El progreso
La racionalidad del ser humano explica su historicidad, es decir, su capacidad para hacer historia. ?Y qu¨¦ otro sentido tendr¨ªa ese hacer que no fuera progresar, esa cualidad progrediente, para usar un t¨¦rmino orteguiano, que tiene nuestra singular especie? Incluso en las interpretaciones sobrenaturales late la idea de que hay que progresar hacia el bien en este valle de l¨¢grimas para tener plaza en el Para¨ªso.
La humanidad avanza porque ¨¦se es su destino, pero lo hace despacio, a distinto ritmo seg¨²n las ¨¦pocas, con zigzags casi siempre, a veces con retrocesos. Tal cosa explica que haya quienes, ateni¨¦ndose al corto plazo, nieguen el progreso e incluso auguren ominosas regresiones. Como, adem¨¢s, sigue habiendo muchas, much¨ªsimas imperfecciones en este bajo mundo, siempre ha habido, y m¨¢s en la edad contempor¨¢nea, gente que ha propugnado cambios radicales, por ejemplo para llegar al reino de la libertad que dijo Marx. El que esas ideas no acertaran o que incluso saliera el tiro por la culata no quiere decir que no se haya avanzado, aun aceptando lo lejos que estamos todav¨ªa de una sociedad justa, racional y eficaz.
Nunca nuestra historia registr¨® tantos adelantos en tantas esferas como en los ¨²ltimos 30 a?os
Acabar con el desafecto hacia los pol¨ªticos requiere un giro casi copernicano
La historia, no hay que olvidarlo, es la historia de la imperfecci¨®n. ?sta disminuye, pero lo hace por sus pasos contados y, para mayor inri, con las mejoras aparecen tambi¨¦n nuevos defectos. Hace unos 10.000 a?os, el ser humano inici¨® unos cambios fundamentales, que acabaron extendi¨¦ndose por todo el mundo y alteraron el modo mismo de vivir. Con la llamada Revoluci¨®n Neol¨ªtica, al aparecer la agricultura y la ganader¨ªa hubo cada vez m¨¢s sobrante respecto de lo estrictamente necesario para sobrevivir. El progreso fue enorme, como tambi¨¦n fueron grandes las nuevas lacras que trajo consigo: esclavitud, guerras, explotaci¨®n del hombre por el hombre.
Algo parecido ocurri¨® con la Revoluci¨®n Industrial. El progreso material ha sido desde entonces ingente, pero, al no difundirse por igual, las indecentes diferencias entre pa¨ªses ricos y pobres han alcanzado cotas sin precedentes. El buen uso y disfrute de unos recursos decuplicados no est¨¢ resuelto. Fracasado el comunismo, el ¨²nico sistema que existe hoy por hoy, el de econom¨ªa de mercado o capitalismo, no es un modelo de equidad. Tampoco lo es de eficacia, como ha quedado patente con la ¨²ltima crisis. ?Cabe, entonces, hablar de progreso? Aunque matizada, la respuesta tiene que ser afirmativa, sobre todo si uno se calza las botas de las siete leguas del historiador y contempla lo que ocurre a vista de p¨¢jaro. Adem¨¢s, desde el largo plazo, cualquier dato actual que elijamos, salvo el de la contaminaci¨®n ambiental, por malo quesea, siempre resulta peor referido al pasado.
Los 800 millones de personas que pasan hambre o son analfabetas, lo que cabr¨ªa llamar las cifras de la verg¨¹enza, representan en porcentaje algo m¨¢s del 10% de la poblaci¨®n mundial. Hace medio siglo tal porcentaje era cuando menos el triple. El n¨²mero tan abultado de desnutridos e iletrados se explica, aunque huelga decir que no se justifica, por el enorme crecimiento demogr¨¢fico, afortunadamente ya aminorado. Tambi¨¦n ha habido cientos de millones de chinos e indios que han dejado de pasar hambre, lo que en conjunto permite afirmar que ha habido progreso. Un progreso pausado, pero que da alas a la esperanza de un mundo mejor.
Si ahora hacemos una pirueta y pasamos de lo universal a lo particular, Espa?a es un buen ejemplo del mucho progreso, de los vericuetos en ocasiones retorcidos que sigue, y de lo mucho que queda por hacer. Nunca nuestra historia registr¨® tantos adelantos en tantas esferas como en los ¨²ltimos 30 a?os.
Ahora bien, casi en cuesti¨®n de meses nos hemos percatado de que en econom¨ªa, pol¨ªtica, educaci¨®n, gasto social, respeto al medio ambiente, estamos peor de lo que cre¨ªamos, por debajo incluso en algunos aspectos de la media de los pa¨ªses avanzados y lejos de los progresos tan orgullosamente anunciados que nos iban a colocar en pocos a?os entre los primeros del mundo.
Sin embargo, parece que con un poco de esfuerzo, solidaridad e inteligencia nuestros males tendr¨ªan remedio. Tomemos la pol¨ªtica, por ejemplo. En todas partes, quienes gobiernan ensalzan sus logros, reales o imaginarios, y quienes est¨¢n en la oposici¨®n los critican, con raz¨®n o sin ella. Pero en Espa?a el triunfalismo tan arraigado del Partido Socialista y la descalificaci¨®n permanente por parte del Partido Popular (una nueva patolog¨ªa pol¨ªtica para la que propongo un feo neologismo: descalificacionismo) rayan en lo absurdo.
Ser¨¢ la ausencia de solera democr¨¢tica, ser¨¢ un car¨¢cter singular que nos lleva al exceso, lo cierto es que ello conduce a disputas est¨¦riles cada dos por tres, donde lo que predomina es el infantil tonto t¨², listo yo, tan impropio de un pa¨ªs avanzado.
En cuanto a la econom¨ªa, tan ingrata en estos momentos, el optimismo del Gobierno no ha provocado la crisis, pero ha frenado su enmienda. Con lo sencillo que hubiera sido, nada m¨¢s avistarse los negros nubarrones, haber establecido, con la colaboraci¨®n de partidos e instituciones responsables, unos grupos de trabajo que barajasen diversos escenarios de mayor o menor gravedad, con la correspondiente panoplia de alivios para cada caso.
Se dir¨¢ que esos defectos son m¨¢s de forma que de fondo. Quiz¨¢, pero ello muestra lo poco racional que es la pol¨ªtica que se practica en Espa?a. Porque recuperar el pulso econ¨®mico y con ¨¦l el empleo, fortalecer una estructura productiva vulnerable, consolidar la ordenaci¨®n territorial y la convivencia sosegada de nacionalidades y regiones, contar con unas instituciones que funcionen en lugar de entorpecer, erradicar sin contemplaciones la bochornosa corrupci¨®n en cargos p¨²blicos, reformar una Constituci¨®n tan encomiada como desfasada y, en suma, acabar con el creciente desafecto hacia los pol¨ªticos, requiere un giro casi copernicano del talante de quienes se dedican a la cosa p¨²blica.
Si resultase, por un extra?o sino y para nuestra mala ventura, que ni siquiera cuando est¨¢n en juego el presente y el futuro, un partido de centro-izquierda y otro de centro-derecha pueden ponerse de acuerdo en lo m¨¢s elemental, corremos el riesgo de ver cercenarse el progreso y de que retorne el malhadado eslogan de que Espa?a es diferente.
Francisco Bustelo es catedr¨¢tico em¨¦rito de Historia Econ¨®mica y rector honorario de la Universidad Complutense.
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