Borrarme del mapa
El mismo d¨ªa en que mor¨ªa Salinger dos personas me escribieron para preguntarme si es verdad ese rumor que corre por ah¨ª de que yo soy la autora del serial veraniego Me cago en mis viejos. No s¨¦ si es que la muerte del autor de El guardi¨¢n en el centeno trajo consigo muchos coloquios del tipo "el autor del yo juvenil atormentado y sus secuelas", pero me sorprendi¨® la coincidencia. No, no fui yo. Conoci¨¦ndome como me conozco es imposible que yo fuera la autora. No por el texto en s¨ª, que no he le¨ªdo, sino por el mismo t¨ªtulo. Ese t¨ªtulo define un mundo hacia el que (es defecto m¨ªo) no siento desde hace ya tiempo mucho inter¨¦s: los adolescentes incomprendidos. Sufr¨ª como una p¨¦rdida que mi hijo abandonara la infancia y viv¨ª como una gran alegr¨ªa que mi hijo y los de mi marido superaran la adolescencia. Por tanto, mi particular t¨ªtulo para una secuela de esta historia hubiera sido: "Se va a cagar en tus viejos tu puta madre". Y perdonen el lenguaje, pero en las secuelas hay que ser fiel al original. La segunda raz¨®n por la que yo no he escrito esa historia es que, a pesar de que soy deslenguada y tengo amigos extremadamente ordinarios, jam¨¢s he usado esa expresi¨®n. A mi padre no le cuadr¨® nunca ser "mi viejo" (?ese pedazo de se?or que lleva camino de no hacerse viejo en la vida!) y, salvo en la boca de conocidos del barrio que adoptaban ese habla cheli-yonqui (o en Argentina, donde es un t¨¦rmino cari?oso), no la escuch¨¦ demasiado a mi alrededor. M¨¢s bien se la he le¨ªdo a aquellos escritores que tratan de imitar el habla de la calle y que a veces lo hacen artificiosamente. Tampoco mi hijo me llam¨® "mi vieja" durante su ya superada (?bien!) adolescencia. Podr¨ªa afrontar cualquier apelativo por su parte menos que me llamara "mi vieja". Sabe que en cuestiones de coqueter¨ªa no me ando con bromas, es m¨¢s, preferir¨ªa que se refiriera a m¨ª como su t¨ªa, que me quita a?os. De cualquier manera, entiendo que haya gente a la que le divierta pensar que una escritora "popular" se esconda de pronto bajo un seud¨®nimo, pero, ?de verdad creen ustedes que si yo me tirara todo el verano padeciendo el trabajazo de escribir a diario no lo iba a proclamar a los cuatro vientos? Ya lo hice, y con mi nombre bien clarito, en unos textos mucho m¨¢s atrevidos, por aquello de que hac¨ªan sorna de mi propia vida y la manoseaban y la transformaban con el ¨²nico fin de que ustedes, los lectores, se me rieran un poco. La comedia, en fin. Esto no significa que yo viva orgullosa de mi nombre. En lo absoluto. De ni?a hubiera preferido llamarme Marisol (por razones obvias) y tener un apellido menos propicio a las bromas. Y ahora que me voy parte del a?o a otro pa¨ªs para borrarme del mapa me encuentro con que en este otro mundo mi nombre suena tan desfasado como el de una se?ora del sur en Lo que el viento se llev¨®. La comedia me persigue. A m¨ª lo que me hubiera gustado en m¨¢s de una ocasi¨®n, como creo que les ocurre a bastantes personajes p¨²blicos, es cambiar de identidad. Empezar de nuevo a fin de borrar todas las ideas preconcebidas que gente que no te conoce, salvo por tu firma, tiene sobre ti. Es decir, que de vez en cuando me gustar¨ªa cortarme la cabeza, pero eso es imposible. Jugar a no ser lo que has sido es una tarea in¨²til. Pero la ¨²ltima raz¨®n, la m¨¢s poderosa, aquella por la que no podr¨ªa ser la autora del serial del muchacho atormentado por sus "viejos" es que habiendo sido, como fui, adolescente "Salinger", habiendo le¨ªdo El guardi¨¢n en el centeno a la edad que tocaba, y Seymour despu¨¦s del Guardi¨¢n y el resto del mundo salingeriano, me resultar¨ªa muy dif¨ªcil escribir sin imitar torpemente al amado autor de juventud. S¨¦ que hay cr¨ªticos que valoran mucho m¨¢s los cuentos que la c¨¦lebre novela. No tengo un juicio literario comparativo. Si no he vuelto a leer desde aquellos a?os de instituto las desventuras de Holden Cauldfield ha sido para no estropear lo que es un recuerdo de identificaci¨®n con un personaje tan poderoso. Es probable que si l o releyera empezara a empatizar con los adultos a los que el joven Holden considera "falsillos, hip¨®critas, interesados" y pensara, tal y como me dijo una amiga americana que tambi¨¦n ador¨® el personaje: "Well, Holden Cauldfield is a jerk too" ("bueno, Holden Cauldfield tambi¨¦n es un gilipollas"). Pero lo importante es el valor que tuvo y que sigue teniendo en ese preciso momento de la vida en que buscas, no otros mundos, sino un espejo que te devuelva clavada tu imagen. Me hace gracia toda la po¨¦tica, a veces un poco manida, que se ha escrito en torno a su deseo enfermizo de ocultaci¨®n. Como si se hubiera tratado de una obra de arte, de una performance que durara cincuenta a?os. Sinceramente, no creo que sea tan dif¨ªcil llevar una vida discreta en Estados Unidos. Hay mucha gente dispuesta a ignorarte, y el dinero permite a los multimillonarios establecer barreras infranqueables. Le¨ª que alguien, en una columna de un peri¨®dico neoyorquino, lo llamaba, de manera precisa, sin darle al asunto el m¨¢s m¨ªnimo sentido simb¨®lico, "un t¨ªpico exc¨¦ntrico americano". S¨ª, eso es lo que creo que fue, un exc¨¦ntrico, que compuso un mundo a su medida. Primero decidi¨® conseguir la fama y luego borrarla. Borrarse del mundo. Cortarle la cabeza a los que le molestaban, pr¨¢cticamente a toda la humanidad.
Yo no fui la autora del serial 'Me cago en mis viejos'. No por el texto, que no he le¨ªdo, sino por el mismo t¨ªtulo
Me hace gracia toda la po¨¦tica que se ha escrito en torno al deseo enfermizo de ocultaci¨®n de Salinger
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