La elecci¨®n del nuevo presidente europeo
La costumbre estadounidense de dar consejo a quienes no lo han solicitado parece incurable... En su visita a Islamabad, la secretaria de Estado Clinton emple¨® un tono condescendiente para hablar del pa¨ªs. Los europeos (recordemos "euroesclerosis" y "la vieja Europa") han soportado durante a?os la arrogancia de nuestras ¨¦lites, mucho menos excusable que la ignorancia y los prejuicios de nuestros ciudadanos. Cierto es que Estados Unidos ha tenido su propia quinta columna: acad¨¦micos, banqueros, empresarios, generales, funcionarios, pol¨ªticos y publicistas europeos que respaldan y repiten en todo momento la absurda idea de que poseemos una correcci¨®n moral y una sabidur¨ªa pol¨ªtica incuestionables. ?Hay alguna posibilidad de que en las elecciones a la Presidencia Europea salga elegido un presidente que incremente la independencia del continente con respecto a EE UU?
Al elegido se le recordar¨¢ si es capaz de conducir la UE a un nuevo equilibrio entre mercado y Estado
Nuestro propio presidente se va pareciendo cada vez m¨¢s a Gulliver apresado por los liliputienses. Los europeos tambi¨¦n padecen esta misma miniaturizaci¨®n pol¨ªtica. Los presidentes de gobierno socialistas hicieron muy bien en rechazar la candidatura de Tony Blair. Su inexpugnable fidelidad a EE UU y la seguridad sacerdotal de que hace gala (sobre todo cuando se equivoca) son razones m¨¢s que suficientes. Sin embargo, parece evidente que los l¨ªderes europeos no est¨¢n buscando grandes talentos para el cargo. La canciller Merkel no designar¨¢ candidato a Schr?der, ni a Steinmeier ni a Steinbr¨¹ck ni a Fischer. Berlusconi no quiere ni o¨ªr hablar de Amato. Sarkozy no oculta que pasa por alto a Aubry, a Strauss-Kahn y a Vedrine. El presidente polaco no propone a su distinguido predecesor, Kwasniewski. Zapatero no menciona a su camarada de partido, Gonz¨¢lez.
El hecho de que el presidente de la Comisi¨®n actual sea Barroso, fiel servidor de EE UU y refractario al Estado de bienestar europeo, parecer¨ªa subrayar la necesidad de nombrar a una figura pol¨ªtica relevante, que se atreva a llevar a cabo la modernizaci¨®n del modelo social europeo y a convertir Europa en una fuerza aut¨®noma en la pol¨ªtica mundial. ?Cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que se alz¨® alguna voz de peso en Europa para explicarle a EE UU que su obsesi¨®n con el "terror", su yihad en el mundo isl¨¢mico, su hostilidad con Ir¨¢n, su falta de voluntad para contener a Israel eran desastrosos? Europa, en cambio, acepta un papel subordinado y, a veces, se queja de las consecuencias.
Ser¨ªa inexacto achacar la crisis financiera s¨®lo al capitalismo americano, pues muchos capitalistas europeos son tan irresponsables, tienen tan poco esp¨ªritu social, como sus socios del otro lado del Atl¨¢ntico. No hace mucho que o¨ªamos a los l¨ªderes europeos ensalzar la desregularizaci¨®n y la privatizaci¨®n, como si hubieran estudiado Econ¨®micas en la Universidad de Chicago. Sin embargo, cuando las prestaciones del desempleo y los subsidios gubernamentales permiten que algunos de los pa¨ªses de la UE funcionen mejor que EE UU, tanto desde el punto de vista econ¨®mico como desde el social, son muy pocos los que se lanzan a sacar las conclusiones obvias. Una sociedad civilizada no requiere menos intervenci¨®n econ¨®mica p¨²blica, sino m¨¢s. El primer presidente europeo ser¨¢ recordado si es capaz de conducir a la UE a un nuevo equilibrio entre el mercado y el Estado. Los jefes de gobierno europeos, sin embargo, debaten el nombramiento de los candidatos desde un punto de vista partidista, lo que s¨®lo servir¨¢ para relegar al nuevo presidente a una oscuridad instant¨¢nea.
Grandes corrientes de ideas y pr¨¢cticas sociales han cruzado siempre el Atl¨¢ntico en ambas direcciones. El Estado de bienestar estadounidense que construyeron los dos Roosevelt y Wilson le debe mucho al socialismo y a la democracia cristiana europeos. Los Estados de bienestar europeos posteriores a 1945 copiaron, a su vez, el modelo del New Deal. Ahora EE UU atraviesa una crisis. Puede elegir entre ser una sociedad de consumo o un imperio, pero no las dos cosas a la vez. Puede permitir que se intensifique nuestro terrible darwinismo social o puede construir nuevas instituciones m¨¢s solidarias. Nuestros recursos intelectuales y morales siguen siendo abundantes, como lo demostr¨® la elecci¨®n a la presidencia del hijo de un inmigrante africano. No obstante, el temor a verse despose¨ªdos de sus privilegios est¨¢ profundamente arraigado en muchos de nuestros ciudadanos, y a no ser que reparemos el tejido social, seguir¨¢n aumentando los s¨ªntomas, cada vez m¨¢s agudos, de desintegraci¨®n.
Los presidentes estadounidenses terminan por ser prisioneros de la Casa Blanca, y, aunque inteligente y abierto al mundo, Obama tampoco es una excepci¨®n. Gran parte de nuestra ¨¦lite pol¨ªtica es propensa a hacer caso omiso de la experiencia, recu¨¦rdese, si no, la discusi¨®n sobre Afganist¨¢n. Pese a todo, el debate sobre los costes del imperio y el precio del capitalismo sigue adelante. Una Europa m¨¢s segura de su propia singularidad hist¨®rica, m¨¢s orgullosa de sus logros poscoloniales, innovadora en sus instituciones sociales y menos complaciente con respecto a sus pr¨¢cticas democr¨¢ticas podr¨ªa ejercer una influencia importante -una vez m¨¢s- en nuestro futuro. Esperamos que el nuevo presidente europeo sea consciente de que a este lado del Atl¨¢ntico tiene un electorado moral, y lo esperamos por la cuenta que nos tiene.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.