Jueces y partes
Judicializaci¨®n. f. Acci¨®n y efecto de judicializar.
Judicializar. tr. Llevar por v¨ªa judicial un asunto que podr¨ªa conducirse por otra v¨ªa, generalmente pol¨ªtica.
No, no se han equivocado de p¨¢gina. Est¨¢n en Deportes. Ya s¨¦ que es posible que usted acuda a esta secci¨®n buscando olvidar todo lo que en otras p¨¢ginas es noticia, ya sabemos que el deporte ofrece una ventana al desahogo, a la luz, a un paisaje hermoso. Y hace unos meses les promet¨ª que no iba a hablar de los ¨¢rbitros m¨¢s all¨¢ de mostrarlos como un elemento m¨¢s del juego del f¨²tbol, un elemento imprescindible para que la competici¨®n llegue a buen puerto. Y para ello suelo recurrir a cualquier partido entre amigos, de ¨¦sos en los que nos solemos repetir que lo importante es hacer deporte, sudar un rato y, sobre todo, tomarnos una buena cerveza, que nos hace recuperar lo perdido, en un buen ambiente. No dir¨¦ que todos finalizan con discusi¨®n, pero puedo afirmar que las m¨¢s s¨®lidas amistades se han tambaleado por un fuera de juego, la intencionalidad de una mano, un empuj¨®n que unos ven como penalti y otros como una carga legal (y flojera del contrario). S¨ª, tambi¨¦n lo s¨¦, usted es de ¨¦sos que tienen memoria de elefante futbol¨ªstico y se acuerda de un portero ya retirado que se llama igual que yo y que, en activo, acompa?aba a los ¨¢rbitros desde el centro del campo hasta el t¨²nel de vestuarios, una vez se?alado el final de la primera parte o concluido el partido. No lo voy a negar, era yo mismo con mi brazalete de capit¨¢n, conversando con el colegiado sobre alguna decisi¨®n para m¨ª dudosa o alg¨²n detalle que cre¨ªa necesario que conociera de primera mano. Tambi¨¦n les dir¨¦ que en aquel reducido paseo me sol¨ªa ver acompa?ado en mis amables intenciones por otro brazalete de capit¨¢n, ¨¦ste vestido con los colores del equipo rival. Qu¨¦ bello momento para consolidar una amistad.
Una vez asumida la parte que me corresponde en estos l¨ªos arbitrales, me gustar¨ªa centrarme en las definiciones que abren el art¨ªculo. Ya acepto de entrada que alguno deduzca que lo que sigue est¨¢ motivado por mi paso por Can Bar?a y es posible que tenga raz¨®n (ya lo dijo aqu¨¦l que sab¨ªa m¨¢s que yo: "Yo soy yo y mis circunstancias"). Les suelo decir que el f¨²tbol es el espejo en donde podemos ver a nuestra sociedad, tal vez un tanto deformada, un tanto grotesca, y que este punto de vista me parece una excelente atalaya de observaci¨®n. Y hace ya un tiempo que casi todo en nuestra sociedad se resuelve (o se deber¨ªa resolver) por los jueces. De la cl¨¢sica disputa entre vecinos a los grandes temas estatutarios. Se dir¨ªa que los jueces deben dar respuesta a muchas de esas cosas derivadas de la convivencia humana, del compartir espacios limitados, de entender nuestra condici¨®n humana como imperfecta. Y, puestos a pedir, demandamos de ellos la exactitud, la exacta precisi¨®n, pero con un peque?o matiz: siempre que sea a nuestro favor.
Bajo esa lupa se manejan los ¨¢rbitros de f¨²tbol, siendo cada jugada decisiva; cada gesto, interpretable; cada mil¨ªmetro, medible de una forma imposible de ver en un terreno de juego. Unos, intentando enga?arles; otros, presionarles; otros, influenciarles; todos, creyendo que ellos, los del silbato, son los que nos van a llevar a la victoria con una sentencia favorable, con un error humano excusable s¨®lo si es a favor. Y siempre, claro, todos bien envueltos en la bandera del fair play. Vaya tropa.
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