El negrito retinto
Sin himno, sin bandera y sin patria. Considerado como un provocador, el escritor Carlos Moore desvela en Pich¨®n sus desencuentros con la burocracia comunista cubana
Carlos Moore naci¨® en 1942 en un barrac¨®n del central azucarero Lugare?o, en la provincia de Camag¨¹ey. Hijo de jamaiquinos que emigraron a Cuba en busca de mejor vida, conoci¨® desde la infancia el racismo heredado de la ¨¦poca colonial, la estratificaci¨®n social creada en funci¨®n del color de la piel de sus miembros: blancos descendientes de los conquistadores, gallegos reci¨¦n emigrados de la Pen¨ªnsula, mulatos de diversas tonalidades y negros prietos, estos ¨²ltimos divididos a¨²n entre oriundos de la isla y v¨¢stagos de los esclavos procedentes de Jamaica y Hait¨ª. Carlos Moore pertenec¨ªa al estrato social m¨¢s bajo: el de negrito retinto, despreciado por su cabello pasudo y su bemba, y motejado en la jerga local de pich¨®n.
A fines de los noventa, Moore hallar¨¢ a su maestro Walterio Carbonell convertido en una sombra de s¨ª mismo
Moore descubre que la Revoluci¨®n ha dejado de lado el problema racial: ya no hay blancos ni negros, s¨®lo cubanos
Su descripci¨®n de los a?os de la dictadura batistiana es matizada y compleja: los negros se asociaban en las llamadas Sociedades de Color y practicaban sin trabas los ritos abaku¨¢s (los plantes ?a?igos) y las ceremonias lucum¨ªes, con su culto a los orishas (las divinidades africanas), as¨ª como el abeah o vud¨² jamaiquino. A trav¨¦s de sus hermanos de negritud conoci¨® poco a poco el papel desempe?ado por los suyos en las guerras de independencia contra la metr¨®poli (el c¨¦lebre Quint¨ªn Banderas) y la matanza de los antiguos esclavos de la sacarocracia por el dictador Jos¨¦ Miguel G¨®mez en 1912, cuando aplast¨® la rebeli¨®n del Partido Independiente de los nuevos cimarrones (episodio cuidadosamente barrido luego bajo la alfombra). Esta conjunci¨®n de factores influy¨® de forma decisiva en la toma de conciencia racial e ideol¨®gica del futuro escritor.
Por su condici¨®n de mulato, el dictador Batista era bien visto en sus comienzos por la "gente de color" -eufemismo entonces en boga-, pero la arbitrariedad, corrupci¨®n y poder tir¨¢nico en los que sumi¨® a la isla le alienaron pronto dichas simpat¨ªas. El terror reinante en Cuba hab¨ªa empujado al padre de Moore a emigrar a Estados Unidos y en 1957 se embarc¨® con el resto de la familia con destino a Nueva York. Nuestro autor ten¨ªa entonces 17 a?os.
All¨ª, la politizaci¨®n de los grupos m¨¢s cultos que frecuentaba le indujo a remontarse a sus or¨ªgenes africanos y a embeberse en el contenido de las obras que los reivindicaban. En el National Memorial African Books de Harlem, ley¨® a Aim¨¦ C¨¦saire y Frantz Fanon, el Soliloquio del rey Leopoldo de Mark Twain. Tras la independencia del Congo belga, Patrice Lumumba se convirti¨® en su h¨¦roe y la causa anticolonialista pas¨® a ser el objetivo que en adelante canalizar¨ªa sus energ¨ªas. Moore entr¨® as¨ª en contacto con los Black Muslims y su carism¨¢tico dirigente Malcom X al tiempo que se enfrascaba en la lectura de Le Roi Jones y trababa amistad con Robert Williams, el l¨ªder negro entusiasta defensor de la Revoluci¨®n Cubana. La llegada de Fidel Castro a Nueva York en noviembre de 1960 a fin de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas y su instalaci¨®n en el hotel Teresa, en el coraz¨®n de Harlem, fueron decisivas en su adhesi¨®n al marxismo como instrumento eficaz para acabar con el racismo arraigado en la Isla. Carlos Moore acudi¨® a saludar al Comandante, se relacion¨® con los representantes del Movimiento del 26 de Julio y prosigui¨® sus actividades pol¨ªticas con los grupos radicales opuestos al imperialismo norteamericano. El asesinato de Lumumba y la frustrada invasi¨®n de Playa Gir¨®n le convencieron de que su puesto estaba en Cuba y aterriz¨® en La Habana con una carta de recomendaci¨®n de Robert Williams en junio de 1961.
Pich¨®n nos revela los sucesivos desencuentros entre el joven Moore y la ya poderosa burocracia comunista creada por el nuevo r¨¦gimen: su busca de un empleo ¨²til a la causa revolucionaria en el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), y la fr¨ªa acogida de sus dirigentes; la oferta del ahora exiliado Robert Williams de trabajar como locutor en la Radio Free Dixic, dirigida a los negros estadounidenses; su encuentro casual con el haitiano Marc Balin y, a trav¨¦s de ¨¦l, con Walterio Carbonell. La relaci¨®n con ¨¦ste y su lectura de C¨®mo surgi¨® la cultura nacional (a la que dediqu¨¦ un ensayo incluido en El furg¨®n de cola) ser¨ªan decisivas en su defensa de las tesis negristas y su revisi¨®n retrospectiva del pasado cubano. Moore descubre que la Revoluci¨®n ha dejado de lado el problema racial: ya no hay blancos ni negros, s¨®lo cubanos. Con la convicci¨®n de que Fidel ignoraba la magnitud del problema, viaj¨® a Santa Clara a fin de entrevistar al recientemente fallecido Juan Almeida, el ¨²nico dirigente cubano "de color". Su afirmaci¨®n ante ¨¦ste de que el racismo persist¨ªa en Cuba y sus quejas acerca del ICAP, suscita una respuesta inesperada del Comandante: o se calla o acabar¨¢ frente a un pelot¨®n de ejecuci¨®n. De vuelta a La Habana, los bur¨®cratas del ICAP le someten a un verdadero interrogatorio policiaco: c¨®mo conoci¨® a Balin, c¨®mo conoci¨® a Carbonell... A continuaci¨®n, Moore fue conducido a una celda de Villa Marista en donde se hacinaban los contrarrevolucionarios en espera de ser fusilados y permaneci¨® veinte d¨ªas en ella hasta ser liberado gracias a la intervenci¨®n de Robert Williams.
La firmeza de sus convicciones ha sufrido una fuerte sacudida y las redadas de los homosexuales, amalgamados con los chulos y prostitutas, le convencen de que los derechos individuales han dejado de existir en la isla. Paralelamente, la persecuci¨®n de los paleros (abaku¨¢s, lucum¨ªes y otros adeptos de los cultos africanos) y la condena de un supuesto racismo negro, le llevan a ahondar en la busca de sus ra¨ªces. Considerado un provocador por los dirigentes del ICAP, sufrir¨¢ un encierro de cuatro meses en los barracones de los campos de ca?a de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producci¨®n) tras redactar una autocr¨ªtica de su "desviaci¨®n ideol¨®gica".
La vertiginosa sucesi¨®n de acontecimientos relatada en el libro me condena a la brevedad: crisis de los cohetes, que reaviva sus sentimientos antiimperialistas; entrega impenitente a la causa africana mediante sus "amistades peligrosas" con Carbonell y el music¨®logo negro Rogelio Mart¨ªnez Fur¨¦; ingreso en la plantilla de la Embajada de Guinea, merced al cual obtendr¨¢ el visado para viajar a este pa¨ªs.
La biograf¨ªa de Moore posterior a su exilio en Francia; sus viajes accidentados a Nigeria y Guinea, acusado a la vez de ser agente de la CIA y del G-2 cubano; su estancia de seis a?os en el m¨¢s abierto y tolerante Senegal de L¨¦opold Sedar Senghor, ocupan la mitad del libro y no caben en esta rese?a. Me limitar¨¦ a subrayar una observaci¨®n del autor que comparto plenamente como lector de Fernando Ortiz y de Lydia Cabrera, cuando se?ala que, contrariamente a las religiones monote¨ªstas e ideolog¨ªas monol¨ªticas, no hay fanatismo alguno en el culto a los orishas: "Estas divinidades poseen atributos humanos que las hacen asequibles. A diferencia de la Cristiandad, el pante¨®n africano no tiene un Dios Todopoderoso hecho de bondad y un diablo encarnaci¨®n del mal. Tampoco las nociones de cielo e infierno. Los orishas asumen sus virtudes y defectos y uno puede comunicar directamente con ellos".
Autorizado a visitar Cuba a fines de los noventa, Moore hallar¨¢ a su maestro Walterio Carbonell convertido en una sombra de s¨ª mismo. Est¨¢ escribiendo un poema, le dice, una obra maestra que le recita durante unos minutos. Pero no hay tal poema sino una lista de nombres de escritores y acontecimientos redactada en una prosa ca¨®tica y sin sentido alguno. Tras esta escena devastadora, Walterio le pide diez d¨®lares para comprar papel y un bol¨ªgrafo.
In¨²til decir que comparto la desolaci¨®n de Moore ante la suerte cruel impuesta a nuestro querido amigo com¨²n, pero cuyas ideas fecundan hoy la autopercepci¨®n de la comunidad negra, no s¨®lo cubana, sino de todos los descendientes de esclavos del Caribe y de Brasil en donde actualmente vive Carlos Moore, miembro de esa gran familia de los que no tienen himno, bandera ni patria; la del ser humano consciente de nuestra rica y compleja diversidad.
Carlos Moore. Pich¨®n. A Memoir. Race and Revolution in Castro's Cuba. Lawrence Hill Books. Chicago, 2009. www.drcarlosmoore.com.
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