Chile: el v¨¦rtigo
Me inscrib¨ª en los registros electorales a los 18 a?os para votar por el No en el plebiscito que acab¨® con la dictadura de Pinochet en 1988. En todas las elecciones que han seguido he votado por la Concertaci¨®n por la Democracia -la coalici¨®n de centro-izquierda que naci¨® de la campa?a contra el S¨ª a Pinochet-, la misma Concertaci¨®n que, con m¨¢s o menos margen, ha ganado cada una de las contiendas electorales a las que se ha presentado desde entonces.
Esta victoria se hizo permanente para los que cumplimos 40 a?os y no conocemos otra democracia que ¨¦sta que gana-mos en 1988, parte misma de la realidad. Crecimos con el pa¨ªs, en los 20 a?os m¨¢s pr¨®speros de su historia, pensando que era natural tener un mejor auto, una mejor casa, un mejor presidente que el anterior. Crecimos sintiendo que era normal pactar, callar, esperar. Nos hicimos adultos en un paisaje en que todo cambi¨® -costos, ritmo, niveles de vida-, menos la coalici¨®n gobernante, siempre ah¨ª: Aylwin, Lagos, Frei, Bachelet, los hijos del golpe de Estado, los que, cargando con los traumas de un pasado tr¨¢gico, se cuidaron siempre de lograr acuerdos y evitar crisis.
El pa¨ªs pide m¨¢s Estado y protecci¨®n social, pero vota por un partidario del neoliberalismo
As¨ª que la reciente victoria de la derecha en Chile es para mi generaci¨®n m¨¢s que un simple cambio de nombres y siglas en el poder. M¨¢s que tristeza o alivio, veo en mis amigos y compa?eros de oficina una sensaci¨®n de v¨¦rtigo que crece con los minutos.
Da lo mismo que en gran parte estas elecciones m¨¢s que ganarlas la coalici¨®n de derecha, las haya perdido la Concertaci¨®n y su incapacidad para buscar un candidato convincente. Da lo mismo que haciendo casi todo mal, la Concertaci¨®n siga convocando al 48% de la poblaci¨®n. Da lo mismo que la gran promesa de Pi?era, un hombre que vot¨® el No y se presume liberal, sea la de continuar con los logros de la presidenta Bachelet. El v¨¦rtigo sigue ah¨ª. Un v¨¦rtigo que explica en gran parte los errores y la resignaci¨®n de la Concertaci¨®n. Un v¨¦rtigo que explica la prudencia y moderaci¨®n con que Pi?era recibe el poder en sus primeras horas de presidente electo.
Con el fin de la Concertaci¨®n terminan muchas, demasiadas certezas al mismo tiempo. Lo hace, lo que es m¨¢s extra?o a¨²n, sin disparos, en completa, en compleja, normalidad. Gobiernan ahora los que, marcados por un pasado de horror dictatorial, parec¨ªa que jam¨¢s volver¨ªan a gobernar en Chile. Lo hacen con otros que no comparten el estigma de Pinochet. Hijos, como los que votaron por la Concertaci¨®n, de estos 20 a?os de transformaciones sin precedentes que deja un pa¨ªs que ha crecido tres veces m¨¢s que sus vecinos pero que es tambi¨¦n uno de los m¨¢s desiguales del continente. Un pa¨ªs en que la presidenta Bachelet goza de un in¨¦dito 80% de popularidad, pero que vota por quienes hasta hace poco pensaban que no daba el ancho y hab¨ªa que desalojarla como sea. Un pa¨ªs que, seg¨²n las encuestas, pide m¨¢s Estado y protecci¨®n social pero vota por quien ha sido, toda su vida profesional, un ferviente partidario del neoliberalismo econ¨®mico.
Todas esas paradojas tan dif¨ªciles de entender habitan mi propia vida de un modo ¨ªntimo e inescapable. Estos 20 a?os de Concertaci¨®n han convertido a la mayor parte de mis amigos periodistas, escritores, cineastas, en peque?os empresarios y a m¨ª en un mercenario del periodismo, las asesor¨ªas de comunicaciones y los discursos a pol¨ªticos y autoridades. Mi primo, hijo de uno de los hombres m¨¢s buscados por la dictadura, se present¨® como candidato a la presidencia apoyado por j¨®venes que apoyaban esa misma dictadura que termin¨® por asesinar a su padre.
En este clima otro de mis amigos escribi¨® el gui¨®n de La Nana, una pel¨ªcula chilena que triunfa en el extranjero y que habla justamente de lo poco que no ha cambiado en Chile: las empleadas dom¨¦sticas que se alojan en las casas de los patrones como si fuesen parte de su propiedad. El mismo pa¨ªs en que el hijo de la empleada dom¨¦stica que cuida a mi hija, estudia Derecho en una universidad privada, cuyas mensualidades seguramente est¨¢n pagadas a golpe de tarjetas de cr¨¦dito, esas mismas tarjetas que nuestro presidente electo, Pi?era, fue el primero en introducir en Chile y luego convirti¨® en la base de su fortuna.
La enumeraci¨®n de estas contradicciones, de estas transformaciones vitales y morales creo que explica en gran parte ese v¨¦rtigo que me inmoviliza ahora mismo. ?Qui¨¦nes somos? ?Qu¨¦ hicimos bien? ?Qu¨¦ hicimos mal? ?Se puede separar los logros de los fracasos, el Museo de la Memoria que recuerda las torturas y los energ¨²menos que en la celebraci¨®n de Pi?era cantan loas a Pinochet? ?Qui¨¦nes somos? ?Un ejemplo para todos los organismos econ¨®micos internacionales o una verg¨¹enza para todos los nost¨¢lgicos de la revoluci¨®n? ?Un pa¨ªs ordenado del Tercer Mundo, un pa¨ªs desigual del Primer Mundo?
S¨¦ yo que estos 20 a?os han sido mi juventud. S¨¦ que ahora tengo 40 a?os y tengo que hacerme responsable de mis actos, sin padres, presidentes o coaliciones que me protejan o salven. S¨¦ qu¨¦ me toca, s¨¦ qu¨¦ le toca tambi¨¦n al pa¨ªs, la triste gloria de ser adulto.
Rafael Gumucio es periodista y escritor chileno.
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