El desaf¨ªo del Rafita
Sin nadie que controlase su libertad vigilada, Rafael Fern¨¢ndez, uno de los autores del asesinato de Sandra Palo, ha sido detenido otra vez. Vive en una ciudad cercana a Madrid, donde lider¨® una banda de delincuentes de ni?o y vuelve a retar a la ley como adulto
La madrugada se ha echado encima, en la comisar¨ªa s¨®lo se escucha de fondo una radio y la m¨¢quina del caf¨¦, cuando cuatro chavales esposados entran por la puerta. El jefe de servicio, un veterano, ve a los detenidos, que un rato antes han sido sorprendidos intentando robar un todoterreno. Llevaban en los bolsillos alicates, un serrucho de 35 cent¨ªmetros, un destornillador y tenazas. Los funcionarios apuntan a continuaci¨®n en el atestado los nombres de Mart¨ªn, Eduardo, Jonatan y un tal Rafa, un chico rubio, muy sereno, que solo le llama la atenci¨®n a ¨¦l. El polic¨ªa despu¨¦s de mirarle bien y ver su nombre escrito, Rafael Fern¨¢ndez Garc¨ªa, cae en la cuenta: "?Co?o, es El Rafita!".
Un vecino le reconoce y llama a un polic¨ªa para quit¨¢rselo de en medio: "Mejor llame a la televisi¨®n", le recomienda
Cuando se descubre que nadie le vigila, se agitan los que piden un endurecimiento de la ley del menor
Est¨¢ m¨¢s delgado, tiene cara de adulto, el pelo m¨¢s claro. Pero es ¨¦l. Marcado por participar con 14 a?os en el secuestro y asesinato de Sandra Palo, El Rafita, ahora con 21, vuelve a pasar la noche en el calabozo. Es la madrugada del domingo, 24 de enero, y en un par de horas amanecer¨¢. Rafael no va a declarar ante los maderos, dice que s¨®lo lo har¨¢ ante el juez. As¨ª lo hace: "Yo no he hecho nada", dice con aplomo al magistrado.
El Rafita sigue en libertad vigilada, la medida que le impuso el juez tras cuatro a?os de internamiento en un centro de Carabanchel. Es un control de ni?os para El Rafita, todo un adulto. ?Pero alguien lo controla en realidad? La respuesta es no. Ninguna administraci¨®n se hizo cargo del chico ni comprob¨® si cumpl¨ªa las medidas impuestas por el juez, al menos desde noviembre. Ha sido detenido tres veces en los ¨²ltimos seis meses, sin ninguna consecuencia. Como ¨¦l, en Madrid hay otros nueves j¨®venes que siendo menores cometieron asesinatos y violaciones a los que nadie ha tenido en cuenta hasta esta semana.
Tras prestar declaraci¨®n, El Rafita, con un chaleco de cuadros y peinado como si fuese a una cita, sale corriendo de los juzgados. Le espera en la puerta toda la familia. "Vamos para Alcorc¨®n, rapido y ligero", le dicen antes de subir a un BMW azul. El Rafita duerme esta noche en casa.
Un lunes a mediod¨ªa. Suena a todo trapo una rumba: "Los gitanos de mi cueva ya no se chivan de su mujer". Esto es Alcorc¨®n, al suroeste de Madrid. Un edificio gris situado al fondo de una avenida. Aqu¨ª vive El Rafita y toda la familia. "Que nos dej¨¦is en paz", grita Manuela, la madre, nada m¨¢s ver a los periodistas. No quieren que nadie se acerque a Rafael, atrincherado en su habitaci¨®n. "Mi ni?o est¨¢ amargado, cualquier d¨ªa se quita la vida", a?ade Manuela, en zapatillas.
El clan proviene de Las Mimbreras, un poblado chabolista de las afueras de Madrid donde se vend¨ªan flores y chatarra, pero tambi¨¦n armas y droga. Ah¨ª naci¨® la banda del Chupete, un grupo de ni?os que no levantaban un palmo del suelo y ya robaban coches y tiraban piedras a los veh¨ªculos que pasaban por la autov¨ªa. El Rafita era uno de sus l¨ªderes. Ahora todos ellos se han hecho mayores y no han dejado de delinquir.
El Rafita viv¨ªa en Andaluc¨ªa por orden del juez y de all¨ª se escap¨® a finales de verano. Pasa los d¨ªas sin trabajar ni estudiar, yendo de su barrio a la Ca?ada Real, un supermercado de la droga en la carretera de Valencia. Sale de noche por la zona del hospital de M¨®stoles con su hermano Bubu -23 veces detenido- y un pu?ado de antiguos colegas. Juntos suman decenas de antecedentes policiales. Atracos, amenazas, atentados contra la autoridad, robos de coches, robos con fuerza...
"Esto es territorio Comanche", resume Carlos, un colega que baja a defenderlo al portal, con otros familiares. Lleva ch¨¢ndal y una esclava de oro en la mu?eca derecha. Tras la detenci¨®n, Rafael vuelve a estar en el ojo del hurac¨¢n. Encima se descubre que nadie le vigila. Ni la Comunidad de Madrid ni Instituciones Penitenciarias (que depende del Ministerio de Interior) asumieron el control de sus ¨²ltimos meses de libertad vigilada. El mi¨¦rcoles pas¨® a manos de Interior. Se agitan los que reclaman un endurecimiento de la Ley del Menor en casos como el suyo.
Nada como la vida de El Rafita para contar una historia marcada por la delincuencia y la marginalidad. Antes de llegar a este piso de Alcorc¨®n, en 1999, el Instituto de Realojo e Integraci¨®n Social traslad¨® a toda la familia a un edificio protegido de Legan¨¦s. El experimento no sali¨® bien. El Rafita y sus hermanos pusieron el barrio patas arriba. Se les detuvo decenas de veces por tirones de bolsos, sustracciones de veh¨ªculos y agresiones. Entre octubre de 1999 y abril de 2000, los vecinos se manifestaron una docena de veces para que los echasen del barrio. La Comunidad de Madrid los traslad¨® definitivamente a Alcorc¨®n.
Desde la ventana de la vivienda por la que se oye la rumba, El Rafita le dispar¨® a un vecino en el ojo cuando ten¨ªa 13 a?os. Meses despu¨¦s, le culparon junto a su hermano de dos incendios en el garaje que abrasaron 30 coches y dejaron sin luz a todo el barrio. En esas fechas, Manuela, la madre, perdi¨® la custodia de El Rafita y dos de sus cinco hermanos, y para recuperarla recogi¨® firmas por el barrio. "No son gamberros ni delincuentes...", declaraba en prensa.
Lo peor llega despu¨¦s. En un descampado junto a la carretera de Toledo, El Rafita y tres colegas, uno de ellos mayor de edad, violan, queman (con un euro de combustible comprado en una gasolinera) y atropellan a una chica a la que han secuestrado horas antes. Se llama Sandra Palo. Es mayo de 2003. Rafa tiene 14 a?os y es condenado a cuatro a?os de internamiento y tres de libertad vigilada.
El Malaguita, el ¨²nico mayor que estaba all¨ª, cumple una condena de 64 a?os. El Ram¨®n y El Ramonc¨ªn, ambos de 17 cuando ocurri¨®, siguen internos. Se prev¨¦ que est¨¦n en libertad el a?o que viene.
Rafael Fern¨¢ndez, capaz de hacer el puente a un coche en menos de un minuto, aprende en el centro a usar el cuchillo y tenedor. El d¨ªa que acaba el internamiento, El Rafita se enfrenta por primera vez a las c¨¢maras y los fot¨®grafos. Esa ser¨¢ la constante en los pr¨®ximos a?os. La madre de Sandra Palo quer¨ªa estar all¨ª esa ma?ana para verle la cara pero se perdi¨® con el coche y no le vio salir en un furg¨®n.
El juez lo manda a Andaluc¨ªa, escenario de los d¨ªas felices de Rafa. All¨ª pasar¨¢ un par de a?os en pisos tutelados por la Junta. C¨®rdoba, M¨¢laga, Benalm¨¢dena, Benajarafe... Es voluntario con unos ni?os discapacitados de la ONCE, intenta sacarse el carn¨¦ de conducir y el bachillerato. Vive con unos chavales de su edad. Muestra mucho inter¨¦s por la limpieza, e incluso llega a abroncar a alguno por dejar la casa sucia. Crea una relaci¨®n muy estrecha con algunos cuidadores.
Por Internet circula su direcci¨®n. Un d¨ªa le graba una televisi¨®n. Se le ve yendo a un centro comercial y metiendo saldo en su m¨®vil. Despu¨¦s, una reportera con c¨¢mara oculta flirtea con ¨¦l en la terraza de un bar. Le confiesa que ha hecho una cosa "horrible" de lo que no puede hablar. El programa se emite en horario de m¨¢xima audiencia. Al ver las im¨¢genes, Rafael rompe el televisor y huye del piso.
Desde que est¨¢ en libertad vigilada tiene un "t¨¦cnico de libertad". Su informe, de junio pasado, le describe como m¨¢s irascible que nunca. Se niega a hacer las tareas del hogar y pierde la confianza en lo que le rodea. Rafa escribe al juez: "Estoy buscando un trabajo con colaboraci¨®n m¨ªnima porque a cada sitio que voy tengo que marcharme por mi culpa y de los dem¨¢s como amigos que he hecho y me venden y por los medios de comunicaci¨®n, pero la verdad es que me estoy comportado". Pasa una ¨¦poca de piso en piso y escondido en hoteles.
Se asienta en Benalm¨¢dena. En un edificio lleno de oficinas y turistas que pasan sus vacaciones. Pasa desapercibido, es buena ¨¦poca. Se enamora de una vecina. Manda curr¨ªculos por Internet y va a una entrevista de trabajo de una empresa de nueva creaci¨®n. Pero una chica le delata esta vez, llama a una televisi¨®n y le graban con su ayuda. ?l se da cuenta y amenaza a la joven. Ella lo denuncia por este hecho.
En junio vuelve a comisar¨ªa por robar supuestamente un port¨¢til. Es la primera vez que quebranta la libertad vigilada. El chico tiene que recoger de nuevo sus b¨¢rtulos. Lo mandan a un chal¨¦ adosado en Benajarafe, a pie de playa. Intima con una familia con la que pasa las noches pescando. "Es un chico muy majo, muy educado. Cuando supe que era ¨¦l no me lo pod¨ªa creer. En realidad es un monstruo", dice el padre. Ni estudia ni trabaja. En Benajarafe le vuelve a reconocer un vecino, que llama a la polic¨ªa para ver c¨®mo puede quit¨¢rselo de encima. "Llame a la televisi¨®n", le aconseja un polic¨ªa al otro lado del tel¨¦fono. El lunes 22 de junio, Rafael abre la persiana de su habitaci¨®n y ve en la calle una unidad m¨®vil. Tiene que largarse otra vez.
Vuelve a casa. A Alcorc¨®n, a la marginalidad. Y de nuevo est¨¢ ante un polic¨ªa. Si el agente veterano no le hubiera identificado, nadie habr¨ªa sabido que quien estaba de madrugada intentando robar un coche era El Rafita. Ni que ninguna instituci¨®n lo vigilaba. El mi¨¦rcoles pas¨® a manos de Interior. Y ¨¦l abri¨® su casa a una televisi¨®n: mirando de lado a la c¨¢mara, pidi¨® a la madre de Sandra Palo un perd¨®n que ella se niega a aceptar. "Nunca se lo perdonar¨¦". Su hija ten¨ªa 22 a?os cuando fue asesinada.
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