o sea, Alex mismo) con tal de ganar las elecciones, o con la del intelectual "progresista" que empuja al muchacho al suicidio para cumplir su venganza personal y de paso perjudicar a sus adversarios pol¨ªticos.
Claro est¨¢ que el libro de Burgess fue m¨¢s all¨¢ de ese alegato -por eso es una obra art¨ªstica, y no un panfleto o un tratado-, envolvi¨¦ndolo en una construcci¨®n "anticipatoria" de la gran invenci¨®n que en ese momento estaba teniendo lugar en el mundo industrial, la invenci¨®n de la adolescencia. Como buen pesimista, Burgess capt¨® con agudeza, en 1962, los aspectos m¨¢s sombr¨ªos de un futuro que su olfato le permiti¨® detectar (sit¨²a su historia en un hipot¨¦tico "1995"), y que constituir¨¢n el elemento dominante de la adaptaci¨®n de Kubrick y la causa del impacto inolvidable que la pel¨ªcula ha dejado en tantas retinas: la estetizaci¨®n de la violencia, la adopci¨®n de la violencia como se?a de identidad (por ejemplo, de Alex y su pandilla de drugos), y no ya como medio (por ejemplo, como instrumento para alcanzar objetivos revolucionarios) sino como fin en s¨ª misma, como procedimiento de autoafirmaci¨®n que se agota en su propia exhibici¨®n y que nada les debe ya a las "¨¦ticas" o a las "pol¨ªticas" de la violencia que fueron sus precedentes (los carteles con la imagen de Che Guevara en las calles de Londres o Par¨ªs en 1968 tienen tambi¨¦n mucho que ver con una violencia que es ya s¨®lo un gesto est¨¦tico-identitario y que ha perdido su car¨¢cter m¨¢s o menos heroico de herramienta pol¨ªtica). Y, contra lo que pudiera pensarse, esta violencia "estetizada", precisamente por ser del todo ciega y vac¨ªa de finalidades tangibles, no es menos peligrosa -sino a menudo m¨¢s- que la violencia subordinada a presuntos fines program¨¢ticos.
Pero Kubrick es tan "anticipatorio" como Burgess, y eso hace que su pel¨ªcula no haya perdido actualidad: filmada en 1972, cuando est¨¢ comenzando la descomposici¨®n del estado del bienestar (aunque su hedor no alcanzaba entonces los niveles que hoy padecemos) en el "estado del malestar" que nos es tan bien conocido: la manipulaci¨®n econ¨®mica y pol¨ªtica de la adolescencia irresponsable (y el fomento de esa irresponsabilidad porque devenga intereses econ¨®micos y pol¨ªticos), la trivializaci¨®n de la cultura que en la narraci¨®n de Kubrick est¨¢ tan presente en los objetos kitsch que la inundan como en la m¨²sica, que se desquita contra la "alta cultura" convirtiendo a Beethoven en banda sonora de la masacre, y contra la "felicidad burguesa" transformando la algo engominada coreograf¨ªa del Cantando bajo la lluvia de Gene Kelly en una macabra y ritual danza de muerte.
La ¨²ltima secuencia de la pel¨ªcula tiene, en este sentido, una fuerza y una vigencia que supera a la de las p¨¢ginas del libro en las que se apoya, y que deja al espectador en un estado casi hipn¨®tico ante la crueldad y obscenidad de su simbolismo: desliz¨¢ndose h¨¢bilmente desde el reflejo cl¨¢sico pavloviano hacia el "condicionamiento operante" de Skinner (que se basa en la recompensa m¨¢s que en el castigo), el Ministro, cuyo grado de corrupci¨®n no es inferior al de Alex, alimenta dulce y paternalmente al delincuente sexual y al ultraviolento irredimible al que deber¨ªa detener o neutralizar, convencido de estar manipulando al joven v¨ªctima-verdugo para conseguir ventajas particulares en su contienda por el poder, y consciente del naufragio del experimento conductual (pues si el joven no fuese capaz de hacer el mal no le servir¨ªa para sus prop¨®sitos); Alex acepta el trato y abre su gran boca para recibir el sustento del bienestar envenenado por el malestar; pero, por razones que Maquiavelo podr¨ªa haber adivinado, s¨®lo lo hace por estar secretamente seguro de que puede manipular al Ministro mismo (y a todo el sistema) en provecho de su perverso placer privado. Y ambos se equivocan y aciertan a la vez.
Da lo mismo, en realidad, que imaginemos la relaci¨®n entre Alex y el Ministro como la complicidad del adolescente malcriado que alborota las aulas de secundaria y las aceras finisemanales con la autoridad que se pirra por "adaptar" la escuela y la calle a los deseos de un psiquismo insaciable moldeado por la propaganda del consumo masivo, como la alianza entre un oscuro l¨ªder de alg¨²n estado fallido y el poder militar occidental que le mima hasta que comienza a chantajear o amenazar, como el v¨ªnculo entre un empresario ventajista y los dudosos pol¨ªticos que creen beneficiarse de ¨¦l tanto como ¨¦l cree aprovecharse de ellos, o como la ligaz¨®n de un gobernante caprichoso con la clientela entre la que reparte veleidosamente premios y recompensas para mantenerse al mando: el retrato de un orden en el cual la ausencia de trama civil y pol¨ªtica es rellenada por la violencia pura y la pura corrupci¨®n nos ofrece el espejo en el que reconocer nuestras peores -pero m¨¢s desagradablemente sistem¨¢ticas- muecas como sociedad. He aqu¨ª lo verdaderamente seductor y repulsivo de estas im¨¢genes.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo por La regla del juego.
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