Est¨¦tica de la irresponsabilidad
No se pase¨® por el circuito de Cheste al volante de un Ferrari, en compa?¨ªa de la alcaldesa de Valencia y dos astros del automovilismo, por casualidad. El problema es que Francisco Camps no entiende por qu¨¦ ya no funciona el mecanismo populista que tanto rendimiento le dio. No entiende por qu¨¦ la exhibici¨®n permanente que, en ¨¦poca de vacas gordas, le permiti¨® conectar tan f¨¢cilmente con una mayor¨ªa de la sociedad, ahora adquiere los perfiles de un mal sue?o. Como un ni?o al que llaman a hacer los deberes y se aferra a sus juguetes para no obedecer, Camps persiste en el manejo infantiloide de los grandes eventos como mecanismo de compensaci¨®n de complejos colectivos y suced¨¢neo de cualquier gesti¨®n p¨²blica con un m¨ªnimo rigor.
Tampoco es casual que el vicepresidente econ¨®mico del Consell, Gerardo Camps, metiera la pata con las cajas al aventurar que la CAM entrar¨¢ en p¨¦rdidas en 2010, algo in¨¦dito en un responsable econ¨®mico de cualquier pa¨ªs normal. La droga del espect¨¢culo, la euforia de los eventos y la propaganda de la autoafirmaci¨®n han convertido al Consell en un ente improvisador, acostumbrado a sacar juguetes de la chistera para conseguir mayor¨ªas electorales que su presidente identifica con victorias hist¨®ricas del pueblo valenciano. Y el caso es que estaba claro lo que pasaba, ya que el propio vicepresidente lo aventur¨® antes del verano. Hab¨ªa que ponerse a trabajar por una fusi¨®n de cajas valencianas so pena de verlas absorbidas por otras maniobras de calibre en el mapa revuelto de la reestructuraci¨®n financiera. Se apunt¨®, s¨ª, antes del verano, y vinieron las vacaciones, y pas¨® el tiempo, y Rato se perfil¨® como presidente de Caja Madrid, y la ambici¨®n de Rato empez¨® a encajar con la concentraci¨®n de cajas que promueven los t¨¦cnicos del Banco de Espa?a... Y el Consell se dio cuenta de que, si no despabila, puede pasar a la historia como el que dej¨® que las cajas de aqu¨ª cayeran en otras manos. S¨®lo alguien que llega muy tarde puede cometer estos errores de bulto y desbaratarlo todo.
Por supuesto, nadie considerar¨¢ casual la actitud del PP al negar la existencia de investigaci¨®n judicial alguna sobre los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n que afectan al partido, al Consell, a su l¨ªder y a su credibilidad. Y es que, no s¨®lo los socialistas han decidido, con su querella, emplazar al Tribunal Superior de Justicia de aqu¨ª a cumplir con su obligaci¨®n (otro d¨ªa hablaremos de la deplorable imagen de unas organizaciones empresariales defensoras de honorabilidades dudosas y ciegas a la corrupci¨®n), sino que el juez de Madrid Antonio Pedreira est¨¢ actuando sobre los trajines valencianos de la trama G¨¹rtel y el pelotazo del viaje del Papa a costa de Canal 9.
En fin. Hace casi un siglo que Max Weber introdujo aquella distinci¨®n entre la ¨¦tica de la convicci¨®n y la de la responsabilidad, esos dos polos sobre los que bascula la acci¨®n p¨²blica, un escenario que la ejecutoria de Francisco Camps ha barrido a favor de una grotesca est¨¦tica de la irresponsabilidad.
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