Docentes, autoridad moral y autoritarismo
No cabe duda, en nuestras escuelas hay problemas que exigen pol¨ªticas decididas, transparentes y serias para mejorar algunas dificultades sociales que terminan afectando la calidad del sistema en su conjunto. Los indicadores negativos (v¨¦ase la baja puntuaci¨®n que obtienen nuestros escolares en el Programme for Indicators of Student Achievement, PISA en sus siglas en ingl¨¦s) y la hasta ahora ineficacia para rectificar esos d¨¦ficit, exigen poner ya manos a la obra.
La educaci¨®n es un proceso complejo y el aprendizaje una actividad y un logro dif¨ªcil, que requiere condiciones previas que quiz¨¢s son determinantes. No se aprende todo lo que se ense?a, ni s¨®lo lo que se ense?a. Aprender es, en gran parte, un acto voluntario que exige al estudiante grandes dosis de esfuerzo y motivaci¨®n, al tiempo que puede ser un sencillo acto de mejora de capacidades y competencias cuando las actividades que producen aprendizaje se realizan en un contexto grato y estimulante, en el cual la tarea se percibe como atractivo reto porque se visualizan las interesantes consecuencias del ¨¦xito.
Lo urgente es que los profesores est¨¦n bien valorados y pagados y que las escuelas est¨¦n bien equipadas
Pero para aprender, en cualquiera de sus versiones, hace falta una convivencia tranquila y positiva que provoque un estado emocional de confianza, respeto y afecto positivo entre estudiantes y profesores, as¨ª como la percepci¨®n de que aula y centro son escenarios seguros y dignos de confianza. As¨ª, la buena convivencia soporta y alimenta el aprendizaje y ¨¦ste, percibido como ¨¦xito y gratificaci¨®n, vierte sus positivos efectos a la convivencia. Convengamos, pues, que la buena convivencia y la excelencia en el proceso de aprendizaje son los dos motores de la calidad de la educaci¨®n. Pero nada de ello se relaciona con poner al profesor cuarenta cent¨ªmetros por encima de sus alumnos, ni con militarizar a los escolares, haciendo que se pongan firmes y en pie cuando entra.
Es cierto, niveles superiores de autoridad docente son exigibles, pero niveles de autoridad moral, no de autoritarismo ni de militarismo. La autoridad moral emana de la personalidad social en atribuci¨®n de los que est¨¢n en contacto directo con ella. La autoridad moral del docente deber¨ªa no discutirse por ser, en cada momento, la mejor opci¨®n en el interior de la tarea com¨²n de ense?ar y aprender. La autoridad moral -no el autoritarismo- se consigue logrando que los docentes se perciban como ciudadanos profesionalmente valorados, queridos y bien pagados, trabajando en escuelas bien equipadas, que disponen de los recursos, humanos y materiales. Haciendo que las ratios profesor-alumno sean m¨¢s peque?as, flexibles y adecuadas a la tarea concreta; los especialistas en ingl¨¦s dominen ese idioma y ofrezcan modelos id¨®neos e interesantes sobre c¨®mo se habla, lee y escribe; los profesores de ciencias dominen adecuadamente sus materias para que sus alumnos los reconozcan como autoridad cient¨ªfica; los profesores de lengua y literatura dominen a la perfecci¨®n el espa?ol y transmitan pasi¨®n por el arte de leer y escribir; los profesores de educaci¨®n f¨ªsica orienten h¨¢bitos de salud corporal y estimulen el sano deseo de competencia deportiva; la orientaci¨®n escolar sea una herramienta al servicio de la detecci¨®n preventiva de dificultades personales y grupales, con recursos para detener los problemas a tiempo. La autoridad moral del docente nace en su competencia para expresar su dominio de aquello en lo que tiene que hacer que el alumno progrese.
Todo ello requiere esfuerzo. Esfuerzo de los docentes para desempe?ar su rol con seguridad, creatividad y coherencia, convirtiendo su desempe?o profesional en actos de autoridad moral y modelo de ciudadan¨ªa. Esfuerzo de los escolares para aceptar la disciplina del estudio y la convivencia democr¨¢tica. Esfuerzo de las familias para confiar y respetar la escuela, acudiendo a ella con talante colaborador y la satisfacci¨®n de saber que sus hijos est¨¢n en buenas manos. El docente es ya una autoridad social (art¨ªculo 550 del C¨®digo Penal), ahora hace falta que familias, sociedad y escolares entiendan que dicha autoridad est¨¢ ah¨ª para hacer crecer y aprender a los escolares, y no para rendirles genuflexiones u otros s¨ªmbolos retr¨®grados.
La llamada conflictividad -desde el fracaso acad¨¦mico y la disruptividad hasta el bullying y el cyberbullying- no es irresoluble, ni exige formulas militares retr¨®gradas; requiere que la sociedad otorgue al docente las condiciones que le permitir¨¢n presentarse ante sus estudiantes con verdadera autoridad moral, producto del desempe?o de sus tareas profesionales: la tarea de ense?ar de forma id¨®nea y correcta, y la de gestionar, de forma segura y equilibrada, las relaciones interpersonales que exige la convivencia escolar.
Nuestro sistema educativo tiene una debilidad importante en la funci¨®n directiva y en la gesti¨®n de la vida social en aulas y centros. Es el momento de que ese pacto de Estado que se pide desde los partidos pol¨ªticos asuma que la calidad pasa por disponer de una comunidad de docentes que se perciba a s¨ª misma con un alto nivel de dominio y competencia en su desempe?o profesional. Los docentes no pueden sentirse v¨ªctimas de sus estudiantes ni convertir a sus estudiantes en soldados que responden marcialmente; los docentes deber¨ªan ser la encarnaci¨®n misma del esp¨ªritu de ciudadan¨ªa y autoridad moral, producto de la confianza que en ellos depositan la sociedad, las familias y el alumnado.
Rosario Ortega es catedr¨¢tica de Psicolog¨ªa de la Universidad de C¨®rdoba.
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