Miedo y piedad
El hombre contempor¨¢neo necesita estar anclado en un temor: guerras, cat¨¢strofes y pandemias hacen palidecer a los monstruos medievales. Este af¨¢n repercute negativamente en nuestra capacidad de compasi¨®n
Leyendo el libro del helenista Wilhelm Nestle Historia del esp¨ªritu griego me he encontrado un pasaje que parece escrito por un historiador del futuro al considerar nuestra propia ¨¦poca. En este pasaje, alusi¨®n al mundo hel¨¦nico del siglo VI antes de nuestra era, se hace referencia a una explosi¨®n demogr¨¢fica, a migraciones masivas, al aumento de comunicaci¨®n entre pa¨ªses, a un temor sistem¨¢tico y a "un ambiente moral caracterizado por la general desaparici¨®n de la piedad". Aunque no me entusiasman los paralelismos hist¨®ricos, forzados la mayor¨ªa de las veces, me ha llamado la atenci¨®n la insistencia de Nestle en la presencia del miedo y en la ausencia de la piedad porque, en efecto, creo que ambos fen¨®menos son simult¨¢neos y se dan con fuerza tambi¨¦n en nuestro tiempo.
Surgen animales mutantes y terror¨ªficos: nuestros alimentos convertidos en veneno masivo
Para demasiados, la piedad ha dejado de formar parte del rompecabezas humano
En relaci¨®n al miedo, Nestle opina que los textos procedentes del periodo inmediatamente anterior al Siglo de Pericles denuncian una atm¨®sfera inquietante de amenazas que no siempre est¨¢n justificadas por los acontecimientos que realmente ocurrieron. Esa sociedad que ¨¦l estudia mediante los escritos de la literatura ¨¦pica y de la primera filosof¨ªa parece atenazada por signos turbadores pese a que, por lo que sabemos, goz¨® de una notable prosperidad y alcanz¨® una sobresaliente capacidad organizativa, sobre todo en la polis del Asia Menor. Sin embargo, la riqueza mercantil, el despegue art¨ªstico y los prolongados per¨ªodos de paz no fueron suficientes para alejar las se?ales siniestras que, a juzgar por los testimonios que hemos preservado, irrump¨ªan en el escenario en forma de malos augurios y or¨¢culos sombr¨ªos. Si es cierto lo que han dejado escrito los poetas, los hombres de ese momento ¨²nicamente superaban un temor cuando ya hab¨ªan abrazado otro.
Una actitud que, saltados los siglos, resum¨ªa muy bien un titular reciente del New York Times: ?A qui¨¦n hay que temer hoy? El peri¨®dico neoyorkino se preguntaba si el terrorismo segu¨ªa siendo la principal fuente de nuestro p¨¢nico, como lo hab¨ªa sido en los a?os posteriores al 11 de septiembre de 2001 o si, por el contrario, hab¨ªamos ya identificado otras s¨®lidas pistas por las que avanzar hacia nuestro ¨ªntimo temor. La conclusi¨®n del art¨ªculo era que, en cierto modo, el hombre contempor¨¢neo necesita estar anclado en un temor, del tipo que sea, pero no andar a la deriva.
Las oleadas de males augurios y or¨¢culos sombr¨ªos de las que se hace eco la poes¨ªa griega son recogidos en nuestros d¨ªas, puntualmente, por los medios de comunicaci¨®n, los cuales -como tambi¨¦n hac¨ªa la antigua poes¨ªa- cuando ya han agotado los inevitables cap¨ªtulos dedicados a las guerras y las hambrunas, orientan nuestros ojos y nuestros o¨ªdos hacia inesperadas cat¨¢strofes que prometen aniquilarnos y cuyos efectos psicol¨®gicos persisten m¨¢s all¨¢ de sus manifestaciones reales. No deja de ser curioso que los principales pronunciamientos oraculares de nuestros d¨ªas se presenten, revestidos de un inapelable lenguaje cient¨ªfico, en los espacios de informaci¨®n sanitaria, cada d¨ªa m¨¢s abundantes y cada d¨ªa m¨¢s inclinados hacia el reforzamiento de la intranquilidad de los pobres mortales. Sin dioses y sin sibilas que nos asusten a los humanos con sus presagios, soportamos, no obstante, la autoridad de los expertos que emplean sus artes -o malas artes- para confeccionar el cat¨¢logo de los inminentes cataclismos. S¨®lo en la ¨²ltima d¨¦cada los expertos-videntes han construido a nuestro alrededor, con sus epidemias y pandemias, un bestiario que hace palidecer a los monstruos medievales: enfermedad de las vacas locas; gripe aviar, o porcina, llamada luego, bastante absurdamente, nueva. Cuando el monstruo mayor, la serpiente, el terrorismo parece no ser suficiente para mantener la tensi¨®n, surgen en el horizonte estos animales mutantes y terror¨ªficos, cerdos, vacas, aves; es decir, nuestros alimentos convertidos en veneno masivo. Nadie sabe con exactitud el grado de veracidad de todas esas noticias. Lo que es seguro es que tras la sombra de una epidemia aparecer¨¢ otra, sea porque alguien est¨¢ interesado en que as¨ª se desarrollen los hechos, sea porque como aquellos hombres del siglo VI antes de nuestra era, no sabemos, al menos por el momento, vivir sin el morboso est¨ªmulo de la amenaza y, parad¨®jicamente, nos sentimos m¨¢s seguros cuando podemos preguntar ?a qu¨¦ toca temerle hoy?
Es muy posible, por otra parte, que esta obsesi¨®n por el temor, convertido en condici¨®n para la supervivencia, repercuta negativamente en nuestra capacidad de compasi¨®n. El miedo atenaza y acostumbra a disolver la relaci¨®n generosa con la existencia a la que est¨¢ predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida. Es m¨¢s: el miedo transformado en ciega cotidianidad, en algo definitivamente asumido e insuperable, puede llegar a borrar la idea misma de piedad, una suerte de trasto in¨²til del que no se puede hacer uso alguno en una sociedad milim¨¦trica dibujada para la producci¨®n y la posesi¨®n.
Hace poco, un profesor de historia de la medicina me coment¨® que ten¨ªa grandes dificultades para que sus estudiantes comprendieran el significado del t¨¦rmino piedad. Al sospechar que quiz¨¢ sus oyentes otorgaban a la palabra una connotaci¨®n religiosa recurri¨® a una especie de traducci¨®n laica y se refiri¨® a filantrop¨ªa. Con el cambio algo gan¨®, pero no mucho, y el hombre estaba desesperado porque pensaba que sus estudiantes, precisamente por ser de medicina, ten¨ªan que ser los primeros en reconocer el sentido profundo de la piedad. Era chocante, desde luego, esta ignorancia en buena parte de los futuros m¨¦dicos, los cuales, muy probablemente, llegado el momento, no se sentir¨ªan demasiado obligados a colgar de la pared de su despacho el Juramento Hipocr¨¢tico, juzgado como definitivamente anacr¨®nico en la ¨¦poca de la eficacia y la funcionalidad.
No es de descartar que esa misma dificultad relatada por el preocupado profesor de historia de la medicina se pueda extender a todos los ¨¢mbitos, a excepci¨®n, tal vez, de aquellos que, enfrentados a la pobreza y a la desigualdad, han convertido la compasi¨®n en una pasi¨®n. Fuera de estos casos, afortunadamente bien representados asimismo en nuestra ¨¦poca, no parece que la pr¨¢ctica de la piedad obtenga un sitial relevante en nuestras escalas de moralidad. El prestigio de que goza entre nosotros la posesi¨®n inmediata de las cosas y el acatamiento del utilitarismo en todos los ¨®rdenes deja pocos resquicios para una actividad poco rentable o cuya rentabilidad se mide a trav¨¦s de esta lent¨ªsima acumulaci¨®n que caracteriza a los procesos espirituales.
No es que estemos dominados por la impiedad, malvados a conciencia, por as¨ª decirlo, sino que, para demasiados, la piedad ha dejado de formar parte del rompecabezas humano. Escuch¨¦ atentamente, semanas atr¨¢s, al ejecutivo de France Telecom al que se hac¨ªa directamente responsable de la epidemia (de nuevo una epidemia) de suicidios entre trabajadores de la compa?¨ªa que no hab¨ªan podido soportar m¨¢s situaciones de oprobio e indignidad. Como desconozco el asunto por dentro, me he formado una idea a trav¨¦s de las informaciones que no me permite juzgar con detalle lo sucedido en la empresa. No obstante, s¨ª puedo emitir un juicio sobre el alto ejecutivo de acuerdo con sus explicaciones: este hombre, acusado indirectamente de 25 muertes, magn¨ªfico especialista en balances y reajustes, brillante con los n¨²meros, habl¨® tres cuartos de hora con buenos recursos oratorios sin dedicar un solo segundo a algo parecido a un ejercicio de piedad. Cuando apagu¨¦ el televisor pens¨¦ que se sent¨ªa "un h¨¦roe de nuestro tiempo". Acaso con raz¨®n.
Pero tampoco es necesario dejarse aplastar por esta percepci¨®n. La mezcla de temor y falta de piedad detectada por Wilhelm Nestle en el siglo VI antes de nuestra era no impidi¨® el advenimiento de una ¨¦poca espl¨¦ndida que, pese a muchas penurias, acogi¨® a la democracia, el arte cl¨¢sico y la filosof¨ªa. La tragedia ¨¢tica nos lo explica maravillosamente al combatir el temor mediante la catarsis, y al proponer la compasi¨®n como el v¨ªnculo m¨¢s elevado que une a los seres humanos. Ser¨ªa un consuelo pensar que tambi¨¦n en esta actitud podamos, quiz¨¢ pronto, encontrar similitudes entre el pasado y nuestro tiempo.
Rafael Argullol es escritor.
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