La ternura entre el centeno
Detr¨¢s de Holden Caulfield y de sus andanzas por Nueva York hay algo que va m¨¢s all¨¢ de la literatura. La emoci¨®n que provoca el personaje de J. D. Salinger, que muri¨® hace unos d¨ªas, poco tiene que ver con la moral
Estoy bastante seguro de qu¨¦ es lo que dir¨ªa Holden Caulfield, el protagonista de El guardi¨¢n entre el centeno, si se enterara de que todos andamos ahora hablando de ¨¦l a cuenta de la muerte de su padre literario, J. D. Salinger: "Para serte sincero, me da cien patadas". Y a rengl¨®n seguido a?adir¨ªa: "Si lo piensas bien, tiene su gracia".
?Por qu¨¦ se ha convertido Holden Caulfield en el ¨ªdolo de millones y millones de personas desde que vio la luz en 1951? ?Qu¨¦ alberga su relato para lograr esa devoci¨®n que despierta en much¨ªsimos de sus lectores? ?Por qu¨¦ tantos volvemos, cada cierto tiempo, a leer una historia que ya conocemos de memoria? Hay una explicaci¨®n literaria, por descontado: un talento narrativo excepcional. Pero eso no es suficiente para convertir a una novela en un fen¨®meno de masas. Detr¨¢s de Holden y de sus andanzas por Nueva York hay algo m¨¢s, algo que va m¨¢s all¨¢ de la literatura. Una emoci¨®n que me atrever¨ªa a calificar de moral.
Esa capacidad de hacer aflorar algo que late muy profundo se encuentra dispersa por todo el libro
Sartre se equivocaba: los dem¨¢s no son el infierno, son el ¨²nico para¨ªso posible
Enseguida volveremos a ello, pero antes demos un paseo por los alrededores del autor y por su m¨ªstica. Poco despu¨¦s de que la novela lo lanzara a una fama que pronto descubri¨® que detestaba, Salinger abandon¨® Manhattan para encerrarse en un pueblecito de New Hampshire que ya no abandonar¨ªa en vida.
Pidi¨® que eliminaran su foto de las sucesivas ediciones del libro. No dej¨® nunca de escribir, pero apenas public¨® nada. Jam¨¢s concedi¨® una entrevista, tan s¨®lo un reportaje en una revista escolar del instituto local y una llamada por tel¨¦fono al New York Times en 1974 para quejarse de una edici¨®n no autorizada de su obra. Ese aislamiento aliment¨® su leyenda.
Al predicamento de eremita del autor -es el escritor esquivo en el que se basan pel¨ªculas de Hollywood como El Campo de los Sue?os o Buscando a Forrester- le acompa?¨® pronto la extra?a aureola que se gener¨® alrededor de su ¨²nica novela.
Antes de matarlo, Mark Chapman le pidi¨® a John Lennon que le firmara un libro. Era El guardi¨¢n. Tambi¨¦n era El guardi¨¢n el libro que le¨ªa el perturbado que intent¨® asesinar a Reagan. Y El guardi¨¢n tiene un papel crucial en la pel¨ªcula Conspiraci¨®n, protagonizada por Mel Gibson, un papel relacionado igualmente con asesinatos y misterios policiales.
Hay en efecto una rumorolog¨ªa siniestra alrededor de la novela, pero no puede resultar m¨¢s desencaminada, y pocas cosas iluminan con mayor claridad la locura del mundo en el que vivimos que el hecho de que a una novela tan hermosa y sensible como ¨¦sta le acompa?e esa fama de violencia y misterio. El guardi¨¢n entre el centeno es todo lo contrario a lo que su fama anuncia y, si algo encarna su protagonista, no es la rabia o la locura, sino -sobre todo- la ternura.
Las razones por las que cautivan Holden Caulfield y su breve escapada a Manhattan van m¨¢s all¨¢ del indudable m¨¦rito literario en las que vienen envueltas, alcanzando ese nivel de complicidad, de empat¨ªa y de contacto con el lector que s¨®lo las grandes creaciones logran. Por eso son legi¨®n los lectores que se emocionan al leerlo. Esa capacidad de hacer aflorar algo que late muy profundo se encuentra dispersa por todo el libro y, cuanto m¨¢s lo lees, m¨¢s la descubres aqu¨ª y all¨¢, sorprendi¨¦ndote en detalles que antes te hab¨ªan pasado por completo inadvertidos. De ah¨ª que sea un libro de los que vuelve a leerse: una y otra vez su lectura desentierra algo de nuestro interior.
?De qu¨¦ se trata? ?Qu¨¦ es lo que Salinger logra extraer desde el fondo de nuestro ser? Holden es un adolescente, se encuentra en ese territorio entre la ni?ez y la madurez en el que uno empieza a entender que el mundo que durante a?os te han hecho creer que exist¨ªa est¨¢ lejos de ser real. Pero a ¨¦l no le han fallado los que habitualmente fallan: no le han fallado sus padres, no le han fallado los profesores, no le ha fallado el sistema. No es feo, no tiene problemas con las chicas. Intelectualmente es brillante, ah¨ª tampoco hay problema. Y es un ni?o bien, de una familia culta y rica. A Holden no le fall¨® ninguna de esas cosas que dan lugar a una rebeld¨ªa moldeada por un fracaso concreto y por tanto dirigida a algo y por ello dominada. A Holden le fall¨® el mundo en s¨ª.
Conforme avanzas la lectura descubres que, por debajo de todas sus ocurrencias y disparates, por debajo de su total desorientaci¨®n, el muchacho arrastra un desgarro brutal, un dolor indecible. Allie, su hermano peque?o, muri¨® a los 10 a?os, cuando Holden solo contaba con 13. E intuyes que ¨¦l sigue sintiendo su muerte con esa brutalidad emocional con la que sienten los ni?os. Y que no lo puede encajar. Y que est¨¢ perdido, como lo estamos todos ante la muerte.
Y entonces sus desprop¨®sitos se tornan muestras de ternura. De una ternura desnuda con la que s¨®lo podemos identificarnos, porque de alguna manera todos somos Holden intentando entender la muerte. No nuestra muerte, que tambi¨¦n, sino sobre todo la de los otros, la de aquellos que amamos. Una encrucijada en la que todos somos como adolescentes que descubren de repente que el mundo que nos ense?aron de ni?os es mentira, y que la realidad es otra. Por eso Holden emociona, y lo hace a todas las edades y en todas las culturas, porque su dolor es el dolor ante la muerte, y no hay nada m¨¢s universal que la muerte.
Pero, adem¨¢s, a esa primera identificaci¨®n fundamental se le a?ade un elemento que es el que realmente hace grande a la novela. Se trata de una manera de ser, de una postura, de una decisi¨®n moral ante los otros. Holden tiene motivos de sobra para estar amargado, para devolver odio con odio, para alimentar con m¨¢s incomprensi¨®n el sinsentido del mundo. Pero elige otra cosa, elige la generosidad, elige la misericordia. Y al hacerlo dibuja un ideal moral que nos emociona en el sentido m¨¢s primario de la expresi¨®n. Porque, aunque no siempre estemos a la altura, todas nuestras entra?as morales intuyen que esa decisi¨®n es la decisi¨®n correcta, la que sabemos que deber¨ªamos tomar nosotros mismos ante la vida.
Y es la decisi¨®n que, con una sencillez infinita, nos repet¨ªan en casa cuando ¨¦ramos ni?os: sed buenos con los otros. Algo que quiz¨¢s vamos olvidando conforme aceptamos hacernos adultos y, frente al coraz¨®n de los ni?os, nuestro coraz¨®n se va tornando "nuevo, ro¨ªdo de culebras", por decirlo con Lorca.
Por eso lloramos cuando Holden desvela cu¨¢l es su respuesta a la muerte de su hermano: lo que a ¨¦l le gustar¨ªa es contemplar c¨®mo otros ni?os como Allie juegan en un campo de centeno, e impedir que se hagan da?o. Impedir que caigan en el precipicio, un precipicio que es la muerte, s¨ª, pero que es tambi¨¦n el mundo falso e hip¨®crita que los adultos a veces nos empe?amos en construir. ?sa es la respuesta que da a su desgarro, como si al dolor recibido no quisiera responder con m¨¢s dolor, sino con todo lo contrario.
Y supongo que a sus lectores nos gusta volver a intuir esa grandeza moral que protagoniza un muchacho desorientado y sensible perdido en la Gran Manzana, porque adivinamos una semilla de ternura que nos dice que todav¨ªa somos capaces de amar. Que todav¨ªa somos capaces de entender que lo m¨¢s valioso que podemos atesorar en esta vida es el encuentro con los otros y que, como con absoluta evidencia saben los ni?os, nada supone una felicidad mayor. Sartre se equivocaba: los dem¨¢s no son el infierno, son el ¨²nico para¨ªso posible. Es la canci¨®n de Phoebe la que tiene raz¨®n: "Cuando un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...".
Jorge Urd¨¢noz Ganuza es profesor de Teor¨ªa Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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