M¨¢xima alerta en Kabul
Los occidentales se sienten objetivo de los talibanes en la capital afgana
Desde el ataque al hostal Bekhtar, habitado por una treintena de funcionarios de la ONU, hay una epidemia de p¨¢nico en Kabul. La mayor¨ªa de los recintos hoteleros del centro han comenzado a colocar garitas protegidas por sacos terreros y a edificar torreones con mirillas para que los guardas privados puedan repeler un eventual ataque de los talibanes.
En el interior se ha redoblado el n¨²mero de hombres armados de viejos AK-47 que patrullan por pasillos, jardines y tejados. Algunos de los clientes preguntan por las instrucciones de la direcci¨®n en caso de evacuaci¨®n. La respuesta es, casi siempre, sencilla: no hay s¨®tano ni salida de emergencia ni planes. Todo depende de la suerte.
Hace unos d¨ªas detuvieron a unos sospechosos en posesi¨®n de una lista de hostales cercanos al Bekhtar, seg¨²n informaron fuentes de seguridad occidentales a una periodista. Esas mismas fuentes sostienen que los talibanes infiltraron varios suicidas en la ciudad para poder golpear durante la segunda vuelta de las elecciones, y temen que ¨¦stos sigan dentro de Kabul.
La alarma debe de ser cierta, pues la seguridad es alta, los controles en las calles m¨¢s rigurosos y los movimientos de militares constantes. Los todoterreno cargados con occidentales de distinto rango (se sabe por la aparatosidad de las medidas electr¨®nicas de seguridad, lo que representa una pista para los atacantes) circulan a gran velocidad sorteando los atascos a golpe de acelerador y bocina. Atr¨¢s quedaron las recomendaciones que impuso en junio el general estadounidense Stanley McChrystal, tras su llegada al mando de las tropas extranjeras: circular m¨¢s despacio dentro de la ciudad y no llevar gafas de sol, algo que los afganos consideran un signo externo de prepotencia.
Los funcionarios extranjeros tienen orden de no salir de noche. Los restaurantes de moda que han ido abriendo estos meses, como L'Atmosphere, donde adem¨¢s se sirve alcohol y se baila y por eso est¨¢ se?alado como objetivo por los talibanes, vuelven a vaciarse de clientes. S¨®lo algunos con muchas misiones a la espalda se atreven a proponer a sus compa?eros excursiones de fin de semana al tranquilo valle del Panchir, "en violaci¨®n flagrante de todas las normas de seguridad de Naciones Unidas". Es una forma de combatir la tensi¨®n, que es mucha, y el miedo.
En lo alto del cielo de Kabul, el ojo de Dios: un zepel¨ªn blanco que graba y observa. "No s¨¦ qu¨¦ mira ese globo porque es incapaz de impedir los coches bomba y que los terroristas se muevan con libertad por la ciudad", protesta un joven de 25 a?os que no quiere decir su nombre. "Ustedes se protegen con muros, pero a nosotros nos dejan fuera de esa protecci¨®n".
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