Nefertiti
He estado otras veces ante la reina, pero nunca la hab¨ªa encontrado tan cercana y jam¨¢s me hab¨ªa parecido que tuviera, Dios me perdone, cara de polvo.
Plantado largo rato ante ella en su nueva ubicaci¨®n en el Neues Museum de Berl¨ªn, trat¨¦ el jueves de sumergirme en su milenario misterio y de discernir en sus legendarias facciones la clave de su enigma. Hay tiempo: Nefertiti ya no se va a mover de aqu¨ª. Cualquier posibilidad de retorno al soleado Egipto puede darse por descartada a la vista de la instalaci¨®n que le han montado los alemanes.
Nefertiti no est¨¢ en una sala sino en una capilla de eternidad. Su habitaci¨®n en el Neues Museum tiene un sentido m¨¢s religioso que museogr¨¢fico, y, en su ahistoricismo, coloca a la reina m¨¢s all¨¢ del tiempo y del espacio (y de la devoluci¨®n). Soberana solitaria en el exilio prusiano, la hermosa egipcia se encuentra en medio de un espacio octogonal coronado por una c¨²pula con lucernario. En los ¨¢ngulos del techo pueden verse pintadas escenas de h¨¦roes mitol¨®gicos cl¨¢sicos, parte del palimpsesto del viejo museo rehabilitado: Teseo matando al Minotauro, Belerofonte a la Quimera, Perseo, H¨¦rcules... Puro m¨²sculo machote. Por si no fuera bastante, vigila la estancia un oscuro busto de James Simon, mecenas de la expedici¨®n que encontr¨® a la reina y primer propietario de su retrato. Ni Zahi Hawass puede enfrentarse a esa poderosa seguridad simb¨®lica. Para liberar a la reina habr¨ªa que mandar un comando duro encabezado por Imhotep, el malo de The mummy.
Para liberar a la reina habr¨ªa que mandar al malo de 'The mummy'
Yo, por supuesto, no iba a sacarla de all¨ª, pero quiz¨¢ la consolar¨ªa con un poco de admiraci¨®n y de pasi¨®n. De entrada me pareci¨® algo somnolienta. Luego, como todas, un tanto desde?osa. Pero despu¨¦s, instalado ante ella, ante sus facciones deliciosamente tostadas, le descubr¨ª una ins¨®lita picard¨ªa. De frente no es la mujer mayor, la madre y soberana que parece de lado o de espaldas. Bajo la sombra de la barbilla, en la base del largo cuello, me abism¨¦ en el sinoide vascular, ese huequecito que Alm¨¢sy y Katherine denominaban "el B¨®sforo" y que ¨¦l amaba tanto en la geograf¨ªa de ella. Al levantar la vista, despu¨¦s de bucear con los ojos en las imaginarias honduras de su cuerpo, descubr¨ª un rubor en el rostro de Nefertiti: la arrebolada respuesta de la carne en una piedra que nadie creer¨ªa capaz de amor.
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