Memoria y desmemoria hist¨®rica
Por m¨¢s que la Memoria Hist¨®rica haya sido laureada con una medalla o con una cruz, que en este caso ha sido una ley, tengo la impresi¨®n de que en muchas existencias humanas, ricas en a?os y en experiencias han sucedido hechos memorables que no han sido arropados por ninguna memoria hist¨®rica, sino simplemente por la memoria cotidiana y personal.
Personalmente he sido testigo, y a veces v¨ªctima, de tormentosos sucesos, especialmente durante nuestra Guerra Civil, sucesos que, inexplicablemente, han pasado desapercibidos para los historiadores de nuestra contienda.
En 1937 yo viv¨ªa en Catalu?a y fui movilizado, pero s¨®lo me consideraron apto para servicios auxiliares y este destino afortunado me hizo vivir un extra?o suceso. Fui a parar al hermoso edificio de la Comandancia Militar de Catalu?a en el paseo de Col¨®n, edificio que todav¨ªa hoy sigue mostrando su sobria arquitectura y cuyos robustos muros de granito me sirvieron de amparo a menudo frente a los bombardeos a¨¦reos que golpeaban el cercano puerto de Barcelona. Despu¨¦s de diez meses trabajando all¨ª, estos ataques a¨¦reos no pasaban de meros sustos, porque la Comandancia parec¨ªa disfrutar de un salvoconducto b¨¦lico.
La 'depuraci¨®n', me transform¨® de sospechoso soldado 'rojo' en ex soldado inocente
Pues bien, como la tranquilidad excesiva no parece ser buena para el esp¨ªritu, un d¨ªa del mes de septiembre de 1938, cuando los soldados de servicios auxiliares entramos en la Comandancia Militar como todas las ma?anas, descubrimos con asombro y zozobra que no hab¨ªa all¨ª ninguno de los oficiales del Ej¨¦rcito que dirig¨ªan los servicios, salvo el general Riquelme, comandante militar de Catalu?a.
Enseguida se corri¨® la voz de que todos los ausentes eran esp¨ªas y que seguramente hab¨ªan sido detenidos. Todo esto parec¨ªa algo rocambolesco. Es verdad que aquellos oficiales proven¨ªan de la selecci¨®n que se hab¨ªa hecho en 1936 entre los que no hab¨ªan secundado el golpe de estado franquista, pero pronto tuvimos la prueba de que aquella oficialidad era una especie de quinta columna con galones enquistada en la Comandancia Militar de Catalu?a.
Cuando al d¨ªa siguiente llegamos al edificio, cu¨¢l no ser¨ªa nuestro asombro al ver en su fachada un enorme boquete de ocho metros de di¨¢metro que dejaba al descubierto el despacho del Comandante Militar, el general Riquelme.
Todos los presentes elucubraron sobre un bombardeo nocturno, pero de haber sido as¨ª, las bombas no podr¨ªan haberse limitado a un impacto en la fachada; l¨®gicamente habr¨ªan impactado en lo alto del edificio. El peri¨®dico La Vanguardia public¨® un lac¨®nico y oscuro parte hablando de una alarma a medianoche por peligro de bombardeo, aunque nadie hab¨ªa o¨ªdo aquellas sirenas.
As¨ª pues, aquel ataque a la Comandancia qued¨® en la sombra y sin aclarar, sin que supi¨¦ramos relacionarlo con la desaparici¨®n de la oficialidad ocurrida el d¨ªa anterior.
Entre sustos, rumores e incertidumbres fuimos pasando los pocos d¨ªas que faltaban para el fin de la Rep¨²blica.
Unos meses despu¨¦s, el 26 de enero de 1939, vi bajar por la Travesera de Gracia una moto conducida por un solitario marroqu¨ª, no exento de valor. Al poco rato aparecieron las tropas ya espa?olas. Durante toda la noche estuvieron pasando transportes militares, material b¨¦lico y combatientes alemanes e italianos.
Despu¨¦s de unos d¨ªas y bajo el peso de la derrota, s¨®lo aliviada por los contactos postales con mi familia, a la que no ve¨ªa desde tres a?os atr¨¢s, decid¨ª marcharme para reencontrarme con ellos en mi tierra canaria. S¨®lo me faltaba el ¨²ltimo paso para normalizar mi situaci¨®n como ex soldado de la zona republicana. Era la famosa depuraci¨®n, tr¨¢mite que me intranquilizaba bastante, pues los compa?eros de la Comandancia conoc¨ªan de sobra mis ideas izquierdistas.
Cuando me present¨¦ ante el tribunal de oficiales que ten¨ªa que depurarme, me dio un vuelco el coraz¨®n. Dos de ellos, se dirig¨ªan hacia m¨ª, con gestos amistosos y llam¨¢ndome por mi apellido. Entonces me di cuenta de que aquellos oficiales formaban parte del grupo de desaparecidos de septiembre de 1938; no los hab¨ªan detenido, ni fusilado. Simplemente, se hab¨ªan pasado al enemigo.
En cuanto al trato cordial que me dispensaron se debi¨® a mi puesto de soldado auxiliar: yo era el encargado de repartir los "chuscos" y se los facilitaba con frecuencia, cada vez que me los ped¨ªan, especialmente cuando ten¨ªan invitados.
Qui¨¦n iba a pensar que aquellos panes estupendos de 500 gramos de muy buena harina que yo repart¨ªa diariamente iban a ser mi afortunado salvoconducto. La depuraci¨®n, hecha al instante, me transform¨® de sospechoso soldado rojo en ex soldado inocente.
Queda un punto oscuro que quiz¨¢ aclarar¨¢ en su d¨ªa alg¨²n estudioso de la memoria hist¨®rica. Sabemos que el general Riquelme fue un combatiente republicano, honesto y valeroso. Pero, ?qui¨¦n y c¨®mo derrib¨® una noche la fachada de su despacho en la Comandancia Militar de Catalu?a?
Ricardo Lezcano es periodista y escritor.
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