La encrucijada de la felicidad
Joaqu¨ªn Sabina aburre en el Palacio de Deportes con su repertorio nuevo a un p¨²blico que s¨®lo se desboca con los ¨¦xitos de siempre
Hay que llamarse Sabina para permitirse chuler¨ªas como programarse a uno mismo en la m¨²sica de sala. Canta Joaqu¨ªn enlatado por los altavoces, amagan sus m¨²sicos unas notas de Lili Marlen e irrumpe por la izquierda el trovador, traje de ping¨¹ino y sombrero borsalino, dispuesto a comerse una vez m¨¢s esta ciudad que es medio suya. Se reserva para s¨ª todo el frontal del escenario y relega a los seis m¨²sicos un par de metros m¨¢s atr¨¢s. Por si no quedaba claro qui¨¦n manda aqu¨ª,
Agradec¨ªa el de ?beda el calor de los suyos en este Madrid abrazado por los vientos siberianos, pero parte de ese fr¨ªo traspas¨® el hormig¨®n del Palacio de Deportes y se instal¨® entre las butacas.
Joaqu¨ªn pasea y desgrana su repertorio reciente, pero no es hasta En el bulevar de los sue?os rotos, 40 minutos m¨¢s tarde, cuando las sillas registran las primeras deserciones y la feligres¨ªa acerca sus brazos al oficiante.
El m¨²sico salva los platos porque atesora canciones majestuosas
Sabina es ahora un tipo feliz, o casi. C¨®mo has podido caer tan bajo, le reprochar¨ªa el amigo Rimbaud. Por eso no sabemos bien si felicitarle o preocuparnos.
Nos ha cumplido sus flamantes 40 y 20, ejerce de madurito interesante y ha encontrado, parece, esa entelequia a la que llaman estabilidad emocional, objetivo arduo incluso entre quienes no ejercen la bohemia a horas intempestivas. No s¨®lo le quiere su Jimena; tambi¨¦n hay admiradoras que le garabatean con l¨¢piz de labios mensajes en el buz¨®n. Ver¨ªdico.
El problema de la felicidad es que, como una mala gripe, te acaba bajando las defensas. Anda uno tan pendiente de sonre¨ªr, retozar y acurrucarse a la hora de la siesta que descuida detalles cotidianos relevantes. Por ejemplo, escribir canciones. Este Conde Cr¨¢pula en retirada acumula todo el oficio del mundo al respecto, pero se ha vuelto tan comod¨®n que siempre parece componer una que ya le hab¨ªamos escuchado.
Escuchando Vinagre y rosas, su cancionero alumbrado a cuatro manos con Benjam¨ªn Prado, entran ganas de pensar, cielo santo, que se nos ha vuelto burgu¨¦s o conservador. Aferrado al equipo m¨¦dico habitual -Pancho Varona, Antonio Garc¨ªa de Diego-, nuestro bardo transita siempre por parajes trillados. No me compliquen la vida con la musiquita, por favor: yo ya s¨®lo me codeo con los poetas. ?Hab¨ªamos mencionado ya que Sabina se siente la mar de feliz?
Prado y Sabina nos llegaron de Praga con versos memorables (y muy sabineros, con independencia de qui¨¦n los urdiese): "Si hay que pisar cristales, que sean de Bohemia", "con 60 qu¨¦ importa la talla de mis Calvin Klein", "lo malo del despu¨¦s son los despojos". Su plasmaci¨®n musical, en cambio, invita al bostezo descoyuntado. Encadenar al principio del recital Viudita de Clicquot y Parte meteorol¨®gico equivale a una cruda condena de invierno.
Sabina salva los platos porque atesora canciones majestuosas (Y sin embargo, Aves de paso), se permite chascarrillos maliciosos ("Yo tengo doble militancia, el Atleti y el Alcorc¨®n") y convoca a los Pereza para sacudirnos la modorra con Tiramis¨² de lim¨®n y, sobre todo, Embustera. Ahora s¨®lo le falta resolver la encrucijada de su propia felicidad. Lo necesita para dirimir si le sigue interesando el oficio de cantautor o le vence la tentaci¨®n del sonetista.
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