William Lenon
Fueron grandes alivios de infancias infelices; hablo de los disparatados relatos de Guillermo Brown. El lector se sumerg¨ªa en aquellos tomos de Editorial Molino, de tapas rojas y papel ¨¢spero; en pocos minutos, apenas pod¨ªa ocultar las risas. El humor derivaba del conflicto entre el mundo de la fantas¨ªa, construido por Guillermo y sus Proscritos, y la civilizaci¨®n, tal como se entend¨ªa en un pueblo del Sur de Inglaterra.
Fuimos afortunados. Los libros que firmaba Richmal Crompton empezaron a traducirse antes de la Guerra Civil; quiz¨¢s familiarizados con ellos, los censores franquistas los consideraban trivial literatura infantil. Incluso, puede que aplaudieran su constante ridiculizaci¨®n de las convenciones sociales de la P¨¦rfida Albi¨®n. Cierto que William the Dictator se transform¨® en Guillermo el Luchador, pero se colaron historias que trataban de bolcheviques o del sistema colonial. Hubo recortes, no se sabe si obra de la tijera ministerial o del descuido de una editorial nada respetuosa, que incluso prob¨® a reemplazar los sublimes dibujos de Thomas Henry por unos mamarrachos made in Spain.
El componente de los Beatles fue el Guillermo Brown del pop de los a?os setenta
Con el tiempo, Javier Mar¨ªas, Francisco Nieva o Fernando Savater tomaron la medida a tan subversivo personaje. As¨ª, especulaban que la eterna rebeld¨ªa de Guillermo le hac¨ªa irresistible para los ni?os espa?oles, sometidos a una represi¨®n bastante m¨¢s burda que la imperante en aquel pueblecito posvictoriano. Instalado eternamente en los 11 a?os, mientras la sociedad cambiaba, Guillermo era un admirable antih¨¦roe, siempre derrotado pero nunca vencido.
Supongo que no fui el ¨²nico que, cuando lleg¨® el pop, confundi¨® a los nuevos conjuntos con una reencarnaci¨®n de los Proscritos. Como Guillermo, amaban los disfraces, rechazaban la educaci¨®n burguesa y transmit¨ªan un optimismo contagioso. Tambi¨¦n eran visibles las diferencias: no compart¨ªan la misoginia de Guillermo el Travieso y, desde luego, uno no pod¨ªa imaginarlos consumiendo los misteriosos brebajes de regaliz y jengibre que mencionaba Richmal Crompton.
El inconveniente de la teor¨ªa: los grupos brit¨¢nicos no reconoc¨ªan influencia de aquellos libros. En entrevistas, pregunt¨¦ por ellos y s¨®lo obtuve alg¨²n asentimiento tibio y gestos de incomprensi¨®n. Puede que no me explicara bien: all¨ª se le conoce como Just William. Con todo, aquel paisaje literario ayudaba a entender las peculiaridades de Inglaterra, tal como la retrataban, un ejemplo, The Kinks: el amor por la jardiner¨ªa, los ex militares cascarrabias, los vicarios apurados, las solteronas en¨¦rgicas, los tenderos resabiados. En los setenta, pude reconocer el odioso arquetipo de Humbertito Lane en algunos cerebritos del rock progresivo. Lo mismo con el punk rock: en un colegio londinense vi a The Damned incendiar el escenario con un truco mal calculado que podr¨ªa hab¨¦rsele ocurrido a Guillermo, si su autora no tomara la precauci¨®n de evitar sugerir ideas peligrosas a sus seguidores.
De repente, recibo confirmaci¨®n de aquella lejana sospecha. En John Lennon (Anagrama), minuciosa biograf¨ªa de Philip Norman, se explica que el beatle era fan¨¢tico de Guillermo, igual que Paul McCartney. Devor¨® sus aventuras mientras crec¨ªa en Liverpool y adquiri¨® una colecci¨®n completa al instalarse en Kenwood, su mansi¨®n londinense. No consta su reacci¨®n ante el libro de la Crompton en 1965, titulado William and the pop singers, aqu¨ª Guillermo y los cantantes y¨¦-y¨¦.
Norman detecta comportamientos guillerminos en muchos puntos de la traves¨ªa de Lennon. Se junta con chicos de origen proletario (eso eran los otros Beatles). Desarrolla con sus compinches un lenguaje privado y se deleita en deformar su vocabulario. En la art school funda sus particulares Proscritos, conocidos como Los Disidentes. Ejerce de rudo l¨ªder carism¨¢tico. Embauca a adultos con poder, como Brian Epstein, aunque patalea contra su imposici¨®n de los trajes como uniforme. En su retiro neoyorquino, hasta crea un refugio secreto: el Club Dakota. Pero, ay, s¨®lo pueden entrar Yoko, John y su confidente, el locutor Elliott Mintz. Son los a?os en que rechaza visitas de Paul, Jagger y otros colegas. Guillermo Brown se hubiera escandalizado ante semejante traici¨®n.
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