A quien corresponda
En los a?os sesenta, dos millones de espa?oles tuvieron que emigrar al extranjero, y muchos de manera irregular. Los inmigrantes presentes en Espa?a son hoy lo que fueron tantos de nuestros padres y abuelos
Diciembre de 1962. Un hombre joven lucha por reprimir sus l¨¢grimas ante el c¨®nsul de Alemania en Barcelona. La polic¨ªa de aquel pa¨ªs lo ha expulsado por no tener los papeles en regla. El c¨®nsul le grita que debe ir hasta M¨¢laga, de donde es, a arreglar sus documentos. Pero el joven no tiene dinero, s¨®lo un billete de vuelta a Frankfurt. La secretaria del c¨®nsul rellena nerviosamente un impreso y lo pone delante de su jefe para que lo firme. El c¨®nsul lo firma, se lo da al joven, y le dice: ya puedes volver a Alemania. Aquel hombre joven era mi padre.
No lo podemos saber a ciencia cierta, pero se calcula que en torno a un tercio de los espa?oles que emigraron a Alemania lo hicieron de manera irregular. No s¨¦ muy bien qu¨¦ quieren decir quienes afirman que los espa?oles emigr¨¢bamos con papeles. Ni para qu¨¦ lo dicen. Pero no es del todo verdad. En los a?os sesenta, despu¨¦s de una Guerra Civil y cinco lustros de dictadura, aproximadamente dos millones de espa?oles tuvieron que emigrar al extranjero, y muchos lo hicieron de manera irregular. ?se fue el balance del gobierno de las ¨¦lites de nuestro pa¨ªs cuando pudieron gobernar sin competencia pol¨ªtica, sin sindicatos, sin libertad de prensa. Es decir, cuando pudieron gobernar sin lo que todav¨ªa algunos consideran trabas molestas.
El 30% del crecimiento del PIB espa?ol de la ¨²ltima d¨¦cada lo generaron los inmigrantes
Como hijo de la Espa?a que emigr¨®, tengo claro qui¨¦nes son los que hoy y aqu¨ª alientan la xenofobia
A su regreso a Espa?a aquellos emigrantes trajeron algo m¨¢s que las divisas ahorradas. La convivencia con los trabajadores de pa¨ªses democr¨¢ticos y m¨¢s desarrollados que el nuestro fue una escuela de modernidad para nuestra clase obrera. La combinaci¨®n entre emigraci¨®n y dictadura produjo por unos a?os la paradoja social de una clase trabajadora m¨¢s viajada y cosmopolita que el grueso de la clase media. Cuando en nuestro pa¨ªs algunos intelectuales a¨²n se debat¨ªan entre el mao¨ªsmo y el trotskismo, una buena parte de nuestros emigrantes ten¨ªan clara su apuesta por la socialdemocracia. Ellos fueron un pilar fundamental para el proyecto de cambio que lider¨® Felipe Gonz¨¢lez. Se ha dicho que tal proyecto era claro: ser como Europa. Pero no hubiera sido tan claro sin la experiencia de Europa de tantos espa?oles, sin su peculiar Erasmus.
Europa era la soluci¨®n, pero nuestra integraci¨®n efectiva en Europa no fue fruto del liderazgo hist¨®rico de unas ¨¦lites esclarecidas sino del coraje biogr¨¢fico de los trabajadores.
Somos Europa, lo logramos. Una prueba de ello es que Espa?a se ha convertido en un pa¨ªs de inmigraci¨®n. Nuestro nivel de vida y las necesidades de nuestra econom¨ªa ejercen la misma atracci¨®n sobre los inmigrantes que los de los pa¨ªses centroeuropeos ejercieron sobre nuestros padres. Quienes tienen la experiencia de la emigraci¨®n saben bien que la famosa llamada no es ni un efecto, ni una met¨¢fora, sino literalmente una llamada. En los a?os cincuenta y sesenta era la carta de un familiar, de un amigo o de un paisano, avisando de un trabajo en Suiza, Francia o Alemania. Hoy es la llamada telef¨®nica realizada desde un locutorio.
Han sido las ofertas de trabajo de los peque?os, medianos y grandes empresarios agrarios, de la construcci¨®n, de la hosteler¨ªa, del comercio y del transporte, las que han atra¨ªdo a los trabajadores inmigrantes para mejorar la cuenta de resultados de sus negocios. Y no les ha ido mal, los inmigrantes son responsables de un 30% del crecimiento de nuestro PIB en la ¨²ltima d¨¦cada. Han sido las familias de clase media quienes han llamado a varios centenares de miles de mujeres de Bolivia, Per¨² o Ecuador, para que vengan a cuidar a nuestros hijos o a nuestros mayores, al duro precio de tener que dejar de cuidar a los suyos.
Los inmigrantes que vienen a nuestro pa¨ªs no hacen cosas muy distintas de las que hicieron nuestros padres y abuelos como emigrantes. Los espa?oles sabemos bien que la inmigraci¨®n no se puede hacer desaparecer, sino que hay que gobernarla. Por eso Zapatero propuso en el 2000 un pacto sobre inmigraci¨®n, y por eso cuando lleg¨® al Gobierno no s¨®lo orden¨® la inmigraci¨®n que ya estaba en nuestro pa¨ªs, sino tambi¨¦n la entrada de nuevos inmigrantes. Que la derecha pol¨ªtica, cuando gobernaba, dejara que se formase en Espa?a una enorme bolsa de inmigrantes en situaci¨®n irregular, vulnerables al no estar protegidos por las leyes, sometidos al capricho de cuantos desalmados quisieran aprovecharse de ellos, fue una mala acci¨®n. Culpar de la existencia de esa bolsa de inmigrantes a quienes los pusieron bajo el amparo de las leyes es s¨®lo una bajeza.
La pol¨ªtica de regularizaci¨®n de los inmigrantes que llev¨® a cabo el ministro Caldera no s¨®lo respond¨ªa a los valores ¨¦ticos del proyecto socialista, sino al sentir de nuestros empresarios, sindicatos y de la sociedad espa?ola en general. La memoria de nuestra emigraci¨®n ha contribuido a nuestra forma, por lo general decente y sensata, de entender la inmigraci¨®n. Incluso en mitad de una profunda crisis hemos sabido preservar la convivencia a pesar de las predicciones de algunos agoreros. Porque no son las dificultades materiales, sino los valores con que las afrontamos, los que determinan las consecuencias sociales de las mismas, y los espa?oles podemos sentirnos bastante orgullosos de nuestros valores.
Los economistas hablan de activos intangibles. La reputaci¨®n de un pa¨ªs es uno de esos intangibles. Seis millones de personas de otros pa¨ªses, de otras culturas, dan testimonio de qui¨¦nes somos los espa?oles. Los inmigrantes son tambi¨¦n embajadores de pa¨ªses en los que Espa?a tiene intereses estrat¨¦gicos, ya sean de car¨¢cter econ¨®mico o pol¨ªtico, y pueden contribuir decisivamente a la actitud que las generaciones presentes y futuras de esos pa¨ªses tengan con nosotros.
Aunque en nuestra sociedad, como en todas, hay personas con actitudes xen¨®fobas, afortunadamente no tenemos partidos xen¨®fobos. Sin embargo, en ocasiones, hay dirigentes pol¨ªticos que, por amor o por temor, son sensibles a la voluntad de los xen¨®fobos. Entonces suele ocurrir que esos dirigentes inician la carrera de la xenofobia, de la que ellos son s¨®lo la liebre, pues siempre hay alguien dispuesto a llegar mucho m¨¢s lejos que ellos. En plena campa?a de las pasadas elecciones generales, Mariano Rajoy cay¨® en la tentaci¨®n y propuso un contrato para que los inmigrantes respetaran "nuestras costumbres". Un d¨ªa m¨¢s tarde, un destacado dirigente de su partido adelant¨® a su jefe descalificando a los camareros extranjeros y quej¨¢ndose de las facilidades dadas a las mujeres ecuatorianas para hacerse una mamograf¨ªa en Espa?a.
Ese mismo d¨ªa el presidente Zapatero pidi¨® disculpas en nombre de todos los espa?oles a las mujeres inmigrantes por lo que hab¨ªa dicho el dirigente de la derecha. Con sus disculpas expres¨® la decencia de los espa?oles. Recientemente los xen¨®fobos han vuelto a las andadas, y el presidente Zapatero les ha respondido defendiendo los derechos de los inmigrantes en el Parlamento Europeo. Como parte de la Espa?a que emigr¨®, tengo bien presente que quienes hoy tratan de ganar votos alimentando la xenofobia son de la misma estirpe que aquellas ¨¦lites que forzaron a mis padres y a muchos como ellos a emigrar. Tampoco olvido la gratitud de mis padres al canciller alem¨¢n Willy Brand por su buen trato a los inmigrantes. Por eso a veces pienso que quiz¨¢ dentro de treinta a?os el hijo diputado de una inmigrante ecuatoriana hablar¨¢ bien de Zapatero y de la Espa?a que, conservando la memoria de su propia emigraci¨®n, supo respetar el derecho de su madre a hacerse una mamograf¨ªa.
Es posible que a algunos ese tiempo les parezca lejano, y por no aguantar con entereza este momento de dificultad pretendan malbaratar nuestro futuro arruinando el patrimonio moral, y no s¨®lo moral, que entre todos hemos ganado para nuestro pa¨ªs. Como dice Daniel Innerarity, los conservadores de hoy no se caracterizan por querer preservar el pasado, sino por destruir el futuro.
Jos¨¦ Andr¨¦s Torres Mora es diputado por M¨¢laga y miembro de la Ejecutiva del PSOE.
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