Ingratos con amnesia
Esta historia cruel aparece en Tom Waits: la coz cantante (Global Rhythm), biograf¨ªa donde abundan los episodios amargos por puro empecinamiento de su protagonista: Tom impidi¨® que sus socios y conocidos atendieran al autor, Barney Hoskyns, que debi¨® recurrir a gente rebotada. Si siguen a Waits, saben que cambi¨® de estilo y forma de vida tras casarse con Kathleen Brennan. Se radicaliz¨®, rompiendo con colaboradores como el productor Bones Howe, responsable de siete de sus primeros discos.
Caballero de la vieja escuela, Howe llev¨® el rechazo con dignidad: quiso evitar convertirse en el padre que tolera mal que su hijo se emancipe. Hasta que tuvo una excusa para telefonear a Tom. Le encargaron una antolog¨ªa de sus lanzamientos en Asylum Records -lo que finalmente ser¨ªa Used songs 1973-1980- y detect¨® que convendr¨ªa retocar un tema para dar mayor presencia al bajo. Nadie se hubiera dado cuenta, pero decidi¨® pedir permiso al cantante.
Rebus, el detective de Rankin, est¨¢ inspirado en Ian Stewart, pianista expulsado de los Stones
En mala hora. Howe no logr¨® pasar la barrera de una asistente que le confirm¨® que Tom no quer¨ªa hablar directamente con ¨¦l y que deber¨ªa dejar su recado. Al d¨ªa siguiente, la se?orita le comunic¨® que su jefe pensaba que, efectivamente, esa canci¨®n necesitaba m¨¢s bajo.
Michael Hacker, que trabaj¨® con ambos en Corazonada, reconoce que fue una humillaci¨®n gratuita, pero a?ade: "Es algo que parece formar parte del juego de herramientas que convierte a gente como Waits en alguien de ¨¦xito. Como si no pudieras dejar tu pasado atr¨¢s a menos que cortes la relaci¨®n con esas personas. Quiero decir, yo soy un fan¨¢tico de Dylan, y ¨¦l s¨ª que sabe cortar con la gente".
As¨ª que, en pro de su arte, los creadores est¨¢n exentos de los m¨ªnimos rasgos de humanidad. Dig¨¢moslo m¨¢s suavemente: la posibilidad de cambio quedar¨ªa coartada si el artista se sintiera responsable de su antiguo equipo. Comprensible, y no s¨®lo en la m¨²sica: lo han aprendido todos los que, en alg¨²n momento, se beneficiaron del toque de Rey Midas de Pedro Almod¨®var y luego no recibieron m¨¢s convocatorias suyas.
Sospecho que en la constituci¨®n psicol¨®gica de los artistas existe un vac¨ªo moral que les hace perfectamente ingratos, por encima de la media. Recuerden el viejo chiste: si un disco no se vende, es culpa de -elijan- la discogr¨¢fica, el manager, los medios; si el disco triunfa, el ¨²nico responsable es el artista y su arrolladora genialidad. En la vida real, la carencia de sentido de la culpabilidad les transforma en monstruos: Led Zeppelin nadando en millones y neg¨¢ndose a reconocer sus plagios a artistas oscuros. Y no es exclusiva de superestrellas. Est¨¢ aquel cantautor que, en horas bajas, se refugi¨® en la casa de un colega; a los pocos meses, se quedaba con la casa y la mujer del amigo generoso.
El mundo del espect¨¢culo rebosa comportamientos aborrecibles. Los Beatles, escud¨¢ndose en el productor George Martin, cambiaron a Pete Best por un nuevo baterista, Ringo Starr. Se hab¨ªan beneficiado de los recursos de la familia Best, pero no iban a dejar que nociones de compa?erismo o una deuda contra¨ªda se interpusiera a la hora de conseguir el billete para escapar de Liverpool. No hicieron nada por compensarle.
Pero, incluso en la deslealtad, hay grados. A pesar de su fama de insensibilidad, los Rolling Stones demostraron una mayor generosidad en un trance similar. Su descubridor, Andrew Loog-Oldham, se encontr¨® con un sexteto y decret¨® que sobraba un m¨²sico. Ian Stewart no daba el tipo y los grupos beat no llevaban pianistas. Los Stones le sacaron de las fotos pero le mantuvieron como empleado de su organizaci¨®n; recurrieron adem¨¢s a sus servicios musicales hasta su muerte en 1985. L¨¢stima que Ian no llegara a explicitar sus sentimientos, aunque alg¨²n escritor ha especulado con ellos: Ian Rankin ha confesado que us¨® al m¨²sico (como ¨¦l, escoc¨¦s) para perfilar su personaje m¨¢s memorable, el inspector John Rebus.
Babelia
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