El dinero fresco empieza a fluir
Los haitianos hacen cola para recibir transferencias del extranjero
Manoach Nelson, de 35 a?os, es el director de uno de los lugares m¨¢s preciados ahora por los haitianos: la oficina de la compa?¨ªa de transferencias CAM en el barrio de P¨¦tion Ville, en Puerto Pr¨ªncipe. Visto desde la calle, el edificio protegido por una reja y varios guardaespaldas armados parece una c¨¢rcel donde la gente se pelea por entrar primero y aguarda colas de hasta siete horas. Los bancos no abrir¨¢n hasta el pr¨®ximo s¨¢bado.
As¨ª que el ¨²nico medio para hacerse con dinero fresco es conseguir que alguien te lo env¨ªe desde fuera a trav¨¦s de las empresas de transferencia, b¨¢sicas en un pa¨ªs cuya econom¨ªa se nutre del dinero que mandan sus emigrantes. Algunas de ellas empezaron a abrir el pasado lunes. Y el dinero, una vez m¨¢s, llega de los que siempre arrimaron el hombro, los familiares que se fueron hace a?os a Estados Unidos y Canad¨¢.
"Los env¨ªos m¨¢s peque?os son de unos 50 d¨®lares [unos 35 euros]. Y los mayores, de 2.000", explica Nelson. "Hay que tener en cuenta que no todos los emigrantes disfrutan de una posici¨®n acomodada. Pero en tres d¨ªas que llevamos abiertos hemos atendido a 3.000 personas. Normalmente, abrimos todos los d¨ªas desde las ocho de la ma?ana a las cinco de la tarde. Ahora estamos alargando el horario".
El director de la oficina no cree que su trabajo est¨¦ debidamente recompensado por la multinacional que le paga. "Estos d¨ªas llego a las siete de la ma?ana y me marcho a las ocho de la tarde. Y al irme, tengo que preparar la salida con cuatro amigos guardaespaldas que me protegen. Porque saben que soy el director, que tengo la llave de la caja y hay gente esper¨¢ndome. Pero no crea usted que la empresa me paga la protecci¨®n, ni me paga un coche. Tengo que busc¨¢rmela yo".
El director, igual que la gente que aguarda a pleno sol en la cola, tambi¨¦n se muestra esperanzado con la llegada de EE UU. Saben que la ayuda del presidente Barack Obama no servir¨¢ para resucitar a los 75.000 muertos ya enterrados. Pero saben que se necesitar¨¢n muchas manos para reconstruir buena parte del pa¨ªs. Por regla general, los habitantes de Puerto Pr¨ªncipe, no tocados apenas por la industria tur¨ªstica, mantienen una elegante dignidad que les impide pedir limosna al extranjero. Ni siquiera entre ellos lo hacen, porque apenas se ven mendigos por las calles. Pero piden trabajo. Y el trabajo tampoco termina de llegar.
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