Ayala, los jueves
Era previsible, pero nos resist¨ªamos a creerlo porque, aunque ¨¦l desde que cumpli¨® los cien a?os aseguraba que viv¨ªa de prestado, nosotros lo encontr¨¢bamos igual de l¨²cido y animoso. Hace pocos d¨ªas, cuando nuestro compa?ero Pedro Garc¨ªa Barreno fue a atenderlo, le dijo: "Arr¨¦gleme usted para que pueda volver a la Academia; es lo ¨²nico que me apetece". En el Anuario figura con 1.441 asistencias.
Hasta hace pocos a?os, todos los jueves ven¨ªa caminando desde su casa de Marqu¨¦s de Cubas hasta nuestra Casa de Felipe IV. En cierta ocasi¨®n, le pregunt¨¦ c¨®mo se hab¨ªa arreglado para llegar firme y vigoroso a tan alta edad. "Nunca hice deporte -me contest¨®- y el whisky lo venden en las farmacias". Cuando ingres¨® en la Academia, en el recreo anterior a las sesiones plenarias se tomaban pastas que, seg¨²n se dec¨ªa, D¨¢maso Alonso compraba en Ribadeo, en aquellas cajas c¨²bicas de hojalata. Y con ellas, vino dulce. Ayala reclam¨® whisky y cambiaron las cosas.
Hace alg¨²n tiempo, en una de las comisiones acad¨¦micas de los jueves, revis¨¢bamos la definici¨®n del t¨¦rmino generaci¨®n. "Ahora dicen por los a?os que acabo de cumplir", apunt¨® Ayala, "que yo soy de la generaci¨®n del 98". Nos re¨ªmos, presagiando que ¨¦l se saldr¨ªa, como en efecto se sali¨®, de los esquemas generacionales; pero, de inmediato, Ayala comenz¨® a hablar desde su propia "generaci¨®n", la del 27, cuyo ¨²ltimo superviviente era.
"?ramos j¨®venes y nos opon¨ªamos a todo lo anterior; quer¨ªamos hacer tabla rasa de todo, con el prop¨®sito de construir -en dos patadas, digamos- un mundo nuevo, din¨¢mico y brillante". Purificar la palabra fue lo que entonces permiti¨®, primero, oponerse a todo lo gastado, a la miseria intelectual de Espa?a, y m¨¢s tarde, hacer vibrar esa palabra en el tiempo hist¨®rico y sus apremios. Pero lleg¨® la Guerra Civil y todo se desmoron¨®. Ya en el exilio, en 1939, escribi¨® Ayala su Di¨¢logo de muertos. Eleg¨ªa espa?ola. All¨ª alumbraba la lucidez intelectual y el temple moral que iban a forjar la figura de quien en las letras espa?olas estaba llamado a convertirse en referente de toda convivencia alerta y de concordia.
Nos enga?ar¨ªamos si pens¨¢ramos que la ciudad de la concordia es un lugar exento de tensiones. No. La ciudad de la concordia es la ciudad de las palabras de la que hablaba Plat¨®n, en la que los unos necesitamos a los otros. La palabra concordadora de Ayala agavilla todas las perspectivas de palabras diversas, la que se refleja en la estructura compositiva, tan abierta, de sus obras, y manifestaba a cada paso en sus intervenciones acad¨¦micas.
En los ¨²ltimos a?os, en repetidas ocasiones sinti¨® Ayala la necesidad de manifestar lo que ¨¦l pensaba y sent¨ªa de la Real Academia Espa?ola. Hab¨ªa sido para ¨¦l un descubrimiento: el de "una instituci¨®n ejemplar en la que conviven personas de las m¨¢s variadas ideolog¨ªas en un clima de respeto y de sencilla cordialidad que supera las naturales disensiones". Por eso la sent¨ªa como casa propia y la amaba tanto.
Francisco Ayala ha sido uno de los intelectuales que m¨¢s ha hecho por la concordia de los pueblos que hablan espa?ol. Cuando me hice cargo de la direcci¨®n de la Academia, me dijo: "Esta Casa, V¨ªctor, y este pa¨ªs no se han dado cuenta de la importancia que para la pol¨ªtica espa?ola de verdad tienen la lengua y la relaci¨®n con los pa¨ªses de Hispanoam¨¦rica". Tuvo un ocaso de patriarca y se fueron apagando su mirada y su voz. En la Casa de Felipe IV ondea la bandera de Espa?a a media asta y est¨¢ entornada la puerta principal en se?al de duelo. Dentro hay silencio, pero todo est¨¢ lleno de su recuerdo y su palabra.
V¨ªctor Garc¨ªa de la Concha es director de la Real Academia Espa?ola.
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