Narrando contra la muerte
Fue a fines de diciembre de 1973, en la sala de redacci¨®n del diario La Opini¨®n, que me encontr¨¦ por primera vez con Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez.
Eran tiempos nefastos. Yo acababa de llegar de un Chile que le hab¨ªa prometido al mundo la revoluci¨®n de Allende y nos hab¨ªa dado, en cambio, la asonada de Pinochet, y creo que se me notaba las muchas y recientes muertes, y Tom¨¢s lo entendi¨® enseguida y me ofreci¨® tambi¨¦n de inmediato su cari?o.
"Cualquier cosa que necesites", me dijo, y hall¨¦ en ¨¦l una generosidad que nunca ces¨® hasta el d¨ªa de su propia muerte. Me armaba reuniones en su casa con corresponsales holandeses y curas revolucionarios y montoneros esquivos y siempre bien regadas con vino y pasta y carnes.
Aunque era la urgencia del momento pol¨ªtico lo que nos un¨ªa en esas conspiraciones -llegaban noticias todos los d¨ªas de m¨¢s represi¨®n en Chile y cada d¨ªa tambi¨¦n era m¨¢s inquietante la evoluci¨®n de una Argentina en que Per¨®n viraba dr¨¢sticamente hacia la derecha- se nos fue infiltrando la literatura en las conversaciones, en especial la extra?a relaci¨®n que guarda la ficci¨®n con la realidad en nuestra Am¨¦rica, la fluida tensi¨®n entre lo testimonial/period¨ªstico y la forma en que la imaginaci¨®n est¨¢ obligada a tejer un escenario paralelo. Me dio a leer en manuscrito La Pasi¨®n seg¨²n Trelew, y me pareci¨® una novela m¨¢s que reportaje, y ¨¦l me confidenci¨® que la gran novela argentina tendr¨ªa que construirse en torno al enigma de Per¨®n. ?l ten¨ªa un proyecto sobre el General y, claro, Evita, y ah¨ª supe de las memorias que Per¨®n le hab¨ªa dictado a Tom¨¢s en Madrid, y como tantas veces cuando contaba algo (y vaya que era narrador empedernido) no sab¨ªa yo si era cierto o no, si lo estaba inventando o si en efecto hab¨ªa sucedido.
Lo que no era un invento, en cambio, era el peligro que se cern¨ªa sobre la Argentina en que tanto Tom¨¢s como yo hab¨ªamos nacido. Yo estaba desesperado por irme, ve¨ªa la cat¨¢strofe que estaba por caer sobre Tom¨¢s y sus cong¨¦neres.
"Tienes que partir lo antes posible", le dije una noche, antes de que yo mismo huyera. "Los van a matar a todos". Tom¨¢s me asegur¨® que estaba equivocado: Argentina no era como Chile.
No lo volver¨ªa a ver hasta 1978 cuando visit¨¦ Caracas, donde ¨¦l hab¨ªa buscado, finalmente, refugio. Y ah¨ª conversamos acerca de la maldici¨®n eterna que parec¨ªa rondar a nuestro continente y c¨®mo nuestra literatura ten¨ªa que acompa?ar, desde sus preguntas y dudas y feroz ensue?o, cualquier proceso de liberaci¨®n. Si no pod¨ªamos evitar la violencia sobrecogedora, era posible, por lo menos, exorcizarla por medio de palabras que no mintieran, pod¨ªamos traer a la literatura a los grandes excluidos de la historia a trav¨¦s de sus mitos.
Con eso me quiero quedar.
Con su empecinada exigencia de doblegar la realidad y construir delirios y enga?ar el destino precario, el suyo y el de su pa¨ªs y el de su continente. Contra y adentro del lugar com¨²n que es la muerte. Su certeza de que si algo no se cuenta no perdura, no vale la pena que exista.
Ariel Dorfman (Buenos Aires, 1942) ha publicado recientemente la novela Americanos. Los Pasos de Murieta. Seix Barral. Buenos Aires, 2009. 448 p¨¢ginas.
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