?Un independiente en la presidencia de Chile?
Las candidaturas independientes tienen buena y mala fama en Am¨¦rica Latina y otras latitudes. Por un lado, sabemos desde el siglo XIX, que no hay democracia representativa sin partidos, y que toda democracia directa o participativa que vincula al l¨ªder m¨¢s o menos carism¨¢tico con el pueblo m¨¢s o menos entusiasta puede llevar al desastre. Por otro lado, sabemos tambi¨¦n desde Robert Michel y su tratado cl¨¢sico sobre los partidos pol¨ªticos, que estos encierran una tendencia inevitable hacia la burocratizaci¨®n, la esclerosis e incluso la corrupci¨®n. Por esta doble raz¨®n, las candidaturas independientes, ciudadanas, o sin partido, suelen despertar un gran inter¨¦s y entusiasmo, y a la vez generan suspicacias y temores de caudillismo o incluso de autoritarismos de corte fascistoide.
El iconoclasta Enr¨ªquez-Ominami, un candidato sin partido, se convierte en alternativa
Hay hartazgo de los mismos rostros, el mismo discurso, las mismas pol¨ªticas
En Am¨¦rica Latina han surgido experiencias buenas y malas de ambas ¨ªndoles. Por ello, existen legislaciones diversas al respecto. En algunos pa¨ªses simplemente se proh¨ªben. Es el caso de Brasil y M¨¦xico, y de alguna manera de Argentina. El autor de estas l¨ªneas padeci¨® en carne propia la prohibici¨®n mexicana al imped¨ªrsele ser candidato sin partido a la presidencia de M¨¦xico en 2006.
En otros pa¨ªses, no s¨®lo est¨¢n contempladas en las leyes electorales, sino que algunas han dado lugar a ¨¦xitos comiciales notables. Los casos m¨¢s recientes son el de Alberto Fujimori en 1990 y el de Alejandro Toledo en 2000, ambos en Per¨². Otro ejemplo es el de ?lvaro Uribe en su primera elecci¨®n en Colombia en el 2002, y si quisi¨¦ramos acercarnos ligeramente al norte, la exc¨¦ntrica postulaci¨®n del magnate Ross Perrot en Estados Unidos en 1992, que alcanz¨® el 22% del voto, permitiendo la llegada de Bill Clinton a la Casa Blanca.
Hoy, en Am¨¦rica Latina, como en otras latitudes, impera gran desencanto con los partidos pol¨ªticos existentes, aunque las alternativas no necesariamente se presentan bajo la f¨®rmula de candidaturas independientes. En Venezuela el viejo sistema de Punto Fijo y Acci¨®n Democr¨¢tica -COPEI fue derribado por Hugo Ch¨¢vez desde mediados de los a?os noventa-; en Paraguay, el dominio ancestral del Partido Colorado fue clausurado por Fernando Lugo; como dijimos, Uribe termin¨® de acabar con el tradicional bipartidismo colombiano en 2002, y la inminente y nueva victoria del Frente Amplio en Uruguay probablemente entierre para siempre al bipartidismo de la Suiza de Am¨¦rica.
Pero en la mayor¨ªa de los casos, cuando surge este rechazo a los partidos y se expresa en una candidatura independiente o en alg¨²n otro tipo de movimiento pol¨ªtico no partidista, la causa radica en el fracaso econ¨®mico y social del anquilosado sistema de partidos previamente existentes. Lo extra?o del caso chileno, per
-sonificado por la candidatura independiente de Marco Enr¨ªquez-Ominami, estriba en una aparente paradoja: el creciente entusiasmo ante su postulaci¨®n se produce en el contexto de una de las experiencias de gobierno m¨¢s exitosas de la historia reciente de la regi¨®n.
Como se sabe, la Concertaci¨®n ha gobernado a Chile desde 1989 cuando derrot¨® al candidato presidencial de la dictadura pinochetista en las urnas. Desde entonces, han pasado por el Palacio de la Moneda cuatro presidentes: dos dem¨®crata-cristianos -Patricio Aylwin y Eduardo Frei- y dos socialistas -Ricardo Lagos y Michelle Bachelet-. A lo largo de estos 20 a?os, la econom¨ªa chilena ha arrojado, con creces, el mejor desempe?o econ¨®mico de Am¨¦rica Latina, superado en el mundo entero s¨®lo por China; una consolidaci¨®n democr¨¢tica creciente; una mejora relativa aunque insuficiente de la distribuci¨®n del ingreso, del patrimonio y de las oportunidades; y una reducci¨®n dram¨¢tica de la pobreza, as¨ª como un lugar distinguido y envidiable para Chile en el ¨¢mbito internacional.
El candidato de la derecha, por segunda vez, es un empresario de ¨¦xito, dem¨®crata (vot¨® por el no a la dictadura en el refer¨¦ndum del 88) y cuyo programa en el fondo representar¨ªa m¨¢s continuidad que cambio frente a los ¨²ltimos dos decenios de gobierno de la Concertaci¨®n. Ante este panorama tan halagador ?por qu¨¦ irrumpe Enr¨ªquez-Ominami, coloc¨¢ndose, de acuerdo con algunas encuestas, muy cerca del candidato de la Concertaci¨®n y amenazando con rebasarlo y pasar a la segunda vuelta? Sobre todo, ?c¨®mo es posible que quien alborote hasta este grado el gallinero chileno sea un joven (36 a?os) irreverente (poseyendo la nacionalidad francesa ha llegado a decir que lamentaba ser chileno) e ideol¨®gicamente ambiguo y provocador como Enr¨ªquez-Ominami?
Para empezar, debido a su propio e indudable talento. Es sorprendentemente ¨¢gil en el debate y la r¨¦plica; y tiene una breve pero brillante carrera como documentalista, diputado y personaje de televisi¨®n, a la que se suma su triple herencia pol¨ªtica. Marco es hijo biol¨®gico de Miguel Enr¨ªquez, dirigente del MIR chileno, fallecido en combate con el Ej¨¦rcito de la dictadura pinochetista en 1975; es hijo adoptivo de Carlos Ominami, quien ha sido a lo largo de los ¨²ltimos 20 a?os ministro de Econom¨ªa, dirigente del Partido Socialista y senador; y su madre Manuela Gumucio, posee tambi¨¦n una larga trayectoria pol¨ªtica; fue una integrante clave de la campa?a presidencial de Ricardo Lagos en el 2000.
En segundo lugar, Enr¨ªquez-Ominami se ha beneficiado del hast¨ªo que la Concertaci¨®n ha provocado en el seno del electorado chileno. La gente est¨¢ harta de los mismos rostros, del mismo discurso, de las mismas pol¨ªticas, por exitosas que hayan sido. Y no lo han sido del todo: si bien a Chile le ha ido mejor frente a la crisis financiera internacional que a la mayor¨ªa de los pa¨ªses de la zona, no ha resultado invulnerable. Incluso ya hab¨ªa enfrentado dificultades antes de la crisis, al disminuir sus tasas de crecimiento econ¨®mico desde 2000 y al comprobar que su muy desigual distribuci¨®n del ingreso era tambi¨¦n notablemente resistente a todo tipo de pol¨ªticas igualitarias. Los votantes chilenos quieren un cambio. La Concertaci¨®n no pudo inventar un mejor candidato que Frei, quien a sus 67 a?os de edad, en caso de ser electo, representar¨ªa la tercera ocasi¨®n en que un pol¨ªtico chileno de ese apellido ocupara La Moneda. No se trata precisamente de un soplo de aire fresco. Por otra parte, el megaempresario Sebasti¨¢n Pi?era, por sensato y dem¨®crata que sea, padece de un defecto importante, ajeno a su persona y simult¨¢neamente indisociable de ella: entregarle la presidencia concentrar¨ªa en un solo individuo el poder pol¨ªtico y el poder econ¨®mico, algo que incluso en un pa¨ªs tan partidario del libre mercado como Chile puede antojarse indigerible.
En tercer lugar, al negarse a celebrar primarias para elegir a su candidato presidencial, tal y como lo hab¨ªa hecho en dos ocasiones anteriores, la Concertaci¨®n le entreg¨® en bandeja de plata a Enr¨ªquez-Ominami el sentimiento antiestablishment y antipartido que prevalece en toda sociedad latinoamericana. Enr¨ªquez-Ominami no tiene partido pero s¨ª cuenta con miles de partidarios. Se ha convertido en uno de los candidatos independientes de mayor ¨¦xito en Am¨¦rica Latina, pase lo que pase, gracias a este ¨²ltimo error de la Concertaci¨®n, que seguramente nunca consider¨® que se trataba de un desacierto, y mucho menos de un autogol.
?Se quedar¨¢ en la raya Marco Enr¨ªquez-Ominami? Es muy posible que s¨ª. Algunas encuestas lo muestran casi empatado con Frei; otras, ligeramente rezagado. Asimismo, ciertos sondeos sugieren que representar¨ªa una alternativa m¨¢s poderosa contra Pi?era en segunda vuelta que el propio Frei, ya que los votantes de la Concertaci¨®n podr¨ªan ser m¨¢s proclives a votar por Enr¨ªquez-Ominami que los de este ¨²ltimo a hacerlo por Eduardo Frei. Si el joven iconoclasta sigue destacando en los debates como lo ha hecho hasta ahora; si no se le secan las fuentes de financiamiento -un riesgo innegable, sobre todo al final de una campa?a-; si no se tropieza con sus r¨¦plicas improvisadas y en ocasiones irreflexivas, con su tendencia a evadir definiciones de sustancia, y con sus lazos estrechos y no del todo aclarados con La Habana, a trav¨¦s del empresario Max Marambio, puede convertirse en el pr¨®ximo presidente de Chile. Pero aunque se le pueda reprochar su falta de experiencia, de apoyos legislativos y de equipo de gobierno, su llegada a La Moneda, por alcanzar un s¨®rdido 20% de votos, ser¨ªa un gran acontecimiento para toda Am¨¦rica Latina, pero sobre todo para Chile, un pa¨ªs que no es aburrido pero donde hoy los chilenos se aburren. Marco los sacudir¨ªa.
Jorge Casta?eda, ex secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico, es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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