La sociedad infantilizada
Cada vez que nieva en Espa?a, algo que no es habitual (en comparaci¨®n, me refiero, con otros pa¨ªses de Europa), las televisiones se llenan de personas indignadas que responsabilizan a las autoridades de sus problemas tanto si eran evitables como si no; incluso -en el primero de los supuestos- cuando el culpable de esos problemas es el propio reclamante por no haber atendido las advertencias de precauci¨®n de aqu¨¦llas o por no cumplir con su obligaci¨®n (llevar cadenas en el coche, por ejemplo).
La escena se repite en muchas otras ocasiones, ya sea a causa de una inundaci¨®n, un vendaval, una pedrisco o cualquier otro fen¨®meno meteorol¨®gico. Tanto si se tomaron como si no todas las medidas de precauci¨®n y de ayuda por parte de las autoridades competentes en el tema, nuestras pantallas se llenar¨¢n igualmente de gente vociferante que, aparte de pedir la dimisi¨®n de todas aqu¨¦llas, desde el Gobierno hasta el alcalde de su pueblo, exige que el Estado, o sea, todos los dem¨¢s, le resarza de los perjuicios sufridos; da igual que no hayan previsto suscribir un seguro de cobertura, en caso de ser posible.
Cada vez que tenemos un problema, exigimos que el Estado nos lo solucione. Somos como ni?os quejicas
E igual pasa cuando un barco es secuestrado en alta mar, un autob¨²s o un tren se accidentan, un grupo de pasajeros pierde sus vuelos o sus maletas, un militar fallece en el cumplimiento de su misi¨®n o la sequ¨ªa agosta los campos en alg¨²n sitio.
La culpa ser¨¢ siempre del Estado independientemente de que ¨¦ste haya puesto todos los medios para evitar esos accidentes o para paliar sus da?os o de que ¨¦stos sean atribuibles a la propia negligencia de quienes los han sufrido (por faenar en aguas desaconsejadas por su peligrosidad o construir sus casas ilegalmente en el cauce de un torrente, por ejemplo).
Hasta cuando la avaricia lleva a algunos a invertir en sociedades de alto riesgo que luego quiebran o les estafan la responsabilidad ser¨¢ del Estado, o sea, de los dem¨¢s, por no haberles advertido, se supone. Ellos nunca ser¨¢n los responsables de sus actos, pues para eso vivimos en una sociedad sin culpa.
Conviene analizar esta actitud puesto que no parece muy coherente. En primer lugar, porque nunca hab¨ªa sido as¨ª, o no de forma tan acusada (antes, la gente, cuando nevaba, soportaba los problemas de la nieve con resignaci¨®n o rabia, pero sin culpar al Estado de ellos, entre otras cosas porque el Estado estaba muy lejos); y, en segundo lugar, porque, por esa misma raz¨®n, la gente estaba habituada a sacarse las casta?as del fuego por ella misma, sabedora de que nadie le iba a ayudar.
Pero las cosas han cambiado a medida que el Estado ha ido creciendo y sustituyendo a la sociedad civil. En aras del bienestar, ese nuevo vellocino de oro que los gobiernos, sean de la ideolog¨ªa que sean, nos venden como un tesoro, el Estado ha ampliado sus competencias mientras que, paralelamente, la sociedad ha ido delegando en ¨¦l hasta desaparecer pr¨¢cticamente como entidad.
Que hasta el Defensor del Pueblo, la figura encargada presuntamente de protegernos de los abusos o los excesos de nuestros gobernantes, sea nombrada por estos mismos indica hasta qu¨¦ punto el Estado se ha ido adue?ando de todo al tiempo que reduc¨ªa nuestra capacidad de participaci¨®n en la vida p¨²blica. Todo est¨¢ en manos de aqu¨¦l y, por tanto, de ¨¦l dependemos tanto para lo bueno como para lo menos bueno.
El problema de esta situaci¨®n es que, al tiempo que el Estado se ha convertido en un padre que nos lo soluciona todo, o al menos eso pretende, al estilo de las familias tradicionales y protectoras, los ciudadanos hemos devenido en ni?os; ni?os inermes e irresponsables incapaces de hacer nada por nuestra cuenta, puesto que nos falta el h¨¢bito. Pero, en nuestra infantilizaci¨®n tambi¨¦n nos hemos vuelto quejicas, seres desp¨®ticos y exigentes que, como los infantes de verdad, pensamos que todo nos debe ser resuelto por ese padre que es el Estado, incluido aquello que no tiene soluci¨®n. Es lo que tiene saberse hiperprotegido: que, mientras m¨¢s cuidados recibe uno, m¨¢s exige al que se los proporciona.
El Estado del bienestar, ese gran mito de nuestro tiempo, no puede, sin embargo, concebirse como una situaci¨®n de irrealidad. El esfuerzo que ha supuesto conseguirlo, obra de muchas generaciones, no implica que sea infinito (al contrario, cualquier tormenta puede arrasarlo, como demuestran las crisis econ¨®micas) ni, mucho menos, que de ¨¦l dependa la soluci¨®n de todos nuestros problemas. Ning¨²n Estado puede resolverlo todo, como ning¨²n padre puede conseguirlo todo, y, aunque pudiera, ello implicar¨ªa el reconocimiento por parte nuestra de nuestra minor¨ªa de edad; lo cual choca frontalmente con el deseo de libertad y de independencia que manifestamos todos y con la resistencia a pagar con nuestros impuestos los gastos que el mantenimiento de nuestro bienestar comporta. Una actitud tan incoherente como la del ni?o que lo quiere todo.
En todo caso, y volviendo al origen de esta diatriba, lo que la gente tiene que comprender es algo tan evidente como que, cuando nieva, no se pueden hacer las mismas cosas que cuando el cielo est¨¢ despejado y el suelo limpio.
Julio Llamazares es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.