Aprender a ser laicos
Espa?a necesita una cultura de la laicidad para mejorar la convivencia nacional. Nuestra divisi¨®n ideol¨®gica, cultural y moral constituye un reto para aprender a resolver ciertos problemas de forma civilizada. Los antagonismos existentes pueden afrontarse de dos maneras: mediante el enfrentamiento cultural con implicaciones pol¨ªticas que refuerza el cainismo de las dos Espa?as o a trav¨¦s de la deliberaci¨®n ¨¦tica y el di¨¢logo razonable que hagan posible establecer la amistad c¨ªvica entre ciudadanos con identidades diversas.
Hoy conviene retomar el discurso de Aza?a en el Ayuntamiento de Barcelona en julio de 1938. En ¨¦l recomendaba para el futuro paz, piedad y perd¨®n por "si alguna vez sienten los espa?oles que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio espa?ol vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucci¨®n". Nuestro pa¨ªs necesita darle cuerpo a una cultura de la paz, la piedad y el perd¨®n para cerrar de una vez por todas la crispaci¨®n como medio de afrontar nuestras discrepancias.
Millones de cat¨®licos saben distinguir entre el seguimiento a Jes¨²s y la obediencia a los obispos
La cultura de la laicidad crea las virtudes de tolerancia activa, libertad de conciencia y di¨¢logo intercultural e interreligioso, y, por eso, debe extenderse con mayor fuerza entre nosotros. Pero el aprendizaje de la laicidad no es f¨¢cil en un pa¨ªs que lleva siglos enfeudado en dogmatismos e intolerancias de diverso signo. Tenemos que aprender a ser laicos, lo cual requiere la predisposici¨®n previa a ponerse en el lugar del otro. En este sentido, Habermas ha afirmado que "el reconocimiento rec¨ªproco significa que los ciudadanos religiosos y laicos est¨¢n dispuestos a escucharse mutuamente y a aprender unos de otros en debates p¨²blicos". En esta misma l¨ªnea, Norberto Bobbio nos ha dado un gran testimonio de civismo: "He aprendido a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de cualquier conciencia, a intentar comprender antes de discutir, a discutir antes de condenar".
Los antagonismos culturales e ideol¨®gicos tienen entre nosotros varios or¨ªgenes, pero quienes m¨¢s han activado en los ¨²ltimos a?os el enfrentamiento cultural y ¨¦tico con claras repercusiones pol¨ªticas han sido la Conferencia Episcopal y el sector cat¨®lico que sigue sus recomendaciones. Sin embargo, no ha logrado impedir que millones de cat¨®licos sepan distinguir entre el seguimiento de Jes¨²s de Nazaret y la obediencia a los obispos en cuestiones discutidas que no pertenecen al n¨²cleo de la fe cristiana.
Para intentar superar el enfrentamiento existente me parece que es ¨²til seguir las recomendaciones de Habermas para ver qu¨¦ aprendizaje podemos realizar para articular una cultura nacional de la laicidad. La tolerancia activa es la piedra angular, pues se basa en el reconocimiento del l¨ªmite de cada identidad y en la apertura a los valores positivos de otras identidades.
Los ciudadanos religiosos deben respetar la autonom¨ªa del Parlamento y desechar cualquier intento de eclesiastizar la pol¨ªtica y el ordenamiento jur¨ªdico. Tienen que aprender a distinguir entre ley y moral, pues las leyes tienen una finalidad espec¨ªfica que las diferencia de los imperativos ¨¦ticos. Ser¨ªa conveniente que reconocieran el valor de la moral aut¨®noma. La libertad religiosa no puede impedir el desarrollo de la libertad de conciencia de quienes no son religiosos.
En una sociedad que busca espiritualidad y se plantea temas de fondo sobre la vida y la muerte, resulta parad¨®jico contemplar cierta incapacidad eclesial para desempe?ar roles espirituales y responder a preguntas metaf¨ªsicas, mientras algunos obispos se convierten en guardianes de la recta pol¨ªtica, la correcta legislaci¨®n y la verdadera moral.
Los ciudadanos no religiosos tambi¨¦n tienen que aprender a ser laicos. La proclamaci¨®n de la identidad laica no vacuna contra la intolerancia. El fundamentalismo laicista es tan rechazable como el integrismo religioso. Por esto, Regis Debray afirma que hemos de pasar de una laicidad de ignorancia o desprecio del hecho religioso a una laicidad de comprensi¨®n y reconocimiento de las aportaciones de las religiones a las culturas. Desde esta posici¨®n, se entiende su defensa de una ense?anza laica de la religi¨®n en las escuelas p¨²blicas y su afirmaci¨®n de que la libertad religiosa es m¨¢s que libertad de cultos.
Hay que superar la concepci¨®n de la religi¨®n como un asunto privado que no ha de tener ning¨²n papel en los debates sociopol¨ªticos y culturales en las democracias. La religi¨®n es una cuesti¨®n p¨²blica y las confesiones religiosas tienen todo el derecho a participar en estos debates. No debe despreciarse la demanda de sectores cristianos de incrementar la precauci¨®n moral a la hora de legislar sobre algunos problemas sociales. Ese mundo es plural y es de justicia reconocer el rol positivo de bastantes comunidades cristianas. Desde la l¨®gica de la laicidad, cabe apelar a una apertura a aportaciones ¨¦ticas de las religiones, como hizo Aranguren, y una mayor atenci¨®n a la racionalidad de las convicciones religiosas, como hace Habermas.
El di¨¢logo entre las diversas culturas c¨ªvicas es escaso y este hecho tiene un reflejo en el clima incivil en el que se desarrollan las relaciones pol¨ªticas. Para revertir esta situaci¨®n necesitamos aprender la gram¨¢tica de la laicidad.
Rafael D¨ªaz-Salazar es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad Complutense y autor de Espa?a laica.
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