El tren del infierno
Dice que se llama Teresa, que tiene 26 a?os, que es de Honduras, que se dirige a la frontera con Estados Unidos, que ven¨ªa andando por la v¨ªa del tren junto a otros emigrantes cuando dos tipos le salieron al paso, uno de 37 o 38 a?os y el otro de 25 o 26, que les dijeron que agacharan la cabeza y pusieran sus manos en la nuca, que se adentraran en el monte, que si cooperaban no les iba a pasar nada. Dice Teresa que a los hombres los registraron y les quitaron el dinero, pero que a ella y a su amiga, las ¨²nicas mujeres del grupo, las apartaron y les ordenaron que se bajaran los pantalones, que ellas se los bajaron mientras el rev¨®lver del m¨¢s viejo las iba apuntando a las dos, de una a otra, como si dudara con cu¨¢l quedarse. El viejo, dice Teresa, era de bigote abundante, ojos grandes y nariz aguile?a, el cutis ¨¢spero como si hubiera tenido acn¨¦ o una cicatriz. Del joven s¨®lo recuerda que era flaquito y ten¨ªa el pelo liso.
"He vuelto a M¨¦xico para matar a los asesinos de mi novia", cuenta Mario, un viajero
La traves¨ªa, en l¨ªnea recta, ser¨ªa de 5.000 kil¨®metros. Pero resulta infinita por el zigzagueo
Entre septiembre de 2008 y febrero de 2009 casi 10.000 emigrantes centroamericanos que iban hacia EE UU fueron secuestrados
Algunos no son emigrantes. Lo fueron, pero los captaron los carteles y pasaron de v¨ªctimas a trabajar para los verdugos
-El joven fue el que me viol¨® a m¨ª.
El siguiente se llama Mario. Dice que tiene 28 a?os, que es de Guatemala, que ¨¦l y su novia, Elsa Marlen, de 19 a?os, embarazada de gemelos, apenas hab¨ªan iniciado su viaje hacia Estados Unidos cuando en el municipio de Huixtla, en el Estado de Chiapas, Elsa Marlen desapareci¨®. Dice que ¨¦l la busc¨® durante semanas y que, busc¨¢ndola, desanduvo sus pasos y regres¨® a Guatemala. Que fue all¨ª donde meses despu¨¦s, y a trav¨¦s de fotograf¨ªas que le mand¨® la canciller¨ªa de su pa¨ªs, reconoci¨® el cad¨¢ver de su novia. Ten¨ªa las manos cortadas. La hab¨ªan enterrado en una fosa com¨²n.
-He vuelto a M¨¦xico para matar a los asesinos de Elsa Marlen.
Hay m¨¢s historias, muchas m¨¢s, y todas esperan en fila para que Arel¨ª las apunte en su libreta. La historia de un chaval de 13 a?os que confiesa haber matado a un hombre y ahora huye de vag¨®n en vag¨®n. La de un joven que fue violado y que nada m¨¢s escapar de sus verdugos busc¨® por las v¨ªas del tren el amor de una mujer para intentar olvidar. La de un hombre llamado Donar, que se qued¨® dormido cuando viajaba junto a otros emigrantes en el techo de uno de esos trenes que van hacia el Norte. Y se cay¨®. El tren lo reclam¨® para s¨ª, su tributo de sangre, y le cort¨® las piernas. Y Donar, que es hondure?o y tiene un car¨¢cter dulce que es una lecci¨®n de vida, se qued¨® aqu¨ª, en el albergue de Ixtepec, junto a Arel¨ª, que llena libretas y libretas con el dolor que no cesa, y junto a David, un tipo fornido y bueno que se ocupa del dif¨ªcil trabajo de proteger a los emigrantes de los que no lo son pero se visten como ellos para robarles hasta el aliento. Y de Alejandro, un cura valiente al que los traficantes de hombres han estado muchas veces a punto de asesinar, pero al que Dios a¨²n no ha llamado a su lado, temeroso tal vez por la bronca que el padre le tiene preparada...
Porque Dios, si existe, fracasa aqu¨ª todos los d¨ªas. Todas las noches.
Y esta noche -madrugada ya- es una de ellas. Esto es Ixtepec, un municipio de 25.000 habitantes del Estado de Oaxaca, lindando con Chiapas. Sur de M¨¦xico. Un lugar de paso casi obligado para los miles de emigrantes centroamericanos que cruzan desde Guatemala por el r¨ªo Suchiate, buscando el tren so?ado y temido que los llevar¨¢ hacia Estados Unidos. Sin embargo, por culpa del hurac¨¢n Stan, que a principios de octubre de 2005 azot¨® la zona llev¨¢ndose por delante los puentes y el trazado ferroviario, los emigrantes tienen que cubrir a pie o en microbuses unos 280 kil¨®metros hasta llegar a Arriaga y abordar el primer tren, ya en el Estado de Chiapas. Hacen el camino intentando burlar los controles de la polic¨ªa y el ej¨¦rcito, y para ello tienen que internarse en el monte, exponi¨¦ndose y cayendo con frecuencia en poder de las bandas de asaltantes que infestan una zona conocida como La Arrocera. Es el principio de una larga traves¨ªa que, de hacerse en l¨ªnea recta, se alargar¨ªa casi por espacio de 5.000 kil¨®metros, pero que se convierte en infinita porque los trenes que van hacia el Norte son de mercanc¨ªas y zigzaguean por todo el territorio mexicano sin frecuencia ni horarios fijos, sometidos al capricho de un fantasma tirano. El trayecto entre el r¨ªo Suchiate e Ixtepec constituye, pues, el primer contacto de los emigrantes con la realidad del camino. A tenor de sus historias, las mismas que Arel¨ª va apuntando en sus libretas, muy poderosa debe de ser la atracci¨®n del para¨ªso al que creen dirigirse o muy espantoso el infierno de miseria del que escapan para que sigan caminando.
Dice Gerardo, que tiene 39 a?os y es de Honduras, que precisamente en La Arrocera, al tratar de rodear una garita de vigilancia, cinco hombres le salieron al paso. Dice que dos de los asaltantes iban armados, uno con una escopeta, el otro con una pistola de nueve mil¨ªmetros, que le obligaron a desnudarse, que lo tiraron al suelo de un garrotazo, que registraron sus ropas, que le quitaron todo el dinero que llevaba y que le amenazaron con matarlo si denunciaba. Uno de los asaltantes, el m¨¢s joven, era alto y flaco, ten¨ªa el pelo lacio y calzaba sandalias, "guaraches", dice Gerardo. El otro, el m¨¢s viejo, llevaba sombrero y era bigotudo y ten¨ªa una cicatriz como de un navajazo en la quijada del lado derecho...
Es entonces cuando Arel¨ª, apenas 27 a?os, levanta la mirada de la libreta y sonr¨ªe, pero su rostro, sus ojos verdes, que son el ¨²nico eco de esperanza en esta madrugada tan negra, no reflejan precisamente alegr¨ªa:
-El tipo del bigote..., la se?al de la cicatriz en la cara..., el sombrero... La descripci¨®n de su acompa?ante: m¨¢s flaco, m¨¢s joven, con el pelo lacio. ?Se da cuenta? Hace meses que los emigrantes, sean hombres o mujeres, vengan de Honduras o de Guatemala, nos se?alan a los mismos tipos como sus verdugos. Pero no pasa nada. Las autoridades no hacen nada. Mire: lo peor no es el tren, que si te duermes y te caes te corta en dos como a Donar o te mata como a tantos otros. Lo peor no es ni siquiera la existencia de bandas de maleantes, de extorsionadores, de gente que mata o que viola. Lo peor de todo, la verdadera mezquindad, es saber que nadie te va a ayudar, que al Estado mexicano no le importa lo que le pase a los centroamericanos que pasan por su territorio camino de Estados Unidos. Que ni la polic¨ªa ni el ej¨¦rcito, ni las autoridades encargadas de ayudarte, te van a ayudar. Porque aqu¨ª, deseng¨¢?ese, el Estado no est¨¢, es un teatro. A veces, en el albergue hemos sabido que entre los emigrantes hay infiltrados sicarios de Los Zetas [uno de los carteles m¨¢s sanguinarios de M¨¦xico], pero no hemos podido ni siquiera pedir ayuda a las autoridades porque sab¨ªamos que no nos la iban a dar. Que incluso pod¨ªa ser peor porque los mismos emigrantes te cuentan que ellos fueron asaltados por polic¨ªas...
Hay un informe de la Comisi¨®n Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) de M¨¦xico que corrobora las palabras de Arel¨ª. Est¨¢ confeccionado con los testimonios que 30 agentes de la comisi¨®n -s¨®lo 30- recogieron en un periodo de seis meses -s¨®lo seis meses-. Y aun as¨ª, los datos no pueden ser m¨¢s terribles. Entre septiembre de 2008 y febrero de 2009, casi 10.000 emigrantes centroamericanos que trataban de llegar a Estados Unidos fueron secuestrados y tratados con extrema crueldad a su paso por territorio mexicano. Muchos de ellos fueron capturados en grupos, bajados de los vagones de tren y confinados en casas de seguridad o en naves industriales. El rescate que se les exig¨ªa fluctuaba entre los 1.500 y los 5.000 d¨®lares. La Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos calcula que la industria del secuestro obtuvo en ese corto espacio de tiempo m¨¢s de 25 millones de d¨®lares. Para ello, los verdugos no dudaron en utilizar una violencia extrema, que incluy¨® en muchos casos la tortura, la violaci¨®n y el asesinato. Nueve de cada 10 v¨ªctimas recibieron amenazas de muerte dirigidas a ellas o a sus familiares. El 67% de los secuestrados era de Honduras; el 18%, de El Salvador; el 13%, de Guatemala, y el resto, de Nicaragua. Tambi¨¦n constataron los agentes de derechos humanos el paso de emigrantes procedentes de Ecuador, de Brasil, de Chile, de Costa Rica... Pero son los centroamericanos los que con mayor frecuencia, y con mayor desesperaci¨®n, hacen la ruta hacia El Dorado que todav¨ªa, pese a la crisis, sigue representando Estados Unidos. Sus familias, y tambi¨¦n sus pa¨ªses, dependen de sus remesas.
Hay quien sostiene, con una dureza no exenta de tino, que algunas naciones centroamericanas han sacrificado a sus ciudadanos para salvar sus econom¨ªas. Al emigrante se le presenta en sus lugares de origen como un h¨¦roe, no como una v¨ªctima. A eso contribuye que el que llega encierra su rosario de sufrimientos y humillaciones, tal vez por verg¨¹enza, en un cofre con siete llaves. Y el que no llega... tambi¨¦n. S¨®lo Arel¨ª y quienes como ella no est¨¢n dispuestos a que M¨¦xico, su pa¨ªs, siga siendo un testigo mudo del horror, se han propuesto que las organizaciones de derechos humanos y la prensa conviertan en visible lo que hasta ahora no lo ha sido. El dolor tan ¨ªntimo de Teresa, la furia de Mario en busca del asesino de su novia, la huida sin destino de un ni?o asustado de 13 a?os, la terrible maldad de quien aprovecha el paso por sus pueblos de los m¨¢s desprotegidos para hacer negocio. Golpeando, violando, matando... Sin freno. Sin castigo.
El albergue est¨¢ lleno esta noche. Hay rumores de que la Bestia volver¨¢ por fin a rugir. La Bestia es el tren. Aun parado y en silencio, merece un apodo tan rotundo. Lleva dos d¨ªas dormitando por culpa de un fuerte vendaval que mantiene cerrado el puerto de Salinas Cruz. Pero al parecer el viento ya est¨¢ amainando y los barcos empiezan a llegar. El tren ser¨¢ cargado y volver¨¢ a pasar por Ixtepec de camino a Medias Aguas. ?se ser¨¢ el momento en que las decenas de emigrantes que dormitan en el albergue, al pie mismo de las v¨ªas, aprovechen para saltar y encaramarse al techo.
La vigilia se hace muy larga. A las tres de la madrugada, tan lejos a¨²n del amanecer, los gallos se despiertan. S¨®lo un rato despu¨¦s, varios grupos de emigrantes, algunos con s¨ªntomas de haber entretenido la espera tomando alcohol, se acercan al albergue. David se coloca en la puerta. Sin m¨¢s escudo que sus buenas palabras, los va cacheando uno a uno para evitar que entren con armas. Sentada en una mesa de pl¨¢stico, Arel¨ª les va preguntando uno a uno sus nombres, su procedencia, si han tenido alg¨²n sobresalto en el camino. Algunos mienten, y Arel¨ª lo sabe. No son emigrantes. Tal vez alg¨²n d¨ªa lo fueron, pero luego fueron captados por los propios carteles y pasaron de ser v¨ªctimas a trabajar para los verdugos. Son especialmente peligrosos porque trat¨¢ndose de hondure?os, guatemaltecos o salvadore?os, hablan el mismo lenguaje que los emigrantes y los hacen confiarse, desvelar el nombre del familiar que, casi siempre desde Estados Unidos, los est¨¢ apoyando con sus d¨®lares. Una vez que descubren qui¨¦n tiene dinero, el siguiente paso consiste en avisar a sus compinches de que en el vag¨®n tres de la Bestia, con sudadera roja y una gorra negra de Nike, viaja un hondure?o con plata. El asalto al tren, entonces, est¨¢ cantado. Y esta noche es una de esas noches angustiosas en que David y Arel¨ª sienten que algo sucio se est¨¢ tejiendo. El techo de la Bestia no ir¨¢ s¨®lo ocupado por indefensos emigrantes a la b¨²squeda de un sue?o.
El tren llega a Ixtepec un poco despu¨¦s del amanecer. Destino: Medias Aguas. Ese nombre destila peligro. "Medias Aguas ya es zona de Los Zetas. Si quieren montarse en el tren para acompa?ar a los emigrantes", aconseja David a los periodistas, "intenten convencer al maquinista para que les pare en Mat¨ªas Romero. Y si no les para, t¨ªrense del tren en marcha cuando aminore la velocidad. Pero por nada del mundo sigan hasta Medias Aguas". David, aseguran quienes lo han tratado de antiguo, no es un hombre de muchas palabras, pero las que dice son de ley. Sin embargo, el maquinista no est¨¢ de muy buenas pulgas. "?En Mat¨ªas Romero? ?Parar all¨¢? ?Para qu¨¦? Ya veremos...", contesta desde lo alto de su trono de hierro. "?Usted sabe?", se anima por fin sin que medien preguntas, "?que los emigrantes nos acusan de estar coludidos con las mafias y que paramos el tren para que los asalten? ?Qu¨¦ barbaridad! Mire: usted mismo, si gira ese volante de hierro pintado de amarillo que hay entre vag¨®n y vag¨®n, puede parar el tren. Y los asaltantes lo saben. ?Que no les ayudamos? ?Eso dicen los emigrantes? Pues eso s¨ª es verdad, ?pero qu¨¦ quieren que hagamos cuando nos apuntan con pistolas y hasta con cuernos de chivo...?".
El tren se pone en marcha. Isabel Mu?oz, autora de las fotos de este reportaje, lleva meses retratando el sufrimiento, y tambi¨¦n las ilusiones, de los emigrantes centroamericanos a su paso por M¨¦xico. Esta ma?ana ya est¨¢ montada en el techo abarrotado de la Bestia. Ser¨¢ su ¨²ltimo viaje antes de concluir este reportaje, pero tambi¨¦n uno de los m¨¢s peligrosos. Arel¨ª y David ten¨ªan raz¨®n. El tren es abordado a ¨²ltima hora, cuando ya est¨¢ en movimiento, por cuatro muchachos que levantan las sospechas del resto. La Bestia acelera, ruge, pero ya se ha convertido en un peligro secundario. Todos los emigrantes, y no cabe ni un alma m¨¢s en el techo, tampoco en los reducidos espacios que quedan entre los vagones, est¨¢n pendientes de esos cuatro muchachos. No les quitan ojo. Ni apartan sus manos de las piedras que casi todos han ido cosechando silenciosamente en la estaci¨®n de Ixtepec por si la ruta se tuerce. Los emigrantes tienen ante s¨ª miles de kil¨®metros como ¨¦stos, llenos de peligros, de amenazas.
El tren sigue hacia el Norte despu¨¦s de hacer un alto en Mat¨ªas Romero. Los periodistas se bajan. Y tambi¨¦n lo hacen los cuatro muchachos, confirmando con esa sola acci¨®n que su inter¨¦s no era precisamente la ruta hacia el Norte. Unos kil¨®metros atr¨¢s, en el albergue de Ixtepec, Arel¨ª disfruta de unas horas de paz hasta la llegada del pr¨®ximo tren. Cuando eso suceda, mujeres rotas y hombres manchados de miedo le contar¨¢n que un tipo con bigote, nariz aguile?a y algo muy parecido a una vieja cicatriz surc¨¢ndole la cara les oblig¨® a desnudarse, les quit¨® el dinero, los apunt¨® con un viejo rev¨®lver...
-?Se termina uno acostumbrando a tanto horror?
-Se termina uno acostumbrando. E incluso te puedes permitir acostumbrarte. Pero lo que no puedes hacer nunca es dejar de estar enojada. El d¨ªa que dejes de enojarte con las injusticias, ya no servir¨¢s. Y habr¨¢n ganado ellos.
Los que hacen da?o. Los que no hacen nada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.