Justicia po¨¦tica
No sabemos bien, y quiz¨¢ nunca lo sepamos, c¨®mo muri¨®. Hay dos hip¨®tesis. Una dice que la descarnaron con conchas afiladas y otra que lo hicieron con cascos de vasijas de barro. De lo que no hay duda es de que la descarnaron. Esto es, que, viva, le fueron arrancando la carne, hasta que las v¨ªsceras quedaron al descubierto. Y tambi¨¦n la de la cara, las manos... en fin, una muerte horrible.
Sin embargo, Amen¨¢bar, que sabe lo que se hace, ha preferido darle la eutanasia. A Hipatia, en su pel¨ªcula, ?gora, alguien piadosamente la asfixia antes de que la turba ind¨®mita de monjes cristianos y fan¨¢ticos, proceda a su lapidaci¨®n. La realidad fue bastante peor. Mucho peor. Peor, desde luego, que la muerte que los mismos predicaban del Salvador. Pero, claro, Hipatia no hab¨ªa salvado a nadie, que se supiera. S¨®lo quiz¨¢ al saber. Y no se pudo salvar a s¨ª misma.
Alejandr¨ªa no pudo digerir el crimen de Hipatia e invent¨® la leyenda de santa Catalina
De estas otras muertes, a las que ahora traigo a la memoria, algo s¨ª sabemos. Las hermanas Miraval, opositoras al r¨¦gimen de un dictadorzuelo que ser¨ªa sucio recordar, murieron un 25 de noviembre. A las tres las cazaron, por as¨ª decir, para matarlas. Cuando volv¨ªan por una zona no muy segura, por carretera, fueron detenidos sus coches y ellas sacadas al campo. Para llevar a t¨¦rmino el conocido ritual de horror, primero las violaron, luego las mutilaron, las golpearon a placer y, quiero creer, que al final les dieron un tiro de gracia. ?Ojal¨¢!
Lo primero, lo de Hipatia, sucedi¨® en el 414. Lo segundo, hace nada, en 1960. Pero todo viene junto a mi memoria. A Hipatia la conozco por obligaci¨®n de filosof¨ªa y a las Miraval por cultura general democr¨¢tica. Adem¨¢s de conocer a Minerva, una de sus excelentes hijas. Me viene, digo, junto todo a la cabeza. Y viene por justicia po¨¦tica. El caso es que hace unos d¨ªas, el 25 de noviembre, se celebr¨® (obvio es que es una manera de hablar) el d¨ªa mundial en contra de la violencia sobre las mujeres. De ese d¨ªa hace poco. Porque hasta ese hace poco y en las tierras cristianas en esa fecha se celebraba, y sigue, la fiesta de Santa Catalina.
Ten¨ªa esta santa t¨ªtulo y palma de m¨¢rtir y era patrona de los estudiantes, por ejemplo. Es una devoci¨®n la suya que lleg¨® a Europa con las Cruzadas. En Oriente era muy venerada y los audaces caballeros de la Edad Media se la trajeron como recuerdo. De hecho, Europa se llen¨® de santas catalinas y su nombre se empez¨® a poner popularmente a las j¨®venes. Esta gentil doncella, cristiana, hab¨ªa resistido a las tentaciones del malvado emperador Maximiano, que pretend¨ªa de ella la abjuraci¨®n de su fe. Al no conseguirlo, la enfrent¨® a 50 sabios, los cuales se rindieron ante su elocuencia y pidieron all¨ª mismo el bautismo. Enfadado por el caso, el emperador los hizo ejecutar. A los 50. Tras esto, Catalina convenci¨® a la emperatriz, que sigui¨® el mismo derrotero y tambi¨¦n fue condenada a muerte. Y, cuando s¨®lo ella quedaba viva, el p¨¦rfido s¨¢trapa hizo que prepararan una rueda de cuchillas afiladas que la descarnara. As¨ª era condenada la sabidur¨ªa de la m¨¢rtir. Cincuenta y con ella m¨¢s la emperatriz, 52, recib¨ªan la corona del martirio. As¨ª la conozco yo, coronada, en un ¨®leo que colgaba en mi colegio mayor cuando era estudiante.
Bueno, lo evidente es que Hipatia muri¨® de ese modo, descarnada. Y tambi¨¦n parece bastante claro que Catalina no existi¨®. La iglesia oriental mantuvo su culto y un santuario, muy bien visitado y provisto de limosnas, donde, dec¨ªan, unos ¨¢ngeles hab¨ªan trasladado su cuerpo.
Es una hermosa leyenda que nos habla de la compasi¨®n y tambi¨¦n de la memoria del agravio. Se vener¨® a una joven sabia en el lugar simb¨®lico que ocup¨® la sabidur¨ªa superviviente de la Antig¨¹edad que Hipatia representaba.
Alejandr¨ªa no pudo digerir el crimen. Tanto que la ciudad, pr¨®xima a perecer, no asimil¨® la tortura y muerte de la fil¨®sofa, de modo que le busc¨® un trasunto cristiano y celestial. Pag¨® con el culto a Catalina, la joven, el asesinato de Hipatia, la fil¨®sofa, probablemente entrada en a?os, a la que nadie hab¨ªa salvado. Cuyo cuerpo nadie guard¨®, porque se hizo trozos que fueron tirados en diversos muladares.
No son, por lo simple, dos terribles violencias. Lo maravilloso es la coincidencia: lo extra?o es que ese d¨ªa 25 sea la memoria encubierta de Hipatia, la violencia contra la sabidur¨ªa, y el d¨ªa de las hermanas Miraval, la violencia contra la libertad... de las mujeres. Es un claro caso de extra?a casualidad, del amontonarse de signos que se?alan en la misma direcci¨®n. Es un d¨ªa poco com¨²n que busca hacer menos com¨²n todav¨ªa unos hechos desgraciadamente muy corrientes: que ser mujer, y dependiendo de la zona del mundo, se puede convertir en una desgracia, o en un castigo no elegido. Nos recuerda hasta qu¨¦ grado de humanidad hemos llegado y cu¨¢nto nos falta todav¨ªa para poder sentirnos a gusto con el tiempo que nos toca. Por ahora, la justicia po¨¦tica me consuela. Porque es hermoso guardar memoria del agravio cuando lo hacemos para que no se repita.
Amelia Valc¨¢rcel es fil¨®sofa.
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