Algo que celebrar
La desaparecida revista Muga levant¨® a principios de 1982 algunas ronchas con un provocador editorial titulado "?Adem¨¢s de oponernos, qu¨¦ m¨¢s sabemos hacer?". Se refer¨ªa a nosotros, los vascos, y m¨¢s concretamente al nacionalismo que entonces giraba alrededor del PNV, del que esa publicaci¨®n mensual era exigente portavoz. Y era una interpelaci¨®n a la aparentemente cong¨¦nita tara que nos incapacita para buscar puntos de encuentro, proyectos en los que puedan expresarse y relacionarse con los m¨ªnimos roces los distintos sentimientos de pertenencia de esta sociedad que hemos convenido que es plural (otra cosa es que se haya aceptado que lo sea).
La pregunta incitadora de Muga se hace de nuevo pertinente ante las m¨²ltiples reacciones negativas que se han producido desde el nacionalismo ante la invitaci¨®n del Gobierno vasco a celebrar el pasado 25 de octubre el 30 aniversario de la aprobaci¨®n en refer¨¦ndum del Estatuto de Gernika. "No hay nada que celebrar", respondi¨® uno y han seguido repitiendo otros muchos ahorr¨¢ndose esfuerzos y argumentos. "No se puede celebrar un incumplimiento", han dicho otros, elevando a consideraci¨®n general una apreciaci¨®n que no resiste un contraste riguroso.
A lo mejor, tener una fiesta cuestionada es lo que va con un pa¨ªs postmoderno
Aceptemos como supuesto que, efectivamente, no es digno de celebraci¨®n un Estatuto que hace 30 a?os hizo posible la constituci¨®n, por primera vez en la historia, de este pa¨ªs que llamamos Euskadi, formado por los tres territorios que decidieron compartir su autogobierno. De acuerdo. Pero, aparte de rechazar el 25 de octubre, ?qu¨¦ otra fecha o efem¨¦ride se propone como alternativa m¨¢s adecuada para instituir el D¨ªa de Euskadi, la inexistente fiesta oficial de la comunidad? ?Cu¨¢l es susceptible de recabar mayor adhesi¨®n?
Por supuesto, no es una necesidad imprescindible disponer de una fiesta nacional. El Pa¨ªs Vasco realmente existente no existir¨ªa sin el pacto que articula el Estatuto de Gernika, pero ha podido sobrevivir durante tres d¨¦cadas sin demasiados problemas con esa carencia; y sin duda podr¨ªa seguir haci¨¦ndolo en el futuro. Sin embargo, no nos vamos a zafar de la controversia, porque el asunto volver¨¢ a plantearse antes de que se acerque el pr¨®ximo aniversario. Posiblemente en febrero, cuando comience a debatirse en el Parlamento vasco la proposici¨®n que present¨® en septiembre el Partido Popular planteando que se instituya por ley el 25 de octubre como la fiesta oficial de la comunidad aut¨®noma. De modo que conviene ir preparando razones y motivos que esgrimir en un debate que resultar¨¢ inevitable.
El sentido de la responsabilidad (y el propio sentido com¨²n) aconseja que los aspectos fundamentales del entramado institucional, ya sea en su vertiente material o en la simb¨®lica, se adopten con el mayor consenso posible. No obstante, ser¨¢ dif¨ªcil que llegado el caso el PP y el PSE-EE desistan de hacer valer la mayor¨ªa absoluta que suman en el Parlamento vasco; sobre todo frente a un PNV que ahora hace ascos a un Estatuto que ha parido y desarrollado en gran medida. Ser¨¢ dif¨ªcil porque, lamentablemente, en esa misma C¨¢mara, quienes est¨¢n ahora en la oposici¨®n utilizaron antes la regla de la mitad m¨¢s uno para decidir cuestiones an¨¢logas. Se us¨® en 1983 al aprobar como himno de Euskadi el que era del partido mayoritario, y volvi¨® utilizarse en diciembre de 2004 para sacar adelante el Nuevo Estatuto Pol¨ªtico con el que se pretend¨ªa enterrar al de Gernika.
Es posible, por tanto, que termine por aprobarse una fiesta que nacer¨¢ con la contestaci¨®n ideol¨®gica de casi la mitad de la C¨¢mara y de otros sectores que est¨¢n fuera de ella, los cuales, sin embargo, no podr¨ªan plantear otra fecha que concite mayor adhesi¨®n. Sucede que en nuestro pa¨ªs no hay una virgen o santo que puedan representar a los tres territorios, ni una toma de La Bastilla, ni una gesta o desgracia que pudiera ser compartida. En este sentido, tiene raz¨®n el historiador Jos¨¦ Luis de la Granja cuando sostiene con conocimiento de causa que quiz¨¢ no haya fecha m¨¢s adecuada que el 25 de octubre para instituir la fiesta oficial. Porque ese d¨ªa de 1979 Euskadi comenz¨® a ser plenamente, pero tambi¨¦n porque casi un siglo y medio antes, tras la primera guerra carlista, se aprob¨® la discutida Ley del 25 de octubre de 1839, que confirm¨® los fueros vasco-navarros, "sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarqu¨ªa", o los aboli¨® seg¨²n la interpretaci¨®n del nacionalismo aranista. No es casual que esa fuera la fecha elegida por Ibarretxe en 2003 para lanzar su plan de superaci¨®n del Estatuto, y tambi¨¦n en la que quiso, cinco a?os m¨¢s tarde, celebrar su frustrada consulta.
A lo mejor, tener una fiesta discutida y con adhesiones demediadas es lo que corresponde a un pa¨ªs postmoderno, sobre cuyo nombre preciso no nos ponemos de acuerdo y cuya naturaleza pol¨ªtica y territorial discutimos; que tiene un himno semiclandestino que se interpreta poco y se canta menos, un escudo ciego en uno de sus cuarteles, y una capital provisional a la espera del advenimiento de la Euskal Herria so?ada. Un 25 de octubre para celebrar lo que cada uno quiera y como quiera -recepci¨®n, contramanifestaci¨®n, vacaci¨®n-, incluso que no existen motivos para celebrar nada.
Sin embargo, no hay que desde?ar la fuerza inercial de las fiestas una vez que se sit¨²an en el calendario laboral. Como tampoco la vitalidad de un Estatuto que tanto sigue dando que hablar pese a que tantos le han extendido el certificado de defunci¨®n.
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