La memoria es un mal testigo

Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar, dice el protagonista de La carretera, de Cormac McCarthy. Les pasa a algunas v¨ªctimas de delitos graves. Quieren olvidar, y no pueden, el momento en el que un desconocido se les acerc¨® en una esquina oscura, les puso una navaja en el cuello y las viol¨® o intent¨® asesinar brutalmente, sin piedad; y quieren recordar el rostro del criminal para que pague por lo que ha hecho. Pero no siempre pueden.

Esa cara borrosa puede adquirir nitidez gracias a una mentira involuntaria: se coloca a otra persona en la memoria y alguien que jam¨¢s tuvo nada que ver con el delito acaba en la c¨¢rcel, en ocasiones durante d¨¦cadas, con la vida destrozada para siempre. Por culpa de los falsos recuerdos y de un sistema legal que los ignora y que cree ciegamente a las v¨ªctimas.

Suelen ser delitos brutales en los que la sociedad quiere que alguien pague

El estr¨¦s y el paso del tiempo influyen en la exactitud de una identificaci¨®n

Esta semana ha salido a la luz un caso espeluznante. El Tribunal Supremo anunci¨® su intenci¨®n de absolver a Ricardo Cazorla, un hombre con una minusval¨ªa f¨ªsica, ps¨ªquica y sensorial del 66% que hab¨ªa sido condenado a 36 a?os de c¨¢rcel por la Audiencia de Las Palmas en 2009. Los magistrados sosten¨ªan que hab¨ªa violado a tres chicas en 1997. Una de ellas vio a Ricardo en la calle en 2007 y crey¨® que era su agresor. Llam¨® a la polic¨ªa y le detuvieron. Avisaron a todas las v¨ªctimas de la ¨¦poca del llamado violador de Tafira, nueve en total. Seis no reconocieron a Cazorla y estuvieron al margen del proceso. Pero la que lo hab¨ªa visto y otras dos m¨¢s lo se?alaron como culpable, aunque una de ellas tuvo muchas dudas al principio y no lo reconoci¨® en las fotos de los archivos policiales.

Los magistrados Pedro Joaqu¨ªn Herrera, Secundino Alem¨¢n y Carlos Vielba creyeron en la memoria de las mujeres a pies juntillas a pesar de las circunstancias. Las identificaciones se hac¨ªan 10 a?os despu¨¦s del delito. En 1997, las chicas hab¨ªan declarado ante la polic¨ªa que el lugar donde las hab¨ªan violado estaba muy oscuro; o que el agresor les hab¨ªa impedido mirarle a la cara; o que llevaba un gorro que le cubr¨ªa parte del rostro. En todos los casos era de noche. Adem¨¢s, Cazorla pesaba en 2007 unos 30 kilos m¨¢s que el violador de 1997. A pesar de eso, los jueces consideraron que las tres chicas eran perfectamente capaces de reconocer "sin ning¨²n g¨¦nero de dudas", en ese cuerpo con muchos m¨¢s kilos, a una persona a la que apenas hab¨ªan podido vislumbrar 10 a?os antes.

El informe de la Polic¨ªa Cient¨ªfica, basado en el an¨¢lisis de muestras biol¨®gicas, exclu¨ªa la culpabilidad de Cazorla. El Instituto de Medicina Legal de Las Palmas de Gran Canaria dec¨ªa que el perfil gen¨¦tico del acusado no coincid¨ªa con los restos encontrados en el jersey de una de las v¨ªctimas. S¨®lo planteaba dudas respecto de la prueba del cromosoma Y porque sosten¨ªa que no hab¨ªa material suficiente como para que el resultado se aceptara como fiable al cien por cien (en cualquier caso, era negativo). Adem¨¢s, la mujer que lo reconoci¨® en la calle ya hab¨ªa identificado sin ning¨²n g¨¦nero de dudas unos a?os antes a otra persona que se demostr¨® inocente gracias al ADN.

Una suma de factores imped¨ªan desvirtuar la presunci¨®n de inocencia de Ricardo Cazorla. Sobre todo, las pruebas cient¨ªficas. Sin embargo, los jueces antepusieron, por encima de cualquier otra consideraci¨®n, lo que dec¨ªan las v¨ªctimas. El fallo dice que los testimonios se caracterizaron por "su persistencia, solidez y contundencia". El problema es que los magistrados ignoraron la posibilidad de que se equivocaran. Y no siempre se puede creer a un testigo.

Nuestros recuerdos no son fiables. M¨¢s del 80% de las condenas a inocentes, seg¨²n la ONG norteamericana Innocence Project (en Espa?a no hay ninguna estad¨ªstica sobre el tema), tienen como base reconocimientos err¨®neos de v¨ªctimas y testigos.

Hacer una identificaci¨®n precisa es mucho m¨¢s dif¨ªcil de lo que parecen pensar algunos jueces. Con un documental reciente (El quinto por la izquierda, de Producciones La Marea) se hizo un experimento interesante. Se simulaba un tir¨®n en la pantalla y se ense?aba la cara del ladr¨®n, a plena luz, durante m¨¢s tiempo que en un delito real. Despu¨¦s se pidi¨® a algunos espectadores (unos 300) que identificaran en rueda de reconocimiento al del tir¨®n. Las condiciones eran ¨®ptimas. Los testigos no estaban sometidos a estr¨¦s y sab¨ªan desde el principio que se iba a poner a prueba su memoria. A¨²n as¨ª, cuando en la rueda no estaba el autor del tir¨®n, s¨®lo el 52% de los que hab¨ªan visto la pel¨ªcula cinco minutos antes dijo "no est¨¢"; y el porcentaje de aciertos baj¨® al 25% cuando la hab¨ªan visto dos d¨ªas antes. Esto significa que entre el 48% y el 75% se?al¨® a inocentes.

Cuando en la rueda s¨ª estaba el aut¨¦ntico tironero, fue reconocido por el 32% de los espectadores cinco minutos despu¨¦s de ver la pel¨ªcula, pero s¨®lo por el 13% cuando hab¨ªan pasado 48 horas.

Las identificaciones son complicadas. La pregunta es porqu¨¦ un testigo se empe?a y afirma "sin ning¨²n g¨¦nero de dudas" (seg¨²n la f¨®rmula forense) que est¨¢ convencido de que un inocente es culpable. En muy pocos casos se miente a sabiendas. Lo normal es que las v¨ªctimas est¨¦n seguras de que esa persona fue quien les agredi¨®. Han puesto esa cara al delito y ya, incluso cuando lo recuerdan, lo hacen pensando en el rostro del inocente. Es una distorsi¨®n de la memoria.

?C¨®mo pueden estar tan seguras de un recuerdo falso? "Sabemos que la exactitud de una identificaci¨®n depende de varias causas (dificultades para ver la cara, alto nivel de estr¨¦s, paso del tiempo, ruedas de identificaci¨®n inadecuadas), pero en cambio no sabemos tanto sobre las razones que hacen variar la seguridad de testigos y v¨ªctimas", afirma Margarita Diges, catedr¨¢tica de Psicolog¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Madrid y especialista en la llamada psicolog¨ªa del testimonio. "M¨¢s all¨¢ de razones internas, individuales, una forma de incrementar la seguridad de un testigo es darle a entender que ha acertado, como sucede cuando se?ala una fotograf¨ªa y m¨¢s tarde ve en la rueda a esa misma persona".

"Lo que s¨ª est¨¢ demostrado emp¨ªricamente es la falta de relaci¨®n entre la seguridad del testigo o de la v¨ªctima y la exactitud de su identificaci¨®n", contin¨²a Diges. "Sin embargo, pese a todas las demostraciones emp¨ªricas, lo que vemos en la realidad policial y judicial es que, cuando la v¨ªctima est¨¢ totalmente segura de que el identificado es su agresor, esa seguridad se toma como garant¨ªa de exactitud incluso cuando hay pruebas cient¨ªficas exculpatorias, por ejemplo, las de ADN".

El momento clave es ese en el cual el testigo o la v¨ªctima piensa que quiz¨¢ el que aparece en la foto es el culpable. Si en ese primer momento se reafirma, despu¨¦s no har¨¢ m¨¢s que identificar de nuevo (y cada vez con m¨¢s seguridad) al que vio en esa primera foto o rueda. Ya no lo compara con su recuerdo del delito, sino con la primera imagen que vio del sospechoso. Por eso es tan importante que no haya irregularidades en esa fase. Si eso se hace mal, si el polic¨ªa insin¨²a que en una foto determinada podr¨ªa estar el culpable; o le dejan ver al sospechoso en la comisar¨ªa por error antes de la rueda; o es la ¨²nica persona de caracter¨ªsticas f¨ªsicas similares al agresor; despu¨¦s es muy dif¨ªcil dar marcha atr¨¢s: ya se ha creado el falso recuerdo.

En Espa?a han aparecido numerosos casos en los ¨²ltimos a?os. La semana pasada fue Ricardo Cazorla. En el verano de 2009, el Supremo absolvi¨® al nigeriano Henry Osagiede de dos delitos de agresi¨®n sexual y robo con intimidaci¨®n. El hombre, negro, hab¨ªa sido el ¨²nico de su raza en las ruedas de reconocimiento. Las dos v¨ªctimas, que lo hab¨ªan identificado sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, ya hab¨ªan identificado antes y con la misma certeza, a otro hombre que, por fortuna para ¨¦l, ten¨ªa pruebas de su inocencia.

A Rafael Ricardi lo condenaron por violaci¨®n y pas¨® 13 a?os en la c¨¢rcel. Era inocente. Cuando fue detenido viv¨ªa en la calle y era toxic¨®mano. Suele pasar en estos casos: el acusado injustamente es pobre, o inmigrante, o drogadicto, sin recursos, y no tiene muchas posibilidades de hacer valer su versi¨®n de los hechos, ni de contratar a grandes abogados -aunque algunos son

condenados a pesar de la excelente labor de sus letrados de oficio-, ni saben c¨®mo armar un esc¨¢ndalo medi¨¢tico con la injusticia.

Hay casos estramb¨®ticos, como el de Jorge Ortiz, condenado por atraco a mano armada. Hab¨ªa dos v¨ªctimas. Una no lo identific¨®. Otra s¨ª, pero se retract¨® poco despu¨¦s, y antes del juicio, cuando le ense?aron la foto del verdadero culpable. Dio igual: el juez no la crey¨® y se empecin¨® en su primer testimonio. La delirante condena fue confirmada por el Supremo y el Constitucional ni siquiera admiti¨® a tr¨¢mite el recurso de amparo. Finalmente, fue indultado gracias al apoyo que tuvo, en todo momento, de la v¨ªctima que se hab¨ªa equivocado. Pas¨® dos a?os y medio en prisi¨®n, hasta que le suspendieron la ejecuci¨®n de la condena.

La Justicia tiene serios problemas para enmendar sus errores. Una vez que hay una condena, en principio es inamovible aunque atente contra los principios m¨¢s elementales del sentido com¨²n. Fue lo que sucedi¨® en el caso de Ahmed Tommouhi y Abderrazak Mounib, condenados por una serie de violaciones cometidas en Tarragona y Barcelona en 1991. Cuatro a?os despu¨¦s apareci¨® el verdadero culpable, un espa?ol, pero s¨®lo pudo probarse la inocencia de Tommouhi y Mounib en uno de los casos, el ¨²nico en el que quedaban restos de ADN. Por el resto siguieron cumpliendo condena. Mounib muri¨® en prisi¨®n en 2000. Tommouhi pas¨® entre rejas 15 a?os. Sali¨® en libertad condicional en 2006. El Supremo no revoc¨® sus condenas porque el recurso de revisi¨®n una vez que hay una sentencia es muy estricto: el acusado debe probar su inocencia, y en este caso no hab¨ªa ADN que analizar. El Gobierno tard¨® nueve a?os en decidir si lo indultaba o no, y al final opt¨® por lo segundo. Nadie se atreve a sacar a un violador de la c¨¢rcel. Aunque en realidad no lo sea. Es otro de los grandes problemas de estos casos. Suelen ser delitos tan brutales que alguien tiene que pagar por ellos. Todos, las v¨ªctimas, sus familias, la polic¨ªa, el fiscal, los jueces, quieren encontrar un culpable. Como sea.

El periodista Braulio Garc¨ªa Ja¨¦n acaba de publicar un libro sobre el caso Tommouhi-Mounib (Justicia po¨¦tica, Seix Barral), despu¨¦s de cuatro a?os de investigaci¨®n, que ha ido contando al detalle en su blog (ladoblehelice.com). Lo que ha salido a la luz no es s¨®lo un pu?ado de v¨ªctimas que se han equivocado en sus identificaciones, sino innumerables errores y chapuzas en la investigaci¨®n policial y judicial, y en las sentencias.

"Una de las chicas que se equivoc¨® en su reconocimiento, seg¨²n prob¨® despu¨¦s el ADN, vio antes de la rueda a los dos inocentes", indica Garc¨ªa Ja¨¦n. "Y los vio en el papel de sospechosos: a Tommouhi, esposado y conducido a los calabozos antes de la rueda de reconocimiento. Tanto ella como la decena de v¨ªctimas que esperaban sentadas en los pasillos del juzgado. A Mounib, curiosamente, no lo se?al¨® las primeras veces que la Guardia Civil le mostr¨® su fotograf¨ªa, pero d¨ªas despu¨¦s de que lo reconociera la v¨ªctima de otra violaci¨®n ella tambi¨¦n lo hizo. A?os despu¨¦s declar¨® ante el tribunal que en las ruedas ni siquiera los hab¨ªa mirado, que directamente vio a los dos que eran y que en los otros ni se fij¨®. Y por supuesto no hab¨ªa tenido nunca ninguna duda. Se equivoc¨®".

"Los jueces, a menudo, sostienen que las irregularidades formales no influyen en el acierto o en el error de la identificaci¨®n, pero resulta decisivo, porque las impresiones que se graban en la cabeza de la v¨ªctima no distinguen entre irregulares y correctas: sencillamente se graban", concluye. Un ejemplo de falso recuerdo: una de las v¨ªctimas explic¨® que hab¨ªa visto a los agresores porque ese d¨ªa hab¨ªa Luna llena. Era falso: la Luna ni apareci¨® ese d¨ªa.

Resulta sorprendente que con tantos casos de inocentes encarcelados, de caracter¨ªsticas similares, los jueces sigan al margen de los estudios de la psicolog¨ªa del testimonio. "En la cultura judicial vigente, en particular en materia de delitos contra la libertad sexual, pesan mucho tres t¨®picos: que el juez tiene una especial capacidad para leer la verdad en el testigo; que por eso la testifical es una prueba de valoraci¨®n f¨¢cil; y que el testigo-v¨ªctima merece un plus de credibilidad, por lo que su declaraci¨®n inculpatoria o la identificaci¨®n hecha por ¨¦l, puede/debe bastar", se?ala el magistrado del Tribunal Supremo Perfecto Andr¨¦s Ib¨¢?ez. "Son t¨®picos ampliamente desmentidos por la psicolog¨ªa del testimonio, y ninguno cierto. Pero no importa, porque son t¨®picos funcionales a cierto justicialismo reinante en la opini¨®n p¨²blica y que, adem¨¢s, facilitan el trabajo judicial. Por otro lado, en el juzgado se opera con frecuencia a partir de aportaciones judiciales (identificaciones fotogr¨¢ficas, por ejemplo) obtenidas con cuestionable rigor".

"No hay otra alternativa viable que un ejercicio de la jurisdicci¨®n respetuoso con la presunci¨®n de inocencia y las garant¨ªas procesales en el que se pierda el miedo a absolver (explicando el porqu¨¦) aun a sabiendas de que tendr¨¢ costes de impopularidad", concluye el magistrado. "Y me parece necesario que este proceso de transformaci¨®n de la cultura judicial vaya acompa?ado de otro no menos profundo de transformaci¨®n tambi¨¦n de la cultura y las pr¨¢cticas de los informadores".

Los ¨²ltimos estudios cient¨ªficos muestran que los falsos recuerdos se generan en una parte distinta del cerebro que los verdaderos. Esta ser¨ªa la prueba definitiva, incontestable. Si logr¨¢ramos leer el cerebro humano con una m¨¢quina no habr¨ªa m¨¢s inocentes con la vida destrozada porque alguien, sin mala fe, los se?al¨® por un error de su memoria.