?Controlar Internet?
A la ministra de Cultura, ?ngeles Gonz¨¢lez-Sinde, le ha tocado dar la cara en una tarea nada grata, poner l¨ªmites a la libertad de descargar de la Red materiales protegidos por copyright. A la espera de cu¨¢les sean las disposiciones espec¨ªficas que apruebe el Consejo de Ministros de hoy, el aspecto menos discutible, al menos para m¨ª, son las intervenciones espec¨ªficas que se establezcan, seguramente bien fundadas.
Lo que puede suscitar problemas es el hecho en s¨ª de que el Estado comience a meter sus burocr¨¢ticas manos en un espacio que hasta ahora ven¨ªa siendo considerado como el ep¨ªtome de la libertad y, por tanto, nos estropee la fiesta. Ve¨¢moslo un poco m¨¢s de cerca.
Comencemos por el mito. Siempre me sorprenden las afirmaciones que subrayan la libertad en la Red como algo dado y que merece ser preservado sin m¨¢s. Sobre todo, porque muchas veces por tal libertad no s¨®lo se entiende la capacidad para navegar sin trabas ni censura alguna, sino tambi¨¦n algo muy pr¨®ximo a la gratuidad de los contenidos. (Obs¨¦rvese que en ingl¨¦s el t¨¦rmino free, adem¨¢s de "libre" tambi¨¦n significa "gratis").
?D¨®nde 'debe' intervenir el Estado, qu¨¦ 'debe' evitar que se exhiba o se descargue, qu¨¦ 'debe' ser bloqueado?
Puede que yo no sea muy ducho en estas cuestiones, o que tenga gustos m¨¢s bien selectivos, pero cuando me adentro en la Red no dejan de cobrarme por disfrutar de los contenidos que m¨¢s me interesan. Y si no es as¨ª es casi peor, ya que mientras uno lee no deja de jugar a la vez a los marcianitos eliminando con el rat¨®n una variopinta y saltarina publicidad que entra y sale de la pantalla de las maneras m¨¢s caprichosas. Aparte de sus muchas virtudes y de sus diferentes usos, es un hecho que muchas de las cosas que encontramos en la Red no las conseguimos gratis. La facilidad de acceso no excluye necesariamente el pago.
El mundo "desespacializado" de lo virtual se est¨¢ pareciendo cada vez m¨¢s al espacio de lo "real", con sus zonas restringidas con contrase?as, los muchos filtros de software, la protecci¨®n de la privacidad, etc¨¦tera. Ya no es ese mito reflejado en la met¨¢fora del vasto "mar de datos" y contenidos por el que uno navega como un marino de la ¨¦poca de los descubrimientos; se trata m¨¢s bien de un universo cada vez m¨¢s parcializado, previsible y sujeto a diversas normas y controles de todo tipo; un espacio virtual que, sin embargo, se parece cada vez m¨¢s al mundo real e interacciona constantemente con ¨¦l.
Con todo, quienes establecen dichos controles son los propios gestores de las diversas p¨¢ginas webs, no los Estados. Y el nuevo protagonismo intervencionista de ¨¦stos suscita dos importantes problemas. El primero, que no deja de ser relevante, se refiere a la propia eficacia de su control. ?Hasta qu¨¦ punto puede interferir una instancia particular en el despliegue de la acci¨®n de algo que es universal? Sobre todo, porque cada derecho positivo espec¨ªfico y los tribunales que lo aplican se hallan anclados en un espacio geogr¨¢fico determinado. Podremos cerrar cualquier p¨¢gina web establecida en nuestro pa¨ªs que rompa las reglas de la propiedad intelectual, pero ?c¨®mo impedir que el consumidor acuda a otras de fuera? Adem¨¢s, por ejemplo, ?acaso puede evitar el Estado que nuestros ciudadanos hagan sus apuestas en la Red sin pagar los correspondientes impuestos? Al final, para ser realmente eficaz deber¨ªa tener la capacidad de penetrar en las transacciones de cada uno de los ordenadores de sus ciudadanos, como supuestamente hace Dios con las mentes de los hombres.
Y esto nos traslada al segundo problema: ?d¨®nde debe intervenir; qu¨¦ debe evitar que se exhiba o se descargue; qu¨¦ debe ser bloqueado? La cuesti¨®n es clara respecto a la pornograf¨ªa infantil o el combate del terrorismo -siempre dif¨ªcil de delimitar, por cierto-, tambi¨¦n en el necesario respeto de los derechos de propiedad intelectual o en evitar la acci¨®n de los hackers a lo Salander.
Pero queda un amplio campo lleno de zonas grises que nos traslada a la cuesti¨®n m¨¢s inquietante. ?Cu¨¢les son las garant¨ªas de que el Estado no se va exceder en sus funciones una vez que disponga de las tecnolog¨ªas necesarias para filtrar eficazmente las comunicaciones en la Red?
La dificultad para controlar a quienes delinquen en la Red se traslada as¨ª a los propios controladores. ?Cu¨¢les son nuestras garant¨ªas de privacidad, de no ser observados o interferidos, cuando el Estado se dote de los medios necesarios para actuar sobre este medio? ?Qui¨¦n nos puede salvaguardar frente a los potenciales excesos?
Seguramente a todo esto habr¨¢ que darle una buena pensada.
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