La (des)afecci¨®n eterna
Mitificamos el pasado y despreciamos el presente. Decimos que los pol¨ªticos de hoy no tienen la altura de los de la Transici¨®n. Pero aqu¨¦llos, incluido Jordi Sol¨¦ Tura, tambi¨¦n fueron muy denostados en su d¨ªa
Con las emociones a¨²n muy a flor de piel por la muerte reciente de mi padre, Jordi Sol¨¦ Tura, intelectual, maestro, pol¨ªtico y unos de los padres de la Constituci¨®n Espa?ola, me pongo a ordenar el caudal de recuerdos de nuestra vida en com¨²n. La fabulosa respuesta popular nos ha emocionado. Miles de ciudadanos pasaron por la capilla ardiente o nos hicieron llegar mensajes de apoyo desde toda Espa?a: amigos, obreros, intelectuales, pol¨ªticos de todo signo, o personas que simplemente han sentido que mi padre les pertenec¨ªa tambi¨¦n un poco, como creo que pertenece a la memoria reciente y digna de este pa¨ªs. Y una idea, una frase que en estos d¨ªas he o¨ªdo una y mil veces: "Ya no quedan pol¨ªticos como ¨¦l".
El 'desencanto' empez¨® enseguida, ya en los ochenta. Se dec¨ªa lo mismo que se dice ahora
La descalificaci¨®n frontal del sistema acaba fortaleciendo soluciones populistas y mesi¨¢nicas
Al mismo tiempo, hablo a menudo con amigos, gente informada con un pasado militante y vuelvo a o¨ªr la eterna queja acerca de los dirigentes actuales, a saber: pol¨ªticos corruptos, chaqueteros, interesados, incapaces, etc. M¨¢s o menos los mismos argumentos que reflejan las recientes encuestas sobre el incremento de la desafecci¨®n entre votantes y esa cosa difusa que denominamos clase pol¨ªtica. ?Y mi padre? "No, tu padre era distinto, ya no quedan pol¨ªticos como los de la Transici¨®n", me repiten.
Porque siempre mitificamos el pasado y despreciamos el presente, un mal muy espa?ol. Al escuchar por en¨¦sima vez el argumentario del desencanto me invade una indescriptible sensaci¨®n de deja vu, de que llevo oy¨¦ndolo desde tiempos inmemoriales y desde que aprend¨ª a llevar tan dignamente como pude la compleja carga de ser hijo de pol¨ªtico.
Como ya he explicado recientemente en una pel¨ªcula, nac¨ª en el exilio y crec¨ª en Espa?a escondiendo mis or¨ªgenes, yendo a visitar a mi padre a la c¨¢rcel a escondidas y sin poder explicar las muchas penurias sufridas por su militancia pol¨ªtica. La llegada de la democracia nos permiti¨®, por fin, afirmar sin complejos lo que ¨¦ramos y en qu¨¦ cre¨ªamos: la gente hablaba de pol¨ªtica abiertamente tras tantos a?os de represi¨®n y secreto. Pero la alegr¨ªa dur¨® poco: a principios de los 80 empez¨® la Movida y el desencanto, una vez m¨¢s, hacia lo pol¨ªtico. En plena adolescencia me volv¨ª a sentir defendiendo lo imposible: la honradez, el compromiso y la entrega de gente como mi padre y de tantos miles que, como ¨¦l, renunciaron por sus ideas a una vida segura y c¨®moda.
A¨²n recuerdo c¨®mo en una entrevista en un canal p¨²blico de televisi¨®n, la presentadora se fij¨® en un reloj de color dorado que mi padre luc¨ªa en la mu?eca. A los pocos d¨ªas la rumorolog¨ªa se hab¨ªa extendido: el reloj era de oro y era el pago del PSOE a mi padre por abandonar el PCE. Nunca nadie se molest¨® en desmontar el bulo. Evidentemente, el reloj en cuesti¨®n era de pl¨¢stico, regalo navide?o de un rotativo catal¨¢n a sus colaboradores habituales. Y como ¨¦sta, mil otras an¨¦cdotas, ante las que en casa no hemos tenido m¨¢s remedio que tener una actitud de prevenci¨®n constante.
As¨ª que, ya ven, el buen pol¨ªtico de antes tuvo que soportar durante su vida activa el mismo clima de sospecha permanente y pr¨¢cticamente las mismas acusaciones que los de ahora, y recibi¨® muchas pu?aladas por parte de algunos de los que ahora alaban su figura y su talla. Recuerdo c¨®mo en todos los momentos de crisis econ¨®mica o pol¨ªtica volv¨ªa a aflorar el mismo debate, las mismas encuestas sobre el incremento de la desafecci¨®n hacia los pol¨ªticos, con argumentos parecidos a los de ahora.
La cuesti¨®n de fondo es, a mi entender, de otra naturaleza y tiene mucho que ver con la fragilidad de nuestro contrato social, del pacto entre el votante y el votado. En este pa¨ªs no se habla de pol¨ªtica, y cuando se hace se coge el todo por la parte y se cae r¨¢pidamente en la descalificaci¨®n global: se reh¨²ye la complejidad en el an¨¢lisis de ese juego de intereses contrapuestos que necesariamente se debe dar en un sistema democr¨¢tico. Si una virtud tiene la democracia espa?ola, debida a su juventud, es que es un reflejo bastante fiel de la composici¨®n social del pa¨ªs. Por alusiones, me suelo fijar en los que m¨¢s vociferan contra los pol¨ªticos: lo suele hacer el empresario de caja B, el abogado trapichero, el m¨¦dico y el fontanero que cobra sin factura o el funcionario indolente. Ya se sabe, en este pa¨ªs abundan los p¨ªcaros y la clase pol¨ªtica no es una excepci¨®n.
La tendencia a sentir la pol¨ªtica como una cosa ajena se debe, en mi opini¨®n, a una confluencia de factores y tiene mucho que ver con la debilidad hist¨®rica del Estado. La tradici¨®n antipol¨ªtica en Espa?a viene de bastante antes del franquismo. La izquierda tuvo a sus anarquistas mientras que los sectores inmovilistas de la derecha han cultivado esa ignorancia hacia lo pol¨ªtico, a sabiendas de que a menos debate m¨¢s voto clientelar y cautivo. Y lo siguen haciendo. S¨®lo as¨ª cabe entender, por ejemplo, la oposici¨®n sistem¨¢tica a la introducci¨®n en las escuelas de una asignatura tan elemental como Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, que tienen todos los pa¨ªses avanzados.
Y es que en ese concepto, el de ciudadan¨ªa responsable, reside la otra clave del asunto: el votante tiene que estar informado, conocer la letra peque?a del pacto social, saber qui¨¦nes mueven los hilos de los grupos de presi¨®n, para as¨ª poder exigir a sus pol¨ªticos que cumplan su parte del acuerdo. Esto es la democracia real, con todas sus constantes e innumerables contradicciones pero que es, al fin y al cabo, el peor sistema posible si exceptuamos todos los dem¨¢s conocidos, como bien dijo Churchill.
Obviamente que al pol¨ªtico se le pide, con raz¨®n, un plus de honestidad que deber¨ªa exigir y autoexigirse todo ciudadano, pero yo, que me he criado entre pol¨ªticos, afirmo que el sistema se sustenta sobre una base de gente comprometida y entregada, que antepone el inter¨¦s com¨²n al particular, que trabaja mucho y que cree en la "cosa" p¨²blica. Los hay, y son gran mayor¨ªa, en todos los niveles de la administraci¨®n o de la vida p¨²blica, pero abundan mucho m¨¢s en la izquierda por razones hist¨®ricas.
La otra gran cuesti¨®n ata?e a la calidad de nuestros dirigentes, y si los de ahora son peores que los de antes. Es cierto que los partidos tienen una tendencia al crecimiento endog¨¢mico que los aleja del votante, es cierto que abunda el gestor m¨¢s que el ide¨®logo. Ahora, que el sistema est¨¢ consolidado, la gente a?ora los tiempos de las grandes luchas. Y para los que mitifican el pasado, quiero recordar que en la Transici¨®n se pas¨® mal, muy mal, que cada d¨ªa nos jug¨¢bamos el ser o no ser y que gente como mi padre empez¨® a somatizar los males del pa¨ªs como si fueran propios. Siguen habiendo grandes luchas que hay que abordar desde dentro del sistema, nunca desde fuera: esa baza favorece al poderoso.
La pol¨ªtica se mueve forzosamente en una gama de grises: nunca puede ser cuesti¨®n de blancos o negros. La descalificaci¨®n frontal del sistema acaba fortaleciendo soluciones mesi¨¢nicas, Berlusconis de todo pelaje que pescan en r¨ªo revuelto y destruyen el sistema desde dentro. Y no dudo que tambi¨¦n en Espa?a existe una pulsi¨®n populista y si no, al tiempo. Si esto sucede, c¨®mo echaremos de menos a los dirigentes sensatos y comprometidos que, a buen seguro, tenemos hoy en d¨ªa. Quien tenga una idea mejor ser¨¢ bienvenido. De momento nos toca lidiar con la complejidad de las cosas, no caer en el t¨®pico, seguir mejorando poco a poco y d¨ªa a d¨ªa lo que tenemos, que nos ha costado sangre sudor y l¨¢grimas conseguir, un empe?o en el que se han empleado miles de vidas como la de mi padre, el buen pol¨ªtico.
Albert Sol¨¦ es periodista y cineasta.
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