A Roman Polanski
Pasan los d¨ªas y Roman Polanski sigue en prisi¨®n, se acuesta y se levanta en prisi¨®n, ve a su mujer una hora a la semana en el locutorio de una prisi¨®n, mientras sus hijos de 11 y 16 a?os, si a¨²n tienen el valor de ir a la escuela, afrontan las miradas de unos compa?eros que han o¨ªdo en casa que el pap¨¢ de los peque?os P., ese se?or con el que a algunos se les ca¨ªa la baba cuando se codeaban con ¨¦l "por hijo interpuesto", ese padre que otros se jactaban de conocer cuando lo ve¨ªan en la tele durante la entrega de los C¨¦sar, ¨¦se, es finalmente un criminal, un violador, un sodomita, un ped¨®filo.
As¨ª las cosas y dado que los d¨ªas pasan y todo el mundo parece encontrar esta situaci¨®n normal, dado que los apoyos de Roman Polanski flaquean y, a veces, dudan, dado que la jaur¨ªa biempensante parece haber conseguido convencer al ministro de Cultura franc¨¦s de que se precipit¨® al hablar llevado por la emoci¨®n -cuando no hizo sino cumplir con su deber-, quiero repetir aqu¨ª, una vez m¨¢s, por qu¨¦ este asunto es vergonzoso.
Es vergonzoso meter en la c¨¢rcel a un hombre de 76 a?os por un delito cometido hace 32
Si hay un doble rasero, es en detrimento del cineasta y no a su favor. Y tengo la prueba
Es vergonzoso meter en la c¨¢rcel a un hombre de 76 a?os por un delito de corrupci¨®n de menores -¨²nico cargo que le imputa, hoy como ayer, la justicia californiana- cometido hace 32 a?os.
Es vergonzoso que, en un pa¨ªs en el que -lo mismo que en Europa- se puede asesinar a una anciana, torturar al pr¨®jimo, mutilarlo..., sabiendo que el crimen -como todos los de sangre- prescribir¨¢ al cabo de 10 o 15 a?os, todo el mundo haga como si este otro crimen, el de Polanski, conllevase una imprescriptibilidad de facto.
Es vergonzoso ver a los habituales del caf¨¦ de la esquina planetario, antiestadounidenses pavlovizados que nunca andan cortos de argumentos para fustigar a Estados Unidos sin ton ni son, perder repentinamente la voz, volverse mansos como corderos y, cuando se trata de ¨¦l, de Polanski, repetir simplemente: "Ah, es que es Estados Unidos... y la ley estadounidense es la ley estadounidense... dura lex sed lex...".
Es vergonzoso escuchar a una militante pro derechos humanos como la abogada francesa Gis¨¨le Halimi, que se ha pasado la vida sacando a la gente de la c¨¢rcel por cr¨ªmenes mucho m¨¢s graves que el que le reprochan al autor de El pianista, corear como los dem¨¢s: "se ha cometido un crimen, la justicia es igual para todos, Polanski debe ser juzgado".
Es vergonzoso ver c¨®mo algunos intelectuales, cuyo papel deber¨ªa consistir en rebajar la tensi¨®n y contener los arrebatos populares, siguen -como Michel Onfray en Lib¨¦ration- los pasos del reba?o de "ignorantes entusiastas" (Joyce) y se entregan, en nombre de la defensa de la infancia violentada, a las asociaciones m¨¢s odiosas (nunca los o¨ª denunciar con el mismo ardor la violencia sin l¨ªmite que representa el martirio de los ni?os soldado en ?frica, o el de los ni?os esclavos en Asia, o el de los cientos de millones de ni?os muertos de hambre -seg¨²n estimaciones de la FAO- en los ¨²ltimos... ?32 a?os!).
Es vergonzoso ver a alguien como Luc Besson apresurarse a salir en televisi¨®n para, revestido de una c¨¢ndida honestidad, hacer le?a del ¨¢rbol ca¨ªdo y, como en los peores d¨ªas de los cazadores de brujas maccarthistas, denunciar a su camarada.
Es vergonzoso seguir repitiendo, como hacen los unos y los otros, que la justicia debe ser "igual para todos", cuando, si hay una "desigualdad", si hay un doble rasero, es en detrimento de Roman Polanski y no a su favor. Y tengo la prueba. El pasado 2 de octubre, en el programa de radio On point, de la emisora NPR, en el que me las vi con una Geraldine Ferraro que repiti¨® hasta la saciedad: "Polanski ha tenido una lovely life; ahora tiene que pagar", hice un llamamiento a los oyentes: "se?¨¢lenme un caso, uno s¨®lo, de un ciudadano an¨®nimo, culpable del mismo delito, al que hayan venido a buscar treinta a?os despu¨¦s de los hechos". A d¨ªa de hoy, nadie me ha se?alado ninguno. Y no lo han hecho porque hab¨ªa que ser precisamente Polanski, hab¨ªa que ser un artista de renombre mundial para que un juez electo, en puertas de una campa?a electoral y sediento de publicidad, rescatase el caso del olvido en el que la sabidur¨ªa de los pueblos entierra, incluso en Estados Unidos, los antiguos antecedentes de los delincuentes que nunca reincidieron.
Es extra?o -vergonzoso y extra?o- que a esos mismos que, recelosos hasta de su propia sombra, ven complots por todas partes y se pasan la vida cavilando sobre las agendas secretas de los Estados, no parezca llamarles en absoluto la atenci¨®n este timing extremadamente raro: un hombre tiene una casa en Suiza; desde hace a?os, pasa en ella todas las vacaciones escolares con su familia; y, de pronto, sin que medie el menor elemento novedoso, vuelve a sumergirse en la pesadilla que ha sido el sino de su vida.
Y es que -para terminar- es vergonzoso que no sea posible, cuando se habla de esa vida, evocar la infancia en el gueto, la muerte de la madre en Auschwitz, la muerte de la joven esposa destripada junto al ni?o que esperaba, sin que los charlatanes de la nueva justicia popular clamen contra un supuesto chantaje. Cuando se trata del m¨¢s abominable asesino en serie, la "cultura de la excusa" reinante no duda en echar mano de su infancia dif¨ªcil, de una familia problem¨¢tica, de los traumas... Pero Roman Polanski parece ser el ¨²nico reo del mundo que no tiene derecho a ninguna circunstancia atenuante.
Es el caso en su conjunto lo que resulta vergonzoso.
Es el debate lo que resulta nauseabundo y de lo que uno deber¨ªa poder mantenerse apartado.
Apenas conozco a Roman Polanski. Pero s¨¦ que todos aquellos que, de cerca o de lejos, participan en este linchamiento, pronto se despertar¨¢n horrorizados por lo que han hecho. Avergonzados.
Bernard-Henri L¨¦vy (Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva).
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