Adolescentes en tiempo de crisis
Cuando hablamos de los adolescentes tendemos a oscilar entre dos extremos. Uno, el an¨¢lisis adulto y riguroso que intenta comprender racionalmente lo incomprensible ignorando la empat¨ªa m¨ªnima -adultos que reflexionan como si nunca hubieran sido j¨®venes-; y otro, el buenismo c¨®mplice que busca acercarse al adolescente desde una comprensividad que en nada le beneficia. Entre ambas perspectivas se echan en falta, especialmente en el tema de las adicciones, las intervenciones derivadas de las experiencias vividas, las de quienes han conocido, querido y disfrutado de la noche, el alcohol y los porros y hablan as¨ª de ello con conocimiento de causa para justificar los l¨ªmites; esos l¨ªmites que permitieron al educador comprender qu¨¦ cantidad de minas explosivas se ocultaban en el camino de la fiesta sin freno.
No debemos permitir que que la vida virtual del joven adicto le desconecte
La experiencia compartida es fundamental para fijar justificar los l¨ªmites
Creo que la credibilidad personal de las experiencias compartidas posibilita una mayor empat¨ªa a la hora de hacer comprender a los j¨®venes c¨®mo casi nunca funciona el "cuanto m¨¢s, mejor", que es muy falsa la idea que asocia la libertad con la ausencia de l¨ªmites. L¨ªmites, s¨ª, m¨¢s que prohibiciones absolutas que fomentan conductas reactivas. En la b¨²squeda de nuevas experiencias hay un elemento de curiosidad, pasi¨®n, entusiasmo, etc., que no deber¨ªamos sofocar. El exceso puede ser nocivo pero la emoci¨®n que lo provoca puede ser una energ¨ªa muy positiva, constructiva y creadora. Una b¨²squeda de sentido que no encuentra cauces espirituales en nuestras sociedades agn¨®sticas, una b¨²squeda de comunicaci¨®n, afecto y sexo que no deber¨ªamos reprimir sin m¨¢s, sino ayudar a encauzar de un modo m¨¢s saludable.
Esa labor de ayuda al joven, que como educadores nos sentimos obligados a realizar, no creo que sea muy efectiva si la planteamos desde un punto de vista moral o coercitivo. Si no conviene prohibir tajantemente que el joven salga, conduzca, fume, beba a tenga relaciones sexuales, tendr¨ªamos que apostar por tener la confianza suficiente para conocer qu¨¦ l¨ªmites se marca a s¨ª mismo, y eso s¨®lo es posible si mantenemos un grado de presencia que nos permita enterarnos de lo que hace (...).
L¨ªmites y presencia, s¨ª, pero sobre todo voluntad. El problema principal de las adicciones estriba en ello, en la poca fuerza que el sujeto acumula para distanciarse del atractivo de lo inmediato. S¨®lo ayud¨¢ndole a cultivar esa fuerza interior podemos aspirar a que el adolescente no se deje envolver por la dulce indolencia de la noche, los tragos, el ordenador, la tele, los porros, las chuches o las relaciones indeseables. No se trata tanto de pelear contra los riesgos sino conseguir ilusionarse por otras actividades m¨¢s satisfactorias. En muchas ocasiones, las adicciones juveniles no son sino una manera de combatir el aburrimiento, el tedio, el abandono y la sordidez existencial. Si tanto desde el ¨¢mbito familiar y escolar como desde las instancias municipales se potenciaran m¨¢s actividades juveniles orientadas al fomento de un tiempo libre m¨¢s creativo, quiz¨¢s pudi¨¦ramos achicar un poco el creciente espacio del botell¨®n, los porros y el desmadre. El aprendizaje musical, el deporte, la lectura, las manualidades, la buena alimentaci¨®n, etc., s¨®lo producen satisfacciones cuando se cultiva la voluntad y se crean h¨¢bitos, rutinas y procesos completamente incompatibles con la dejadez caracter¨ªstica de quien flota por la vida sin interesarse por nada, de juerga en juerga porque nadie le exige responsabilidades ni econ¨®micas ni horarias ni acad¨¦micas.
Porque el atractivo de las experiencias estupefactas es muy intenso e innegable. Sin esfuerzo alguno uno accede a estados de ¨¢nimos y sentimientos extraordinariamente placenteros que parecen desmentir el reiterado mensaje adulto de que las cosas se consiguen con mucho esfuerzo y al que algo quiere, algo le cuesta. Gracias al alcohol o a los porros, por centrarme en las drogas m¨¢s comunes, uno se siente m¨¢s ingenioso o atrevido para ligar, hablar, comunicarse o expresarse. Esa timidez que atenaza a los j¨®venes frente al otro sexo o frente a los adultos parece desaparecer y uno se vuelve m¨¢s fuerte, listo y poderoso, como si hubiera encontrado dentro de s¨ª recursos con los que no contaba. Ese "poder del ahora" del que habla Eckhart Tolle y buena parte de las tradiciones m¨ªsticas parece alcanzarse sin las tediosas sesiones de meditaci¨®n, ayuno o paciencia que recomiendan los entendidos. Si a ello a?adimos que tal inmersi¨®n en lo inmediato parece liberarnos del peso de los malos rollos de la vida diaria o nos ayuda a proyectar la culpa de nuestros problemas en los otros, sean quienes sean, porque mientras bebemos o fumamos "somos cojonudos", se entender¨¢ qu¨¦ dif¨ªcil es que nuestros j¨®venes atiendan las recomendaciones y consejos de padres y profesores, especialmente si ¨¦stos reconocen que no beben ni fuman ni se colocan y ya no recuerdan de qu¨¦ va una noche loca. Menos mal que la resaca, la irritabilidad que sucede al coloc¨®n, la distorsi¨®n en la idea de s¨ª mismo, de su ego, o la tendencia a considerar que la vida aut¨¦ntica es la que se oculta a padres y profesores nos dan la pista de la adicci¨®n (...).
La experiencia de doble vida puede ser necesaria para determinados individuos que necesitan fraguar en solitario sus aficiones, criterios y actitudes vitales. Hemos de respetarles, muchas veces muy a nuestro pesar, porque hemos de intentar que por mucho que se tense el hilo jam¨¢s llegue a romperse, que siempre quede entreabierta la puerta hacia sus padres y educadores, que siempre haya alg¨²n adulto dispuesto a prestarle atenci¨®n, paciente al escuchar sus disculpas, excusas o mentirijillas. Es nuestra obligaci¨®n no dar a nadie por perdido, no permitir que la vida virtual del joven adicto le desconecte completamente del d¨ªa a d¨ªa y tanto la escuela como la familia son los escenarios principales para que la reconexi¨®n sea posible. De alg¨²n profesor escuch¨¦ comentarios del tipo: "mientras no ronque no me importa que duerma" y yo creo que no, que no podemos dejar a nadie en el limbo porque a los profesores nos pagan para ejercer de despertadores a jornada completa: en clase, en el patio, en el pasillo y a la puerta del instituto si hace falta.
Vicente Carri¨®n Arregui es profesor de instituto. Este art¨ªculo es un resumen de la ponencia que present¨® en el congreso Adolescentes en tiempos de crisis, celebrado en Portugalete.
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