Pek¨ªn ser¨¢ inflexible
El plante de Google ante el Gobierno chino parece revelar el fin de la paciencia del gigante de Internet y pone de manifiesto un pulso de larga duraci¨®n sostenido entre ambos contendientes que se remonta, pr¨¢cticamente, al inicio de sus actividades en el gigante oriental. A las restricciones aceptadas en su d¨ªa bajo el simulacro de "c¨®digo de conducta" -la aceptaci¨®n de la censura, pura y dura, reclamada por el r¨¦gimen chino- se sumaron ahora los ataques inform¨¢ticos, masivos y selectivos seg¨²n Google, desatados con el claro objetivo de trasladar un mensaje de autoridad ilustrado con la amplitud de acceso y conocimiento general que China tendr¨ªa de ciertos usuarios de la Red, disidentes defensores de los derechos humanos a quienes Pek¨ªn trata de vigilar de cerca. El control y el sometimiento de todo cuanto pueda afectar a la presunta estabilidad del sistema es la raz¨®n clave.
?Se trata de disfrazar un hipot¨¦tico fracaso comercial? Pudiera ser
La negativa de Google a colaborar ahora con el Gobierno chino amenazando con poner fin a sus actividades en el pa¨ªs abre un horizonte de conflicto de resultado incierto. Pero si el eje de ese debate es la eliminaci¨®n de la censura, China ser¨¢ inflexible y la multinacional californiana lleva todas las de perder.
El problema de fondo radica en que la libertad de expresi¨®n ha progresado en China de forma irregular, abri¨¦ndose ligeramente en aspectos inofensivos para el r¨¦gimen (la informaci¨®n sobre desastres, por ejemplo, si bien cuidando mucho de ocultar las protestas cuando ¨¦stas se producen), pero echando un doble cerrojo sobre cuanto pueda afectar a su supervivencia y a la concepci¨®n de la informaci¨®n como un patrimonio que s¨®lo el poder est¨¢ en condiciones de administrar en funci¨®n de los intereses fundamentales del pa¨ªs, es decir, asegurando su instrumentaci¨®n al servicio de la inalterabilidad del sistema pol¨ªtico.
China considera que los 300 millones de internautas chinos son un bocado demasiado grande como para pensar que cualquier empresa del sector pueda prescindir alegremente de su mercado. El buscador Baidu, su competidor local, controla m¨¢s del 60% del sector y su marca es el primer t¨¦rmino buscado en Google.cn. Si ¨¦ste renuncia, perder¨¢ demasiado, dicen, confiando de nuevo en que la l¨®gica del beneficio empresarial pueda m¨¢s que la defensa de los valores universales y que por ello acabar¨¢ entrando en el redil. ?Se trata de disfrazar un hipot¨¦tico fracaso comercial con una espantada que refuerce su prestigio en otras latitudes? Tambi¨¦n pudiera ser.
YouTube, Facebook, Twitter, Blogger, Wordpress, son un lujo que no est¨¢ al alcance de los internautas chinos. El retroceso en los dos ¨²ltimos a?os ha sido m¨¢s que notorio. A pesar de que los dirigentes chinos no dejan de entonar loas entusiastas al avance de la democracia, no hay esperanza de una apertura m¨¢s o menos inmediata en las comunicaciones. En pleno auge nacionalista, tampoco cabe esperar ninguna rebeli¨®n significativa en la Red en defensa de una marca asociada con la omnipresencia estadounidense en el mundo o, ni mucho menos, que China se arrugue ante las airadas protestas de Washington.
Ante estudiantes y dirigentes locales, durante su reciente visita a China, el presidente Obama, al tiempo de inaugurar una nueva era de supuesta concordia en las relaciones bilaterales, se mostr¨® partidario de una Red sin censura. Pero sus palabras, seguidas del aplauso de rigor, apenas pudieron escucharse en Shanghai. Hillary Clinton descart¨® enf¨¢ticamente que la cuesti¨®n de los derechos humanos pudiera empa?ar a partir de ahora los muchos asuntos de mayor enjundia que integran la agenda m¨¢s importante del siglo XXI. Alguien pudo haber interpretado esa afirmaci¨®n como un cheque en blanco para iniciar un asalto en toda regla y en varios frentes (la dura condena a Liu Xiaobo es otra evidencia) en materia de libertades, prescindiendo de los m¨¢s elementales miramientos.
Xulio R¨ªos es director del Observatorio de la Pol¨ªtica China.
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