El macabro vodevil de Copenhague
La esperanza de esta cumbre se ha quedado en pura exultaci¨®n ret¨®rica. Nuestra ¨²nica fuerza son los militantes de la sociedad civil, que fueron en buena medida excluidos de la cita e, incluso, encarcelados
A Juan L¨®pez de Uralde, honor de la sociedad civil
La literatura ha invadido todos los ¨¢mbitos de la comunicaci¨®n, sobre todo de la escrita, y ha impuesto sus valores, sus pautas, sus modos y sus gentes. A la literaturizaci¨®n del pensamiento, hoy ya culminada, ha seguido esta apoteosis literaria de los medios de comunicaci¨®n, que otorga a los literatos los mayores loores y los mejores espacios y consagra la autocalificaci¨®n de escritor, que es la que m¨¢s abunda hoy en los diarios, como signo de demarcaci¨®n de la excelencia, como raz¨®n de pertenencia a la tribu de los elegidos. Los periodistas propiamente dichos quedan reducidos a la condici¨®n de curritos, de correveidiles de la noticia, por no hablar de los expertos, sobre todo de los cient¨ªficos sociales, obstinados mendicantes de un hueco en el que colar sus an¨¢lisis y reflexiones. Para profundizar esta perspectiva ver: Oskar Negt y Alexander Kluge, ?ffentlichkeit und Erfahrung (Suhrkamp, 1972) y Serge Halimi, Les nouveaux chiens de garde (Liber-Raisons d'agir, 1997).
La espantada de Estados Unidos oscurece la brillante ejecutoria internacional de Obama
L¨®pez de Uralde sigue preso por escribir en una pancarta: "Los pol¨ªticos hablan, los l¨ªderes act¨²an"
El escritor, en cambio, dispone de todas las oportunidades para que, ignorando el saber acumulado sobre la mayor¨ªa de los grandes problemas y cuestiones, se lance a cuerpo limpio a la presentaci¨®n de sus m¨¢s banales ocurrencias, eso s¨ª, con la brillantez que le confiere su consabida destreza ret¨®rica. Es posible que alg¨²n literato nos objete que la casi totalidad del patrimonio de conocimientos sociol¨®gicos, pol¨ªticos, econ¨®micos, hist¨®ricos y psicol¨®gicos, en particular los primeros, de que disponemos, se caracterizan por su pretensi¨®n cientifista, que en definitiva es mostrenco academicismo, lo que los hace absolutamente irrelevantes (vid J¨¹rgen Ritsert, Inhaltsanalyse und Ideologiekritik, 1972, sobre todo el cap. 4), es decir, inutilizables, para adentrarnos en el conocimiento de la realidad. En lo que quiz¨¢ no les falte raz¨®n, pero frente a ello s¨®lo nos queda el machadiano "hacer camino al andar".
En cualquier caso, si hubi¨¦semos tenido en cuenta las ense?anzas de la geopol¨ªtica -el reader de Le Monde Diplomatique, "Geopol¨ªtica del caos", 1992, con un sabroso pr¨®logo de Ignacio Ramonet, pod¨ªa haber sido una excelente introducci¨®n- as¨ª como el saber sobre los siniestros juegos de poder, no habr¨ªamos errado tanto, a prop¨®sito de Copenhague, ni en cuanto a nuestras esperanzas, ni en cuanto a sus frustraciones. Pues es bien sabido que las dos armas de poder son la fuerza y la violencia, pero adobadas por la manipulaci¨®n y la mentira. Respecto de ¨¦sta, poco se ha dicho m¨¢s cabal que las reglas de uso que nos propon¨ªa Jonathan Swift en 1712 en su panfleto The Art of Political Lying. Por lo que se refiere a la fuerza, el Prof. W. J. M. Mackenzie nos ofrece en Power, Violence, Decision (Penguin, 1975), uno de los m¨¢s agudos an¨¢lisis sobre la violencia en los procesos de decisi¨®n. Si lo hubi¨¦ramos tenido en cuenta no habr¨ªamos esperado nada de ese folcl¨®rico contubernio de casi 200 jefes de Estado pugnando por ver qui¨¦n se apuntaba m¨¢s tantos, dici¨¦ndola m¨¢s gorda.
Hace 17 a?os que en la Cumbre de la Tierra, en R¨ªo de Janeiro, nos comprometimos a reducir los gases de efecto invernadero, responsable principal del aumento de la temperatura en la Tierra. Pero las cosas, con la sola excepci¨®n del Protocolo de Kioto, han ido a peor. Por cierto, que se necesitaron cinco a?os para superar la oposici¨®n de los Estados Unidos, el mayor contaminador del mundo, que, empujado por su presidente Bush, se opuso ferozmente a su entrada en vigor. Dado que el primer periodo del Protocolo terminaba en el 2012, se esperaba y se quiso que Copenhague sirviera para darle continuidad y para incorporar a los pa¨ªses emergentes de mayor capacidad contaminadora, en especial China, que es hoy, despu¨¦s de EE UU, el principal productor de gases contaminantes. Pero, una vez m¨¢s, esta prometedora esperanza se ha quedado en pura exultaci¨®n ret¨®rica, y despu¨¦s del fracaso total de la ¨²ltima Cumbre, en 2011 habremos superado los 550 ppm, con lo que el aumento de la temperatura media del planeta ser¨¢ ineluctable. Muchos esper¨¢bamos que Copenhague, dada la extraordinaria importancia de la apuesta, produjera un compromiso de reducci¨®n de las emisiones y fijara las medidas para lograrlo. Pero Estados Unidos, dominado por consideraciones pol¨ªticas internas, por motivaciones econ¨®micas a corto plazo y por penosas ambiciones de poder global, de las que su rivalidad actual con China es s¨®lo una significativa muestra, ha decidido que no fuese as¨ª. Su penosa espantada despu¨¦s de haber anunciado una victoria p¨ªrrica antes de que concluyera la Cumbre, ha sido una de las m¨¢s lamentables en este tipo de reuniones y oscurece la brillante ejecutoria de Obama en la pol¨ªtica mundial. Ahora s¨®lo le queda la inevitable remisi¨®n a lo que determine el Senado de los Estados Unidos, cuya decisi¨®n, despu¨¦s de haber mirado hacia otro lado durante 15 a?os cuando se ha tratado de ratificar la Convenci¨®n del Cambio Clim¨¢tico, no puede ser m¨¢s inquietante. Ni m¨¢s humillante para los 191 Estados de Copenhague, sometidos al humor de los congresistas norteamericanos y a los c¨¢lculos pol¨ªticos de dicho pa¨ªs.
Con todo, lo m¨¢s repugnante son las "generosidades" de la Cumbre al ofrecer 10.000 millones de d¨®lares, como ayuda total y, por una vez, para resolver el problema del calentamiento, frente a los 3.000 millones diarios en gastos de defensa y los 820.000 millones de rescue que Norteam¨¦rica destina cada a?o para rescatar la deuda bancaria. Por no hablar del ignominioso tratamiento que Copenhague reserv¨® a la sociedad civil mundial, al acreditar en un primer momento a 46.000 personas, que se redujeron despu¨¦s a 21.000, de las cuales s¨®lo se permiti¨® que apenas 300 entrasen en la Conferencia. Ni los entusiastas militantes de base, ni siquiera los l¨ªderes de las grandes organizaciones ecologistas -Greenpeace, WWF International, Amigos de la Tierra, Interm¨®n Oxfam, etc.- pudieron acceder al Bella Center. Todos, acreditados o no, a la calle, a sufrir nieve, lluvia y fr¨ªo y, sobre todo, "a no perturbar". De lo contrario, atenerse a las consecuencias. Juan L¨®pez de Uralde, presidente de Greenpeace-Espa?a, y que es hoy emblema de nuestra dignidad, a quien se dedica este art¨ªculo, sigue encerrado en su prisi¨®n de Copenhague, desde el inicio del conclave. Las autoridades danesas, incluyendo su Familia Real, han considerado extraordinariamente peligrosa el arma de que se sirvi¨® para llamar la atenci¨®n de los jefes de Estado: una pancarta, desplegada sobre la alfombra roja del sal¨®n en que estaban reunidos, en la que se pod¨ªa leer: "Los pol¨ªticos hablan, los l¨ªderes act¨²an". No hac¨ªa falta m¨¢s para que se considerase a quien la exhib¨ªa como un peligroso perturbador, un terrorista.
Y ahora, comprobada la desidia y la impotencia de los Estados, la venalidad de los pol¨ªticos y la incapacidad de sus partidos, nuestra ¨²nica fuerza son los militantes de la sociedad civil. En ellos hemos de apoyarnos, pues para construir un poder mundial en el marco de Naciones Unidas o en otro contexto menos adulterado -ver a este prop¨®sito Jean-Claude Guillebaud, La refondation du monde- y dotarlo de un marco jur¨ªdico-judicial que, en l¨ªnea con los trabajos de Mireille Delmas Marty -Trois D¨¦fis pour un Droit Mondial (Seuil, 1998) y Vers un Droit Commun de l'Humanit¨¦ (Textuel, 1996)- lo provea de legitimidad y le confiera vigencia indiscutida con capacidad de obligar. Objetivo de dif¨ªcil logro, quiz¨¢s ut¨®pico, pero siempre las cosas m¨¢s importantes han sido del orden de las utop¨ªas necesarias.
Jos¨¦ Vidal-Beneyto es director del Colegio Miguel Servet de Par¨ªs y presidente de la Fundaci¨®n Amela.
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