Afganist¨¢n, las grietas del plan de Obama
Las razones y los objetivos del presidente de EE UU son m¨¢s realistas que los de su predecesor. Pero numerosos hechos pol¨ªticos, militares y regionales hacen casi inviable que el repliegue pueda comenzar en 2011
Pocas eran las opciones que ten¨ªa Barack Obama para cambiar sustancialmente el rumbo de la desventura iniciada hace ocho a?os en Afganist¨¢n. Su empe?o por sumar a los republicanos a su bando y las hipotecas acumuladas en este tiempo le imped¨ªan presentar la retirada como una alternativa prudente. Muchos se empe?an en ver esa medida como una derrota que hundir¨ªa a Estados Unidos y a la OTAN, como si en Afganist¨¢n se jugase realmente el destino del mundo. Del mismo modo, la apuesta por una soluci¨®n exclusivamente militar quedaba fuera de cualquier agenda realista en mitad de una profunda crisis econ¨®mica y con el visible hartazgo de la opini¨®n p¨²blica por la implicaci¨®n en un territorio tan lejano en todos los sentidos. Los manuales de contrainsurgencia recomiendan el despliegue de un soldado por cada 20 habitantes; lo que dar¨ªa como resultado un contingente militar de alrededor de unos 500.000 efectivos sobre el terreno (frente a los apenas 100.000 actuales, sin contar a las inoperantes fuerzas armadas afganas). Una cifra insoportable tanto para Estados Unidos como para el resto de los 42 pa¨ªses integrados en la heterog¨¦nea coalici¨®n de fuerzas all¨ª desplegadas.
S¨®lo para quienes creen que Irak est¨¢ ya resuelto puede resultar convincente este plan
La batalla principal es contra Al Qaeda, pero su santuario se sit¨²a ahora m¨¢s bien en Pakist¨¢n
Descartadas ambas opciones, la decisi¨®n de Obama no puede considerarse una verdadera estrategia militar, sino m¨¢s bien un castillo de naipes de muy inestable equilibrio, sometido al permanente riesgo de desmoronamiento si no se alinean a su gusto los numerosos condicionantes sobre los que est¨¢ edificado. No es f¨¢cil, en estas circunstancias, encontrar puntos de acuerdo con la decisi¨®n adoptada, aunque quepa valorar positivamente la reducci¨®n de la ambici¨®n fundamentalista que alent¨® en su momento al desprestigiado George W. Bush y a sus acompa?antes. En efecto, se reconoce ahora que estamos all¨ª en defensa de nuestros intereses (y no de los afganos), se abandona la pretensi¨®n de construir una democracia por las armas y se centra el objetivo en un triple envite: evitar que Al Qaeda pueda contar con un santuario seguro en ese pa¨ªs, romper la din¨¢mica impuesta por los talibanes y afganizar la seguridad, transfiriendo al Gobierno local la responsabilidad de garantizar la seguridad de su territorio y de su gente.
A partir de ah¨ª se hacen evidentes los desacuerdos con una decisi¨®n que, bien mirada, tiene demasiados puntos en com¨²n con lo que su predecesor hizo y dijo a partir de 2002. As¨ª ocurre, en primera instancia, con el lugar elegido para anunciarla: West Point. La simbolog¨ªa de ese centro de formaci¨®n de los futuros oficiales de las Fuerzas Armadas estadounidenses no basta para convertirlo en el lugar m¨¢s adecuado para transmitir una decisi¨®n que pretend¨ªa inaugurar una nueva etapa en este amargo conflicto. En contra de esa aspiraci¨®n inicial, el hecho obvio es que tanto el escenario como el contenido son netamente militaristas, como si alguien creyera que con los 30.000 efectivos que ahora comenzar¨¢n a desplegarse todo va a cambiar a mejor. En comparaci¨®n con ese anuncio, cualquier referencia a los esfuerzos diplom¨¢ticos o econ¨®micos dados a conocer palidece por su total irrelevancia.
No sale mucho mejor parado el an¨¢lisis militar de la propuesta. Por una parte, interesa recordar que, al menos hasta la conferencia internacional prevista para el 28 de enero, ser¨¢ dif¨ªcil que haya decisiones aliadas para enviar m¨¢s tropas (as¨ª lo ha anunciado ya Alemania) y las ya prometidas (Espa?a entre ellas) apenas cambian el balance militar actual. Eso significa que no estar¨¢n operativas en el terreno antes del pr¨®ximo verano, con lo que s¨®lo les quedar¨¢ apenas un a?o para cumplir los objetivos fijados ahora por Obama. Por otra, se sostiene que el esfuerzo principal ser¨¢ el control de las ciudades, dejando por tanto las ¨¢reas rurales sin control suficiente. ?Es necesario recordar a¨²n que Afganist¨¢n es, sobre todo, un pa¨ªs escasamente urbanizado? ?C¨®mo encaja entonces el plan de la Uni¨®n Europea de concentrar su esfuerzo por la reconstrucci¨®n precisamente en las zonas rurales? ?Qui¨¦n va a garantizar la seguridad de esa poblaci¨®n y de los actores comunitarios dedicados a esa reconstrucci¨®n? Ceder ese espacio a los insurgentes, equivale a concederles una libertad de acci¨®n que les permitir¨¢ seguir controlando, por la fuerza o voluntariamente, a un alto porcentaje de la poblaci¨®n, sin olvidar su implicaci¨®n en el cultivo y comercializaci¨®n de las drogas que tan fundamentales son para su financiaci¨®n.
Incluso la idea de acelerar la puesta en marcha de las fuerzas armadas nacionales choca con obst¨¢culos muy poderosos. Si en la actualidad no cuentan con m¨¢s de 94.000 efectivos es, precisamente, porque no ha sido posible cumplir los plazos de los planes que ya estaban orientados al mismo objetivo. Ni los interesados en alistarse son los m¨¢s cualificados, ni ha sido posible evitar una creciente deserci¨®n (estimada en un 25% del total). Incentivar el proceso de reclutamiento y formaci¨®n de nuevos soldados lleva aparejado el riesgo, nada desde?able, de que los talib¨¢n y otros grupos violentos sean los m¨¢s inclinados a sumarse al ej¨¦rcito. De ese modo, no s¨®lo lograr¨¢n perfeccionar su formaci¨®n y dotarse de armamento (con el que pueden luego desertar) sino, fundamentalmente, mejorar su inteligencia sobre las intenciones de su enemigo. Sin menoscabar otros factores, quiz¨¢s el de la incorporaci¨®n de estos elementos a las Fuerzas Armadas sea el m¨¢s peligroso porque puede bloquear la operatividad de dichas fuerzas cuando tengan que liderar la tarea de la seguridad nacional.
No es menor el problema planteado por la fijaci¨®n de julio de 2011 como la fecha de inicio de un redespliegue (que no retirada) m¨¢s o menos significativo. El propio anuncio genera un doble efecto. Para los contingentes extranjeros aumenta la presi¨®n para lograr resultados positivos a toda costa..., y la experiencia ense?a que eso se traduce en mayores riesgos para la poblaci¨®n civil y para los propios soldados desplegados (lo que acrecentar¨¢ las cr¨ªticas de la opini¨®n p¨²blica). Para los grupos violentos locales significa que el tiempo corre a su favor y que basta con resistir un poco m¨¢s para cobrar una pieza que ya creen tener al alcance de la mano. Visto as¨ª, puede preverse un incremento de los ataques, con m¨¢s costes colaterales que los vistos hasta ahora, y una difuminaci¨®n del enemigo, bien para adoptar una actitud pasiva hasta que pase la tormenta o bien para trasladarse a otras zonas menos militarizadas en las que reproduzcan su apuesta violenta, obligando a una dispersi¨®n de esfuerzos que reduzca la hipot¨¦tica eficacia del contingente extranjero. En esas condiciones, la inclinaci¨®n de estos grupos a contemporizar con quienes perciben como ocupantes temporales no parece muy probable.
Pakist¨¢n aparece tambi¨¦n como un elemento clave en este contexto. Si la batalla principal pasa a ser la derrota de Al Qaeda, debemos recordar que su santuario se encuentra mucho m¨¢s en territorio paquistan¨ª (consentidos como aliados ¨²tiles) que afgano (donde se estima que apenas despliega unos 400 efectivos). Cualquier doctrina militar insiste en la necesidad de impedir que el enemigo cuente con un refugio seguro que le sirva de retaguardia para alimentar la violencia y dar descanso moment¨¢neo a sus combatientes. Existen enormes dudas sobre la voluntad de Pakist¨¢n para colaborar decididamente en este prop¨®sito, m¨¢s a¨²n si sus militares se sienten castigados por Washington (con el nuevo paquete de ayuda econ¨®mica al pa¨ªs a cambio de su harakiri como actores pol¨ªticos) y temen que, de perder esa baza que han manejado durante a?os, poco podr¨¢n hacer ante el previsible aumento de la amenaza de India y el abandono de Washington.
En definitiva, Obama cifra el ¨¦xito de su apuesta en factores que apenas dependen de su voluntad, como si todos los actores implicados en este escenario fueran a seguir sus dictados o acepten sumisos el reparto de papeles que Estados Unidos quiere asignar a cada uno. S¨®lo para quienes creen que Irak ya es un asunto resuelto puede resultar convincente que se repita lo all¨ª ensayado. Mientras tanto, s¨®lo unos pocos, como Mosc¨², se permiten una leve sonrisa, en la medida en que ve ampliado el plazo para consolidar su recuperaci¨®n y su renovado control sobre su tradicional zona de influencia, en tanto Washington sigue obligado a atender a otros asuntos.
Jes¨²s A. N¨²?ez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH).
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