El poder y la ruina
Albert Speer, el arquitecto al que Hitler encarg¨® la mayor¨ªa de los grandes proyectos del Tercer Reich, ten¨ªa por costumbre dibujar las ruinas futuras de sus propios edificios. Con la guerra y el hundimiento del nazismo, las m¨¢s colosales construcciones de Speer nunca se llevaron a cabo, de modo que ¨¦ste se convirti¨® en una suerte de arquitecto espectral del que hemos conservado los proyectos arquitect¨®nicos y sus hipot¨¦ticas ruinas, pero no, obviamente, unas edificaciones que en la pr¨¢ctica no se realizaron.
Speer alegaba, no sin raz¨®n, que la aut¨¦ntica potencia de una arquitectura resid¨ªa en el vigor evocador de su futura ruina, y para justificarse recordaba la sugesti¨®n que causan en nosotros los conjuntos monumentales del pasado, los restos de civilizaciones como la romana, la griega o la egipcia. Sin duda, a un paranoico como Hitler, que peroraba sobre el "Imperio de los Mil A?os", estas fantas¨ªas de su arquitecto deb¨ªan de parecerle adecuadas para ornamentar sus planes.
Los rascacielos son nuestros 'iconos arquitect¨®nicos', las catedrales del capitalismo universal
Sorprende la escasa cr¨ªtica suscitada por el futurismo feudal de Dubai
En cualquier caso, esa idea de mostrar la sombra de la arquitectura como un componente m¨¢s del proyecto no era original de Albert Speer, sino que estaba arraigada en la tradici¨®n europea. Sin olvidar a los Bibiena, una familia de arquitectos bolo?eses de la primera mitad del siglo XVIII, Giovanni Battista Piranesi es el nombre m¨¢s conocido de toda una pl¨¦yade de "constructores de ruinas" que en alg¨²n sentido incluye a uno de los padres de la arquitectura moderna, Leon Battista Alberti, quien, en los ¨²ltimos a?os de su vida, quiz¨¢ por su amor a la Antig¨¹edad cl¨¢sica, estaba fascinado por la ruina que aguardaba tras cada nueva edificaci¨®n.
Es probable que ¨¦ste sea el aut¨¦ntico destino de la arquitectura que se propone erigir s¨ªmbolos de poder, y que tal vez ya los encargados de levantar la torre de Babel pensaban tanto en la ira de Dios por el desaf¨ªo cuanto en el invencible hechizo que la frustrada edificaci¨®n provocar¨ªa en las generaciones venideras. Cuando observamos, por ejemplo, el cuadro de Brueghel -otra fantas¨ªa espectral- corroboramos de nuevo la fuerza que tiene la ruina en la imaginaci¨®n humana, a veces como encarnaci¨®n de la nostalgia. A veces como recordatorio del poder.
Debo reconocer que hubo un tiempo en que me interes¨® la carrera bab¨¦lica en la arquitectura moderna. De todos modos, ya entonces ten¨ªa la intenci¨®n de imaginar el doble espectral de cada uno de los edificios presentados al mundo como "el m¨¢s alto" o "el m¨¢s grande". En los edificios que se hab¨ªan quedado en puro proyecto nunca materializado como el Palacio de los Foros Populares del mencionado Speer o como el Palacio de los S¨®viets de Bor¨ªs Iofan, respectivamente para Berl¨ªn y Mosc¨²,esta labor era f¨¢cil. En los otros, hab¨ªa que perforar mentalmente el edificio, descomponer la imagen, para obtener una representaci¨®n espectral en la que acababan desfilando nombres como Flatiron, Irving, Worlworth, General Electric, Empire State, Chrysler, Rockefeller, todos en Nueva York y Chicago. Una exhibici¨®n arquitect¨®nica, una tragicomedia del poder que pareci¨® llegar a su fin con el atentado del 11 de septiembre de 2001 que destruy¨® las Torres Gemelas de Nueva York.
Pero, evidentemente, no fue as¨ª. Tras las dudas casi b¨ªblicas iniciales, la carrera bab¨¦lica ha continuado y los rascacielos de Kuala Lumpur y Taipei han sido ampliamente desbordados por los 800 metros del Burj Dubai, reci¨¦n inaugurado. Como consecuencia de mi antigua afici¨®n, no me ha costado ver el doble sombr¨ªo de este magn¨ªfico producto, a medio camino entre la aguja g¨®tica y el zigurat, ni imaginar a un Brueghel futuro pintando minuciosamente su ruina. Pasado el entusiasmo visual, ha surgido la pregunta: ?verdaderamente podemos considerar el Burj Dubai como arquitectura?
Naturalmente, la pregunta no es nueva y desde a?os se viene polemizando sobre los denominados iconos arquitect¨®nicos, muchos cl¨®nicos entre s¨ª, que los grandes estudios incrustan en las ciudades m¨¢s pr¨®speras del mundo. A pesar de las muchas prevenciones desatadas por el atentado de Nueva York, y la consecuente vulnerabilidad de los rascacielos, no creo que se deba rebatir, por principios, la arquitectura vertical.
Manhattan, gracias a su estricto orden urbano, es un ejemplo hist¨®rico perfecto de armon¨ªa. A casi nadie se le ocurre poner en duda la proporcionalidad de Nueva York o el notable equilibrio entre el espacio global y los edificios singulares, fruto en buena medida de la vigilancia ciudadana y de una rica tradici¨®n de pol¨¦mica urban¨ªstica, con las feroces controversias sobre la reconstrucci¨®n del World Trade Center como muestra m¨¢s cercana.
El problema no es la verticalidad, sino la arbitrariedad y, en cierto modo, tambi¨¦n la impunidad, tanto ¨¦tica como est¨¦tica. Lo primero que llama la atenci¨®n en los llamados iconos arquitect¨®nicos es la ausencia de aut¨¦ntica relaci¨®n con el territorio en el que son construidos y, por tanto, con el entorno social y espiritual que los escoge. No de otro modo se puede entender que una misma torre sirva para Londres y Barcelona -en los casos de Foster y Nouvel- y que un mismo hotel en forma de vela gigantesca se alce en las orillas del golfo P¨¦rsico y del Mediterr¨¢neo. Esta circunstancia, adem¨¢s de dejar en entredicho la singularidad morfol¨®gica de la que tanto alardean los art¨ªfices de estos iconos, demuestra un escaso respeto por las se?as de identidad de cada lugar.
En este sentido, cuesta aceptar que los iconos arquitect¨®nicos sean arquitectura, si por arquitectura se entiende la construcci¨®n y cuidado de la "casa del hombre", como reclamaba Paul Val¨¦ry en su Eupalinos, el escrito que siempre recomiendo a mis amigos arquitect¨®nicos como libro de cabecera al que acudo cuando asoman los delirios de grandeza. Algunos de aqu¨¦llos poseen una incuestionable belleza, esculturas espl¨¦ndidas para ser fotografiadas desde la ventanilla del avi¨®n como un t¨®tem que otorga un espectacular adorno al skyline de la ciudad.
No faltar¨¢ quien defienda esta arquitectura del poder que brota en las urbes de nuestra ¨¦poca como la continuaci¨®n l¨®gica de las demostraciones materiales de las ¨¦pocas anteriores. Nuestros interminables iconos arquitect¨®nicos, igualmente v¨¢lidos para S?o Paulo o para Shanghai, ser¨ªan los palacios, los templos, las catedrales en suma, de nuestro capitalismo universal. Es una comparaci¨®n aceptable, y nada se podr¨ªa objetar a este nuevo cap¨ªtulo de la historia de la arquitectura si esta historia contuviera ¨²nicamente la simbolizaci¨®n del poder. Sin embargo, como desde el propio Leon Battista Alberti hasta la Bauhaus hay un intento progresivo de orientar la arquitectura hacia "la casa del hombre" de la que hablaba Val¨¦ry, se hace dif¨ªcil ignorar el giro reaccionario que se percibe en nuestro tiempo.
Sin salir de Europa, y quiz¨¢ con la excepci¨®n de los pa¨ªses n¨®rdicos, este giro se hace factible al comparar la vistosidad de los iconos arquitect¨®nicos con la mediocridad de los edificios de viviendas de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Si tom¨¢ramos como referencia Barcelona, una de las ciudades m¨¢s citadas, bastar¨ªa con contrastar el gusto casi enfermizo por promover edificios, supuestamente emblem¨¢ticos, de arquitectos internacionales de renombre con la pobreza est¨¦tica de las viviendas de reciente construcci¨®n que afean los perfiles de la poblaci¨®n. As¨ª, cuando se ense?a la elogiada arquitectura de Barcelona a un visitante, no es infrecuente concentrarse todav¨ªa en el gran Jos¨¦ Antonio Coderch -?hace 50 a?os!- para contemplar un edificio de viviendas digno de este nombre. Con pocas excepciones, los mayores talentos locales han gozado de escasas oportunidades en este ¨¢mbito. Y, no nos enga?emos, la "casa del hombre" es la aut¨¦ntica prueba para medir la calidad arquitect¨®nica.
Pero, volviendo a Dubai y a su colosal torre, no deja de sorprender la escasa cr¨ªtica que ha merecido el proyecto feudal-futurista del emir Sheik Mohammed bin Rashid, a juzgar por la fiebre de los arquitectos por obtener encargos, por la alegr¨ªa de los m¨¦dicos cuando acuden a sus lujosos congresos y por el incremento incesante de un turismo que elogia la ficci¨®n visual de una nueva Las Vegas mientras cuchichea morbosamente sobre la miseria de los miles de indios y filipinos que desde el subsuelo aseguran la fantasmagor¨ªa. Los visitantes occidentales m¨¢s c¨ªnicos, o simplemente m¨¢s tontos, lo llaman utop¨ªa, lo que nos da una idea de hasta d¨®nde han ca¨ªdo las utop¨ªas en nuestro tiempo.
Seguramente, el desierto no tiene nada que objetar al espect¨¢culo: est¨¢ acostumbrado a las ruinas del poder.
Rafael Argullol es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.