Par¨¢bola de Rodr¨ªguez Ibarra y las naranjas
El se?or Rodr¨ªguez Ibarra, presidente jubilado de la Junta de Extremadura, dedica una parte de su ocio a informarnos sobre el funcionamiento del mundo moderno desde la irrupci¨®n de Internet. El se?or Rodr¨ªguez Ibarra, para que podamos comprender sus ense?anzas, nos las presenta en forma de par¨¢bolas, un poco a la manera del mensaje evang¨¦lico, o como los maestros antiguos nos explicaban la aritm¨¦tica, con ejemplos claros y simples, peras o manzanas, fregonas o maletas. El se?or Rodr¨ªguez Ibarra nos comunica as¨ª su m¨¢s reciente descubrimiento (EL PA?S, 5-1-2010): la originalidad creativa no existe, porque toda invenci¨®n se apoya en otras anteriores, de modo que reclamar propiedad intelectual o querer cobrar por un trabajo relacionado con ella es un fraude. Tambi¨¦n ha descubierto, y as¨ª nos lo informa, que cuando va a la fruter¨ªa y quiere comprar dos kilos de naranjas, le parece il¨ªcito que el frutero quiera cobrarle adem¨¢s unos melones y no s¨¦ qu¨¦ m¨¢s fruta. El se?or Rodr¨ªguez Ibarra ha salido a pasear y se ha comprado dos kilos de naranjas y s¨®lo quiere pagar esa fruta, tan rica en vitaminas.
Si este se?or se marcha sin pagar sus dos kilos, descubrir¨¢ que el frutero ir¨¢ tras ¨¦l llam¨¢ndole ladr¨®n
Hay quien ha pagado impuestos para que en el parque haya un banco y una estatua
Aplicando su par¨¢bola sobre la originalidad, quiz¨¢s deduzca tambi¨¦n que el frutero no es el ¨²nico causante de la existencia de la fruta, ya que ¨¦sta ha llegado a la fruter¨ªa tra¨ªda por un transportista, y antes de eso fue cultivada por un agricultor.
El se?or Rodr¨ªguez Ibarra probablemente no discutir¨¢ el derecho de ninguno de estos ciudadanos a recibir una remuneraci¨®n a cambio del trabajo en el que cada uno ha contribuido para que los dos kilos de naranjas lleguen a su bolsa. Claro que, igual que no quiere pagar melones o berenjenas, a no ser que haya decidido soberanamente comprarlos, tambi¨¦n discutir¨¢ la conveniencia de abonar la parte del precio que no corresponde a las naranjas en s¨ª, sino, digamos, a la gasolina que el transportista gast¨® para llevarla, o a la electricidad gracias a la cual el frutero ilumina tan atractivamente su puesto.
El se?or Rodr¨ªguez Ibarra s¨®lo quiere, en principio, pagar por sus naranjas. Nada m¨¢s humano. Tambi¨¦n quiere pagar s¨®lo una canci¨®n del ¨²ltimo disco del maestro Sabina, seg¨²n ¨¦l mismo dice, concretamente la titulada Tiramis¨² de lim¨®n. Las otras parece que no le gustan, o no tanto como para pagar por ellas. ?Eliminar¨¢ tambi¨¦n la parte correspondiente al trabajo de los m¨²sicos, o de los t¨¦cnicos de sonido? Al se?or Rodr¨ªguez Ibarra s¨®lo le parece bien pagar por aquello que efectivamente se lleva. Quiz¨¢s el frutero deber¨ªa descontarle de las naranjas el peso de las c¨¢scaras, o de las semillas, porque ¨¦stas no suelen ser comidas. Como el se?or Rodr¨ªguez Ibarra fue durante tantosa?os presidente de la Junta de Extremadur, podr¨ªa uno preguntarse si no se le habr¨ªa debido descontar de su sueldo, que imagino generoso, la parte de su vida no exactamente dedicada al bien de los ciudadanos. Sus horas de sue?o, o de asueto, o aquellas que dedic¨® a comidas oficiales de grato recuerdo, pero tal vez de insuficiente resultado pr¨¢ctico.
Todo esto sin mencionar que el se?or Rodr¨ªguez Ibarra ahora se encuentra jubilado y con tiempo suficiente para comprar fruta y dar largos paseos y mirar estatuas en las plazas e iluminarnos sobre la sociedad de la informaci¨®n y, sin embargo, sigue cobrando una paga que imagino digna, a pesar de que ya no dedica sus desvelos al bien de su comunidad y, por extensi¨®n, de todos nosotros.
A m¨ª, por ejemplo, me gustar¨ªa ser tan selectivo en mis gastos ciudadanos como el se?or Rodr¨ªguez Ibarra lo quiere ser en sus compras de fruta o de canciones. Me gustar¨ªa no pagar con mis impuestos, indiscriminadamente, a toda la innumerable casta de los pol¨ªticos espa?oles, retirados y en activo, sino tan s¨®lo a aquellos que me parecen honrados, o que no practican la m¨¢s barata demagogia. Modestamente, sin que nadie me haya pedido permiso, contribuyo a la pensi¨®n del se?or Rodr¨ªguez Ibarra, y hasta habr¨¢ una parte ¨ªnfima de mis ingresos que haya derivado hacia esas ya c¨¦lebres naranjas, o hacia la adquisici¨®n de ese disco del maestro Sabina que el se?or Rodr¨ªguez Ibarra no quiere comprar completo.
Incluso pagar por Tiramis¨² de lim¨®n, gust¨¢ndole tanto, le parece injusto al se?or Rodr¨ªguez Ibarra. Una canci¨®n, nos explica, proviene de otras muchas canciones. Gran hallazgo. En algunos el parecido est¨¢ tipificado como delito. Se llama plagio. Una naranja no ha crecido en la fruter¨ªa. Pero si el se?or Rodr¨ªguez Ibarra se marcha sin pagar sus dos kilos descubrir¨¢ que el frutero ir¨¢ tras ¨¦l llam¨¢ndole ladr¨®n. Una canci¨®n viene de otras canciones y tambi¨¦n de mucha gente que ha trabajado para que llegue a su estado final: casi tanta como la que se necesita para que las naranjas aparezcan en la fruter¨ªa del se?or Rodr¨ªguez Ibarra.
El se?or Rodr¨ªguez Ibarra, como tranquilo jubilado, nos informa de que, aparte de comprar naranjas, tambi¨¦n va a un parque y se sienta en un banco y mira a una estatua. Al se?or Rodr¨ªguez Ibarra le parece incongruente que alguien quiera cobrarle por mirar la estatua. Al se?or Rodr¨ªguez Ibarra que le quisieran cobrar por mirar la estatua le irritar¨ªa tanto como que hubiera que pagar para sentarse en el banco. Hay que pagar, no obstante. Impuestos. Por sentarse en el banco, porque haya una estatua hacia la que mirar y por tener un pavimento adecuado para que puedan caminar por ¨¦l sin peligro las personas jubiladas o no, y para que exista una polic¨ªa que, en caso de que un esc¨¦ptico sobre los derechos de propiedad quisiera robarle con malos modos al se?or Rodr¨ªguez Ibarra sus dos kilos de naranjas, persiga al delincuente.
Los bancos, las estatuas, los parques, la seguridad, no son bienes gratuitos. Son tan caros de mantener como todo lo que damos por supuesto sin reflexionar sobre su valor, como la sanidad p¨²blica o la educaci¨®n p¨²blica; y como la clase pol¨ªtica a la que pertenece el se?or Rodr¨ªguez Ibarra. Y si esos bienes existen es gracias a algo de lo que dicho se?or ya est¨¢ disculpado, el trabajo. El trabajo de quien compone una canci¨®n o el de quien barre una calle o imprime un libro o el que instala un banco o el del kiosquero que se levanta antes del amanecer para vender el peri¨®dico en el que se publica este art¨ªculo y los del se?or Rodr¨ªguez Ibarra, o el del fabricante o el transportista o el ingeniero o el programador que han hecho posible que nuestros art¨ªculos puedan ser le¨ªdos gratis en un ordenador; la suma de inteligencia, perseverancia y variadas destrezas que se confabulan en cualquier empe?o memorable, el que hay detr¨¢s de una orquesta o de una pel¨ªcula, de una funci¨®n teatral o una escuela o un hospital.
No hay nada valioso que no sea fruto del trabajo de alguien. El se?or Rodr¨ªguez Ibarra duda de que el derecho a la propiedad intelectual sea de izquierdas. Cabr¨ªa preguntarle si, como socialista, considera que el trabajo merece o no ser remunerado con justicia.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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